Aprendamos a juntos
“En esta ciudad que crece desmesuradamente, por una parte quienes tienen más parecieran creer que “la pobreza es contagiosa” y pretenden que los que tienen menos no vivan junto a ellos, pero al mismo tiempo fuerzan a quienes tienen menos a que realicen trayectos eternos, todos los días durante horas, para que concurran a trabajar y prestar servicios en esos mismos barrios más acomodados o incluso opulentos, cuidando sus jardines, sus casas, sus niños o su seguridad”.
POR DIEGO GARCÍA MONGE PROFESOR DE FILOSOFÍA
“A mí me han parado los pacos y me preguntan qué ando haciendo por ahí. Una vez vi, de reojo, que venía una radiopatrulla. Siempre le decía cosas, pero esa fue como la más firme, la más arriesgada. Veo de reojo que viene una radio patrulla, y yo llamé a la casa que me tocaba porque tenía que ver un medidor de luz. Entonces, se para el vehículo detrás de mí; yo lo sentía. Y me hacen (hace el ruido de silbido) y yo no miré. Después me hicieron igual (hace el ruido de silbido).. . Yo no miré tampoco. Después me dicen: «Oiga joven». Y yo ahí doy vuelta la pura cabeza, no el cuerpo y les digo: «¿ Si?». «¿Qué anda haciendo?». Y yo les digo: «Trabajando, ¿y ustedes?»” El relato anterior corresponde a Marco, un joven que trabaja revisando medidores de luz en viviendas de comunas de altos ingresos, y figura en una investigación de la socióloga Paula Rodríguez!. Aunque pareciera tratarse nada más que de una anécdota con un final cómico, ella encierra una densa trama de categorías acerca de cómo se vivela subjetividad de unos y otros en una ciudad que, como Santiago, impone condiciones de segregación tan aceradas a sus habitantes. Aunque el Código Civil nos recuerde que los bienes nacionales de uso público pertenecen a la nación toda, y su uso, a todos los habitantes de la nación, la cultura de la segregación instala el prejuicio que incluso en esos bienes que nos pertenecen a todos, hay quienes, cuando transitan en el sitio que “no les corresponde”, merecen ser percibidos como amenazas de las que es legítimo defenderse. La cultura de la segregación se remonta a los inicios del Santiago colonial, cuando los conquistadores y fundadores de la ciudad expulsaron al norte del río Mapocho a los indígenas que ya habitaban el valle (barrio La Chimba). Pero esa cultura la arrastran las elites con mayor poder de decisión sobre cómo se configura la ciudad, alejando hacia las periferias a la población con menos recursos, oportunidades o poder. Así, en esta ciudad que crece desmesuradamente, por una parte quienes tienen más parecieran creer que “la pobreza es contagiosa” y pretenden que los que tienen menos no vivan junto a ellos, pero al mismo tiempo fuerzan a quienes tienen menos a que realicen trayectos eternos, todos los días durante horas, para que concurran a trabajar y prestar servicios en esos mismos barrios más acomodados o incluso opulentos, cuidando sus jardines, sus casas, sus niños o su seguridad. Hay algo demencial en esa inconsistencia: mantener alos de abajo lo más lejos posible, pero al mismo tiempo tenerlos cerquita y ojalá lo más barato que se pueda para que se hagan cargo hasta de las menudencias más íntimas de sus casas, calles y jardines. La investigación de Paula Rodríguez muestra cómo viven subjetivamente los habitantes de las periferias sus trayectos a lo largo de toda la ciudad hasta las comunas más acomodadas: Experimentan ser objeto de desconfianza, indiferencia o desprecio, y eso infunde en ellos temor. Pese a transitar por bienes cuyo uso nos corresponde a todos, un muchacho es seguido por una patrullera mientras realiza su trabajo porque su aspecto (tono de la piel, color de pelo, estatura, modo de hablar, forma de vestir) es interpretado como formas de demérito en una ciudad habitada por desiguales. Parte de esa trama de significaciones que ha sedimentado a lo largo de generaciones ha aflorado con ocasión del anuncio por parte del alcalde de Las Condes de la construcción de un edificio de viviendas destinados a habitantes de más bajos ingresos de la comuna, la mayoría de los cuales vive actualmente en ella en condición de allegados. Algunos habitantes del sector,
más allá de cualquier evidencia en contrario de sus prejuicios, han hecho público -cacerolazos en las calles, globos negros en sus balcones- su desacuerdo a la llegada de estas gentes “afuerinas e indeseables”. Incluso hubo quienes justificaban el rechazo en el hecho que “nosotros tenemos más educación que ellos”. ¡Bonita manera de demostrar “la buena educación”! Tal como la patrullera que sigue a Marco, se hace explícito que no somos iguales, que habemos habitantes de primera categoría y otros, de segunda, tercera o cuarta, y que es un despropósito que vivamos en igualdad cuando no somos iguales. ¡Faltaba más! La exposición pública de este prejuicio es penosa, pero de ella podemos sacar alguna buena enseñanza que nos anime a torcer la porfiada cultura de la discriminación. El debate suscitado a partir de esta medida del alcalde Lavín promete ser