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las profundidades del valle
Asilvestrada, trepando libremente o en medio de quebradas y secanos, no sería novedad que sigamos encontrando viejas parras de cepa país. Menos lo sería en las profundidades de
. Esta es la desconocida historia de este valle y sus alrededores que aún esconden rastros de esta cepa, y que un grupo de pequeños viñateros ha estado trabajando silenciosamente. Este es la país que viene, la que no se perdió en Colchagua.
POR ALVARO TELLO. / FOTOGRAFIAS ALEJANDRO GÁLVEZ.
En compañía del enólogo José Miguel Sotomayor (Wild Makers) vamos al encuentro de Francisco Zúñiga, sommelier y chileno que ha hecho gran parte de su carrera en Sao
Paulo, y que ha centrado su interés y estudios en cepas históricas, también conocidas como 'patrimoniales'. Nos reunimos en Capri, un pequeño restaurante-cocinería de Lolol perteneciente a los abuelos de Francisco donde, por lejos, se pueden probar las mejores cazuelas de la zona. Zúñiga se encuentra haciendo un catastro de productores de cepa país en el rezago de Colchagua. Son casi cincuenta puntos que ha identificado y que en conjunto con WildMakers, buscan determinar su potencial de vinificación y valorizar las uvas bajo comercio justo. "No queremos que ocurra lo mismo que en otros lugares: que llegan los productores y comienzan a comprar uvas a bajo precio", comenta Zúñiga. Son pequeños viñedos de noventa y más años, en apariencia abandonados, sin riego, en medio de un secano que se tiñe de amarillo pajizo. Allí nos encontramos con los dueños de esos viejos viñedos que, para sorpresa, celebraban un tradicional mingaco (los vecinos se ayudan mutuamente a recolectar un producto, a cambio de un festejo o parte del resultado de la recolección que, en este caso, es uva o chicha) vendimiando uvas para hacer chicha cruda y vino, tal como dicen lo hacían sus abuelos hace cientos de años. Es un tanto curioso que esto ocurra en Colchagua, un valle que siempre aparenta buena juventud, que no habla mucho de su pasado, a menos que sea de la llegada de cepas francesas, grandes bodegas, enoturismo, restaurantes y hazañas empresariales de comienzos de los noventas. Un valle de tallo largo y poca raíz. A pesar que carga con lazos históricos que lo estrechan directamente con la descendencia de quien es el padre de la viticultura chilena, Juan Jufré.
Perteneciente a las huestes de Pedro de
Valdivia y yerno de Francisco de Aguirre Juan Jufré llegó a tierra chilena vía Atacama en 1546. Por sus servicios como político y militar en nombre del rey fue agraciado con tierras y mercedes incluyendo "en el valle que corre hacia los Taguataguas". Fue uno de los primeros y grandes viticultores de nuestra historia, sin embargo, el desarrollo de la vid en tierras colchagüinas se dio en primera instancia gracias a sus hijas y a su yerno, Pedro Miranda Rueda, quien cultivó la vid a orillas del Cachapoal en tierras y mercedes que en 1575, ya tenían 20 años de antigüedad. Sus hijas Baltasara y Cándida, se extendieron por hijuelas y mercedes desde el Tinguiririca al Cachapoal, donde cultivaron la vid. Y por último, su nieto, Melchor Jufré del Aguila, quien se hizo cargo de posesiones en
Angostura, Codegua y Nancagua. Dada la familiaridad que establecen los Jufré con dueños de otras mercedes que venían de las conquistas del norte (La Serena), y en especial de los pagos de Ñuñoa -donde ya Jufré se había extendido hacia el faldeo de Macul, y de allí hasta el río Maipo- la mayoría del material plantado pudo provenir de esta zona, con vides que el mismo Jufré pudo haber propagado y obtenido a su llegada, y que podrían ser anteriores al envío de las uvas prietas (país) del soldado toledano Francisco de Carabantes (1548).
