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Editorial
Saquémonos de la cabeza que Chile es largo y angosto. Chile es largo, angosto y profundo”. La cita pertenece a Juan Carlos Castilla, doctor en Biología Marina y Premio Nacional de Ciencias 2010. Su reflexión recoge una idea que, desde hace algunos años, se ha instalado en la discusión pública pero que está presente en nuestro inconsciente colectivo desde tiempos ancestrales: somos hijos del mar, y toda nuestra vida en tierra nace y se
desarrolla gracias a su influencia. Chile tiene algo más de 4. 000 kilómetros de longitud, pero la extensión de sus costas, incluyendo islas y canales, es el doble de esa medida. La superficie de nuestro territorio abarca unos 750 mil kilómetros cuadrados, pero si consideramos la superficie total de nuestros mares territoriales, la cifra se cuadruplica. De allí que, cada vez con más fuerza, el concepto del maritorio se imponga como una for-
ma de mirar y concebir nuestro país más allá de la “larga y angosta faja de tierra” que constituye el territorio chileno, incluyendo así este vasto y rico espacio azul que constituye nuestro mar. No es coincidencia que el año que acaba de terminar se haya iniciado con una nueva discusión acerca de la posibilidad de contar con una institucionalidad exclusivamente dedicada a los asuntos del mar. Hace algún tiempo, en 2016, un grupo de parlamentarios
Ya propuso la creación de un ministerio del mar y, a comienzos de 2018, la Liga Marítima de Chile expresó su opinión acerca de la conveniencia de que Chile cuente con un consejo asesor supraministerial, que aborde los asuntos relativos al mar. Cualquiera sea la forma en que derive esta discusión, es innegable que los asuntos marítimos adquieren cada vez mayor relevancia y requieren de una creciente atención. La biodiversidad y el cuidado de los recursos marítimos aparecen como aspectos prioritarios, así como también los usos que debemos darle al borde costero -que en nuestra zona han sido motivo de apasionadas discusiones anuncios, como es la construcción del gran parque costero en el sector Barón, que permitirá recuperar el acceso al mar en el corazón de la ciudad-. Pero también emer-
gen con fuerza otras perspectivas para adentrarnos y explorar el amplio espacio y las riquezas que ofrece el mar, tales como la investigación científica -¡ vaya qué gran laboratorio tenemos en nuestros 8. 000 kilómetros de costas! -, el patrimonio subacuático, la incipiente minería del lecho marino y los deportes acuáticos que cada vez atraen más exponentes de estas disciplinas al país. Para una región como la nuestra, sede de los dos puertos principales de Chile, de la Primera Zona Naval, de universidades que desarrollan investigación en temas del mar, de numerosas caletas de pescadores y de una reconocida actividad turística y gastronómica ligada a la costa, el tema del mar no puede quedar en segundo plano. De qué forma articulamos la relación entre las ciudades y sus puertos, cómo repartimos los usos en el borde costero,
con qué mecanismos potenciamos la investigación científica marítima, cómo resguardamos los oficios patrimoniales nacidos a orilla del mar, qué medidas tomamos para evitar la contaminación de aguas y playas, cómo aprovechamos mejor los recursos bióticos y abióticos de nuestra costas y, sobre todo, cómo rescatamos nuestra historia con el mar, son temas que debemos enfrentar y asumir en el futuro próximo, poniendo a nuestra región, por qué no, en una posición de liderazgo nacional a la hora de aquilatar correctamente nuestro maritorio. En este 98” aniversario, La Estrella de Valparaíso ha querido rendir un homenaje a los hijos e hijas del mar, a quienes viven con los pies en la tierra pero con el corazón en el agua, a quienes han construido, cada uno desde su lugar, esta identidad marítima que nos
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