arduo. Javier Hurtado, gerente de estudios de la Cámara Chilena de la Construcción, ha sostenido su desacuerdo con que el Estado compre terrenos para la construcción de viviendas sociales, y defiende que se deje al mercado funcionar en un marco de reglas fijadas por el Estado, pero luego del cual no le caben otras intervenciones. De hecho, sostiene que las municipalidades con sus intervenciones en la materia, limitan la oferta de viviendas y elevan de ese modo el precio de las mismas?. Francisco Sabatini, del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Católica, discrepa de ese enfoque al señalar que es preciso que el Estado regule un mercado de suelos que tiende a reproducir la segregación: “El mercado tiende espontáneamente a asignarles los suelos a los mejores pagadores y se vuelven expulsores de la gente más pobre. Una manera sencilla de resolverlo es con cuotas, como los franceses: Que los municipios cumplan con un porcentaje de vivienda social y si no lo hacen, se les cobra una multa. Si nos sometemos a maximizar los intereses de cada propietario de suelo, no podemos construir ciudades”. En apoyo de lo dicho por Sabatini, está el
estudio del propio Instituto de Estudios Urbanos de la UC, que sostiene que, debido a su nivel de ingreso, más de la mitad de los hogares de Santiago no puede comprar viviendas nuevas en buenas localizaciones desde el punto de vista de su equipamiento Sencillamente no calificarían para un crédito hipotecario. En ausencia de una sustantiva intervención orientada por un sentido de lo público -que se traduzca no sólo en
acceso a mejores viviendas sino en una vigorosa inversión pública en infraestructuras, servicios y fuentes de trabajo decente en cada territorio-, el círculo vicioso de la segregación dependiente de los ingresos de los hogares no hará más que reproducirse tendencialmente al infinito, y con ello el sistema cultural de prejuicios que separan alos habitantes y los hacen recelar mutuamente. Las iniciativas de integración social ya existían en Chile desde hace un par de décadas, promovidas desde el Minvu. Pero se habían llevado a cabo en comunas de ingresos medios y bajos. De hecho, el municipio de Recoleta ha promovido una “inmobiliaria popular”, consistente en el arriendo de departamentos hasta por un máximo del 25% del ingreso de familias más vulnerables”. La iniciativa del alcalde Lavín agrega a las anteriores el impacto noticioso producido por la reacción adversa de algunos de los vecinos de la comuna. Hace dos décadas, una situación similar se vivió en Peñalolén, a propósito de la construcción de la población Esperanza Andina. En esa oportunidad, las pobladoras de la toma de terreno que dio origen a la población, al experimentar la desconfianza y el temor de los vecinos de los condominios de clase media alta recién construidos en los aledaños de la toma, decidieron visitarlas en las puertas de sus casas y entregarles una flor, para hacerles ver “que la gente del campamento es gente buena y tiene corazón, y lo que no tenemos de plata lo tenemos en riqueza humana”. Un reportaje de la televisión de la época muestra el testimonio de una de las mujeres que recibió la visita de las pobladoras: “Pensé, el hecho que ellos, que están siendo rechazados por nosotros, me entregan una flor, me dio verguenza. Me hubiera gustado haberles entregado yo a ellas una flor y decirles, saben qué, tenía miedo”. Es la relación cara a cara, no el prejuicio, lo que puede promover una cultura del encuentro. Pero eso tiene que hacerse deliberadamente, y si la segregación es tremenda, entonces eso que ha de hacerse deliberadamente tiene que hacerse además a gran escala. Para eso hacen falta cualidades humanas y buena política, sentido de la equidad y amor cívico por quienes son nuestros conciudadanos libres e iguales. Las pequeñas iniciativas que aquí hemos comentado no resolverán esta situación pero ponen una bandera que indica en una dirección correcta. No dejemos de desear y de construir una ciudad democrática, donde los diferentes conviven, con sus grandezas y miserias, como en esa fiesta que cantó hace ya años Joan Manuel Serrat: “Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”.
1 Paula Rodríguez, “El debilitamiento de lo urbano en Chile”, Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos y Regionales, EURE, Vol. 42 n* 125, enero de 2016, pp. 61 a 79. 2 “Congelar los planes reguladores lleva a un aumento de los precios”, La Tercera, 14 de mayo de 2018. 3 “Aprender a vivir juntos”, La Segunda, 13 de julio de 2018. 4 “La mitad de los hogares de Santiago no puede comprar viviendas nuevas”, La Tercera, 14 de mayo de 2018. 5 “Así es la «inmobiliario popular» de Recoleta que promete arriendos a precios justos”, Cooperativa, 30 de enero de 2018. Https://www.cooperativa.cl/ noticias/pais/vivienda/viviendas-sociales/asi-esla-inmobiliaria-popular-de-recoleta-que-prometearriendos-a/2018-01-30/132531. Html6 “Esperanza Andina”, https://www.youtube.com/ watch?v=39-KFlxx3io
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