En el siglo siguiente se da la mayor dinámica poblacional en Colchagua, erigiéndose como unidades económicas las estancias fundos y haciendas. Un buen ejemplo es la de Apaltas (hoy Apalta) comprada por el secretario de la Real Audiencia Bartolomé Maldonado en 1629, destinada solamente a ser una unidad de viñedos. Así se comienza a vivir la riqueza de una trinidad dada por el cultivo de trigo, la cría de ganado y todo lo que puede derivarse de la vid como chicha, vino, aguardiente y chacolí. Estas actividades marcan la economía formal e informal en dos siglos en Colchagua. Todo producto derivado de la vid, por ejemplo, se convierte automáticamente en moneda de pago e intercambio. A mediados del siglo XIX se ve algo de desorden en torno al vino colchagüino, y más que nada tiene que ver con la proliferación de improvisadas chinganas. Festejos con chicha, vino, cueca y comistrajo, que se daban bajo cualquier excusa y contexto, sea nacimiento, muerte, festividad religiosa, cosecha o solo por sociabilizar. Vino y chicha de las pocas » 1 variedades existentes, como la país, san francisco y moscatel. Todo parece cambiar con la entrada de técnicos franceses a mitad del siglo XIX. Y ya a comienzos del XX se aprecia su influencia en los catastros colchagüinos, donde se empiezan a radicalizar propuestas, ya sea por las viñas que están con y sin riego; los que solo plantan país; quienes mezclan o solo plantan cepas francesas. Un ejemplo es la hacienda Cunaco, de Valdés y Hermanos que a comienzos del siglo XX contaba con 273 hectáreas de cepas francesas y 23 de país, produciendo una media de 2 a 3 millones de litros. Haciendas y fundos como Nancagua y San José de Puquillay, suman 100 hectáreas solo de país en rulo para vino y chacolí. En los fundos Apalta y El Cóndor, cuentan con 76 hectáreas solo de cepas francesas, sin riego, y 23 con riego para vinos y chacolíes. Otros como Santa Ana, en Población, destinaban 12 hectáreas de país en rulo y 10 con riego para asegurar la elaboración de chicha cruda. Veinte años después de terminado el catastro de fundos comienza el paulatino declive de la actividad agrícola. Motivos como la inmigración campo-ciudad, la reforma agraria y sucesivas crisis económicas, como la de 1982, afectan drásticamente la economía de las subdivisiones al interior de Colchagua. Esto lleva a que el Estado de Chile tuviese que crear sucesivamente programas y estrategias de desarrollo para revertir la situación, estimulando a nuevos cultivos o actividades. La cepa país, y en general el cultivo de la vid se pierde de vista. Esto cambia a comienzos de los noventas, cuando entra en escena un valle que renueva su nombre con viñas garaje y empresas que quieren exportar sus vinos, y que ven en las cepas francesas su principal fuente de ingresos. A pesar de todo esto, aún sobreviven más de 75 hectáreas de país en la región, como pequeños viñedos o entre medio de zarzas, matorrales y bosques, y que a simple vista no llamarían la atención de nadie. A menos que la casualidad o una simple motivación, puedan llevar esas uvas a una botella.
VALLE DE COLCHAGUA
• Aun sobreviven más de75 hectáreas de país en la reglón como pequeños viñedos o entre medio de zarzas matorrales y bosques
Un nuevo comienzo
RAVELO & RABELO, PAÍS DE PIHUCHEN, MARCHIGÜE.
Con los primos Cristián y Carlos Rabelo, junto al enólogo José Miguel
Sotomayor y el sommelier Francisco Zúñiga, fuimos a Pihuchen, en el secano de Marchigüe. Un suelo donde muchos enólogos aseguran que solo prestan utilidad para el pastoreo, y en donde "nada útil puede germinar". Pero al ir transitando por un sendero seco, llano, amarillo que abraza el sol en toda su extensión, aparece un pequeño punto verde contrastando, y que al comienzo no dice mucho. Carlos Rabelo indica que ese punto es el viñedo de país perteneciente a su familia y que el SAG reconoce con 118 años. Son 1,2 hectáreas que fueron propiedad de su bisabuelo, José Rabelo Guajardo, siendo heredado por 8 hijos. "Creemos que si hubiese estado en manos de un solo heredero, esto no existiría", comenta Cristián Rabelo. El principal motivo que da vida de ese viñedo, era que su vino y aguardiente se pudiesen intercambiar por sal de mar, arroz o maíz de fundos vecinos, como el San Joaquín de la Patagua. Luiz Allegretti, de Clos Santa Ana, convenció a los Rabelo de vinificar esas uvas. José Miguel Sotomayor, quien además asesora a Allegretti, se sumó al proyecto, del cual nacerán cuatro vinos. Uno de ellos es País de Pihuchen, un cien por cien del cepaje que se elabora en tinajas. Lo de utilizar tinajas, no es una remembranza, como indican, es solo por el hecho de que las coleccionan y pensaron en darles un uso. En la pequeña bodega de los Rabelo en Pihuchen, aguardan las 240 botellas de país que pronto verán la luz.
