Estación Central: 160 años de la gran puerta de Chile
A través de su historia, fotografía y presencia en la literatura, el académico, investigador y experto en cultura ferroviaria Sergio González Rodríguez presenta una reobservación del edificio que vino a situar al país en la ruta hacia la modernidad.
La segunda Estación Central tenía una torre con un reloj, Aquí en una imagen hacia 1895, en lo que supone el mer atochamiento vial de la historia en Santiago.
La primera Estación Central, de 1857, aba cuatro de madera y fierro.
MEMORIA DE LA ERA DEL VAPOR
Son 28 kilómetros los que todavía se pueden volver a recorrer a la usanza antigua, en el llamado "tren del recuerdo”, que une el tramo Valdivia-Antilhue. Abierto en temporadas veraniegas con fines turísticos y de divulgación, es uno de los recorridos ferroviarios más bellos de Chile. "Revive un viaje por uno de los ramales ribereños: va bordeando el río Calle Calle. Es una gran experiencia de viajar en tren, en carros de los años 20 y 30 y una locomotora de fabricación chilena, la N* 620”, dice González, coautor de otro reciente libro: "Historia y presente del ferrocarril Valdivia-Antilhue-Osorno”.
IÑIGO DÍAZ
ientos de curiosos concurrieron a ver con sus propios ojos esas “máquinas del demonio”, locomotoras y carros que venían a cambiar no solo la lógica colonial del carruaje tirado por caballos sino la limitada idea de modernidad que existía entonces. Fue el 16 de septiembre de 1857, cuando se inauguró en Santiago la primerísima Estación Central. Se trataba de un conjunto de cuatro galpones de madera y fierro levantados entonces en Chuchunco, sector agrícola en las afueras de Santiago, que hoy es conocido como el eje Matucana y Alameda. Tenía cuatro líneas y ocho andenes, y visto en perspectiva corresponde a la primera edad de la Estación Central. “No se consideraron las boleterías, así que la casucha que iba a ser punto de venta de pasajes fue arrasada por la muchedumbre que llegó ese día a la Estación Central”, comenta el antropólogo, psicólogo social y experto en cultura ferroviaria Sergio González Rodríguez, autor del libro “Memorial de la Estación Central” (Editorial Usach, $20.000 ). Subtitulada como “Puerta de entrada a la capital”, el libro recorre su historia, reúne fotografías de diversos archivos, museos, bibliotecas y colecciones privadas, y sitúa a la Estación Central también dentro de la literatura chilena. Así se redescubre desde diversos ángulos el edificio a 160 años de su plan de construcción, considerando como fecha de inicio el año de 1857, que González Rodríguez advierte como el momento en que por primera vez circuló un ferrocarril en Chile: un viaje de 16 kilómetros hasta San Bernardo. El terminal que conocemos hoy, eso sí, es el resultado de una obra escalonada en el tiem-
po que finalizó en 1897 con el montaje de las piezas de acero que llegaron desde Francia y cuyo armado a modo de milimétrico mecano gigante lideró el ingeniero chileno Carlos Camus, un hombre que había estudiado en París.
SÍMBOLO DE PROGRESO
“Es un mito que la Estación Central fue diseñada por Eiffel. Lo que pasa es que la compañía francesa Schneider Creusot fabricó las piezas según el modelo
de Eiffel. El principio constructivo le pertenece y ya estaba presente en Francia y Bélgica”, explica el autor. Sin tecnologías avanzadas, las piezas se montaron en seis meses y la estación se pintó en otros cuatro meses. Se trataba de una monumental estructura de acero, vidrio y mampostería, y en este caso también con lucarnas que permitían la salida del humo de las locomotoras: 158 metros de largo y 25 de altura en el punto mayor, de unión de 16 arcos metálicos, con un peso de mil toneladas. Nunca se había visto nada tan grande en Chile, La Estación Central fue una obra mayor, pero —dice González Rodríguez— también el símbolo de un proceso visionario que dejaría atrás la Colonia e iría a poner al país en ruta de la modernidad: “Fue con el tren que avanzó el espíritu de la República”, escribe el investigador Miguel Laborde en el prólogo del libro, Después de los galpones de mediados del siglo XIX y antes de la obra finalizada con que se inició el siglo XX, existió otra Estación Central. Terminada en 1888 consideró dos grandes alas neoclásicas para el frontis, que serían también un proyecto a largo plazo ideado por Eulogio Altamirano, primer director de la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Sobre esas construcciones, aún sobrevivientes, se instaló una década después la estructura de acero. “Este libro propone un ejercicio de nostalgia del futuro: mirar el pasado reciente y lejano para reponer la dignidad de la Estación Central. Si fuimos capaces de en el siglo XIX, cómo no vamos a poder darle en el siglo XXI la dignidad que merece”, cierra Sergio González Rodríguez.