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“La infancia está sola”, asegura Viviana Tartakowsky, directora de la Escuela de Psicología de la Universidad Bernardo OHiggins (UBO). “Los cuidadores principales no logran generar tiempo de calidad. Hay un uso intensivo de tecnología, pero sin un marco que enseñe a niños y adultos a navegar ese entorno. No hay alfabetización digital universal para docentes ni para padres, lo que profundiza esta desconexión”, agrega la experta.
“El estrés en la niñez no siempre se expresa con palabras”, señala Tartakowsky. “Puede aparecer como terrores nocturnos, regresión en hábitos, desconexión emocional, o una urgencia constante de estar frente a una pantalla. En los más grandes, se puede ver como aislamiento, irritabilidad o abandono de intereses antes disfrutados”, precisa la académica.
Uno de los factores más preocupantes es la invisibilidad de las señales de alerta. Muchas veces, padres o profesores normalizan ciertos cambios de ánimo o comportamiento sin notar que pueden corresponder a cuadros clínicos que requieren atención especializada. “Cuando un niño deja de jugar, de hablar, de dormir, o dice abiertamente que no quiere vivir, estamos ante un grito de auxilio que no se puede ignorar”, advierte la psicóloga.
Las condiciones estructurales no ayudan: falta de áreas verdes seguras, escasa conciliación entre vida laboral y crianza, largos tiempos de traslado urbano, agotamiento docente y vínculos familiares frágiles dificultan aún más el desarrollo psicológico de niños y niñas.
Frente a este panorama, Tartakowsky propone una herramienta fundamental, aunque a menudo subestimada, como lo es el juego. “Esta actividad no es un lujo, es una necesidad. Al jugar, el niño desarrolla tolerancia a la frustración, empatía, creatividad y, sobre todo, se siente visto y valorado. No hay sustituto tecnológico para eso”.
Otro punto clave es dejar atrás la crianza en soledad. La investigadora señala que involucrar a la familia extendida, establecer redes con vecinos, colegios y comunidades, y promover la coparentalidad son elementos protectores que ayudan a construir entornos emocionalmente seguros y estables.
“Los niños no necesitan cosas, necesitan experiencias”, enfatiza la directora de Psicología de la UBO. “Si se sienten queridos en casa, no buscarán validación en las redes. Lo importante es que el amor no se condicione, pero que sí existan límites claros y consistentes”.
Y aunque el diagnóstico es preocupante, también hay espacio para la acción. Observar, dialogar y pedir ayuda a tiempo puede marcar una diferencia crucial, dice Tartakowsky. En este contexto, el Día de la Salud Mental es una oportunidad para mirar con atención el estado emocional de niños y niñas.
“Más allá de discursos simbólicos, es el momento de poner en el centro lo verdaderamente esencial: el bienestar psicológico de quienes serán el futuro de nuestras sociedades”, finaliza la especialista.
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