LUGAREJO, PAÍS DE PAREDONES
Eliana Carbonell y el historiador Fernando Purcell viven en Nancagua, y conforman una familia que tiene, literalmente, un pequeño viñedo en el patio de su casa. Y obviamente una pequeña bodega que se encuentra a un costado de la propiedad. Son vinos familiares, hechos a pulso. Pero de a poco esta familia ha ido encontrando curiosidades en el camino a las que echa mano. De visita en Paredones, unos amigos les recomendaron visitar un viñedo que se encontraba en las proximidades. "Vayan a mirar, por si sirve", les comentaron. Para su sorpresa, descubrieron que era un viejo viñedo de cepa país, de los pocos que sobrevivieron en Paredones posterior a la crisis de 1982, cuando la actividad vitivinícola dejó de ser rentable en la zona, comenzando a reemplazar las parras por bosques. De allí nace Lugarejo país de Paredones con unas gotas de cabernet, un vino que solo se producirá año por medio, y que según cuenta Elina Carbonell, "todavía estamos viendo qué pasa; vamos de a poco experimentando". Es el único país de los cuatro productores que se encuentra a la venta.
PACTO DE SANGRE. PAÍS DE LOLOL
Un día cualquiera, el técnico enólogo recuerda haber recibido a su dienta y vecina, Ana María Zanzani, en su tienda Cultura Tradición y Vinos, ubicada en el casco histórico de Lolol. José Luis Reyes le explicó cómo elaboraba vinos de forma artesanal, y en medio de la conversación se dio la casualidad que
Ana María contaba con 1,2 hectáreas de cepa país, perteneciente a la familia
Poblete Muñoz, su familia materna. Su padre hacia chicha con esas uvas, y por los antecedentes rescatados la viña tiene alrededor de 150 años. Ana María invitó a José Luis a conocerla. Tras recorrerla y obteniendo algunas muestras realizó análisis de mosto y tras una degustación de bayas decidió vinifícar un lote. En total cosechó 8 mil kilos, los cuales se encuentran en plena fermentación alcohólica en su bodega ubicada camino al Valle de los Artistas. La idea de José Luis es intervenir la fruta lo menos posible, e ir descifrando los aromas y sabores del país de Lolol. Este año, y muy pronto, comercalizarán las primeras botellas de este vino llamado Pacto de Sangre, país de Lolol.
J. A. JOFRÉ, PAÍS DE LOS TRICAHUES, LOLOL.
Desde 2016 Juan A. Jofré, José Ignacio Hernández y el productor Tomás Yáñez venían planteándose hacer un proyecto con cepa país. "A fines de 2017 lo pensé y vi que podía tener esa ventana de tiempo para verlo como vino, y así saber su viabilidad, aunque ya por su historia, era imposible negarse a seguir haciéndolo" comenta el enólogo. Junto al viticultor Renán Cancino se sorprendieron por la acidez y limpieza en la nariz, viendo que con ese potencial podrían hacer algo distinto. Se suma a esta historia, y como anécdota, a Julio Donoso (Montsecano) quien al ver que por temas de costos Jofré llevaría el país a barrica usada, lo convence de no arriesgarse a contaminar con madera lo que podría ser un gran proyecto, motivo por el cual le facilitó un huevo de hormigón para vinificar.
Agradecido, el enólogo modera su entusiasmo al aterrizar el tema de la cepa país. "En general, para mi la variedad no es lo más importante. Independiente de esto, creo que estos vinos rescatan una cepa que es histórica, la primera que tuvimos por estos lados y pienso que todavía tenemos que aprender a manejarla. Siempre he creído que las personas y el origen son quienes definen los vinos, lo que van a ser. Todo eso estará en primer plano en la medida que el foco se centre en la calidad, la historia, su gente y origen", señala Jofré.
La mayoría de los productores concuerda en no buscar la casilla del "rescate" ni hacer vinos a la antigua o cargados de nostalgia, ni mucho menos producir bajo la eterna y tediosa invocación al ninguneo de la cepa país. Para comprender esto, pensemos en algo muy simple: este pequeño grupo de viñateros coincide en que una cepa no es lo que define el vino, y que ésta puede cambiar su curso histórico, cuando quienes sustentan la tradición se atreven a hacerlo.
Datos y fuentes:
* Colchagua en el siglo XVII (2001-2002) Juan G. Muñoz Correa.
* Álbum Zona 1 de Información Agrícola (1925), Juvenal Valenzuela 0.
* Memoria del Intendente de Colchagua (1848), Domingo Santa María.
* Patrimonio Vitivinícola, DIBAM, 2016.
* Aguardiente y viñas en chile: Quillota Colchagua y Cauquenes en el padrón de 1777, Pablo Lacoste, Juan G. Muñoz Amalia Castro (2014).
* Formas de sociabilidad y crítica social Colchagua 1850-1880, Fernando Purcell. •
* Testamento de Don Melchor Jufré del Águila Vol. 129 del fondo Registros de Escribanos de la Biblioteca Nacional.
* El Agricultor de Cunaco, 1898.
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