El reino perdido de Lo
El reino perdido de Lo G rupos de jóvenes monjes en túnicas color granate ensayan bailes, cánticos y coreografías en el enorme patio del monasterio Chode, en la amurallada ciudad medieval de Lo Manthang, capital de Alto Mustang y a solo veinte kilómetros de una de las fronteras de Nepal con Tíbet.
Queda una semana para el comienzo del Festival Tiji y la comunidad tibetana se prepara para celebrar: los templos reciben una nueva mano de pintura y se coloca incienso en todos sus rincones; cientos de bolitas de tsampa --típica masa de harina de cebada y mantequilla de yak-se amasan para ser consumidas por locales y turistas, y gigantescas y coloridas mascaras que representan deidades son fabricadas y pintadas a mano por monjes y "lobas", como se llama a los habitantes de Lo Manthang.
El festival nació hace 300 años, nos explican, como representación de la victoria del Bien sobre el Mal, y esta vinculado estrechamente al budismo tibetano, comunidad que el 6 de julio conmemora otra gran fecha en su calendario: el cumpleaños número 90 del decimocuarto Dalái Lama. En Lo Manthang, esta conmemoración se puede celebrar sin las restricciones que tienen los tibetanos al otro lado de la frontera, en la llamada Región Autónoma de Tíbet, actualmente bajo el dominio de China.
Aquí, en el antiguo reino de Lo, la cultura tibetana se preserva casi intacta, y sus habitantes conservan las prácticas ancestrales mientras docenas de monasterios, templos, estupas, chortens y manis hacen de la región un verdadero museo al aire libre de esta cultura casi en peligro de extinción, que en Alto Mustang se mantiene en el hábitat que le dio origen: a mas de 3.000 metros sobre el nivel del mar, y cercados por los Himalayas.
Nuestra ruta hacia Lo Manthang había comenzado una semana antes en la ciudad nepalesa de Pokhara y, aunque la mayoría de los viajeros prefiere tomar un avión para ahorrarse las siete horas de serpenteante y polvoriento camino de tierra hasta Jomsom, centro neurálgico del circuito de trekking del Annapurna, elegimos ir montados en un jeep para visitar las distintas villas y monasterios camino a Alto Mustang: así podríamos impregnarnos de esta cultura, aparte de ir aclimatándonos gradualmente.
La primera noche la pasamos en la villa de Thasang, a 2.700 metros y todavía en la verde región de Bajo Mustang, donde cientos de huertos de manzanos son regados por las aguas del Kali Gandaki, el río sagrado que es tributario del Ganges. En el lodge hay un encuentro de seguidores del fallecido gurú indio Osho que bailarán, cantarán y meditarán con vista al grandioso monte Dhaulagiri, séptima cumbre más alta del mundo. Al día siguiente, me levanto como ellos al alba y subo al rooftop para ver su cumbre en fulgurantes tonos anaranjados. El espectáculo es difícil de olvidar.
Cuando nos despedimos del lodge, recibimos las primeras kathas, bufandas hechas con una tela parecida a la seda que se les ponen a los viajeros alrededor del cuello para desearles feliz travesía (al final, traeríamos muchas como recuerdo). Hacia el reino perdido Ahora vamos camino a villa Kagbeni, la puerta de entrada al exreino de Lo y límite entre Bajo y Alto Mustang. En la ruta, imposible dejar de hacer paradas, empezando temprano con Marpha, pintoresco pueblo también conocido como la "capital de las manzanas": es la base de su economía. Recorremos sus estrechas callejuelas flanqueadas de casitas con techo de barro y pilas de leña apiladas sobre ellos. En una de esas viviendas pruebo un crumble de manzana insuperable, y luego compramos el tradicional licor de manzana para más tarde.
Fue en Marpha donde tuvimos el primer acercamiento al budismo tibetano: en el Tashi La Khang Gompa, un monasterio de 200 años donde nos hablaron de figuras que veríamos una y otra vez a lo largo de la estadía, como Guru Rinpoche, el bodhisattva (ser iluminado) que habría traído esta religión desde el Tíbet. De vuelta al vehículo, seguimos subiendo. Paramos brevemente en Jomson, principal ciudad del Bajo Mustang y donde está el último aeropuerto enclavado en los Himalayas. En nuestro grupo están Emilie Sherpa, experimentada guía, y Sambyo, magnífico conductor de este recio jeep.
Ella es hija de padre sherpa y madre francesa, y aunque nació en el noreste del país, en la región de Khumbu, cercana al Everest, solía venir a Mustang desde muy pequeña, cuando la carretera que hoy recorremos no existía y tardaban semanas en llegar a cualquiera de las villas caminando junto al río, mochila al hombro, acampando o alojando en casas locales. Parece algo lejano, pero Recién en 2012 se completó este camino que conecta a China con el sur de Nepal.
El aislamiento que hubo hasta esa fecha ayudó no solo a preservar la cultura sino que alimentó el mito de que esta era tierra prohibida, de acceso restringido a extranjeros y donde luchaba, en los años 60, la resistencia tibetana: los temidos khampa, provenientes del noreste del Tíbet. A pesar del declive de ese grupo, Nepal mantuvo la región recluida hasta 1992, como una forma de controlar una zona, decían, conflictiva. Aún hoy, para visitar Alto Mustang hay que pagar 500 dólares por persona por un permiso de diez días. Y es precisamente en Kagbeni donde está el puesto de control. Cuevas del cielo, demonios y espíritus Detrás de nosotros se alzan las grandiosas paredes del Nilgiri. Seguimos camino por el valle del Kali Gandaki, uno de los cañones más profundos del planeta, esculpido por el río del mismo nombre a medida que los Himalayas fueron abriéndose paso en su formación. Además de su atractivo geológico, esta garganta ha tenido por siglos una gran importancia cultural como ruta comercial y de peregrinación.
Y vamos precisamente a uno de los principales lugares sagrados: subimos los más de trescientos escalones hasta el templo de Muktinath, que se El reino perdido de Lo MUSTANG: Enclavado en los Himalayas, entre las cordilleras de Annapurna y Daulaghiri, y cercano al límite con Tíbet, se esconde un antiguo reino prohibido hasta 1992 para los forasteros. Y de acceso aún hoy restringido. Es el último reducto de una cultura tibetana todavía intacta. TEXTO Y FOTOS: Olga Mallo, DESDE NEPAL. ABANDONADO. Un monasterio en desuso, cerca de Lo Manthang. COSTUMBRE. Las tradicionales casas tibetanas tienen el techo plano y hay pilas de leña encima. LO MANTHANG. Esta ciudadela, fundada en el año 1380 d.C., es la capital del antiguo reino de Lo. TEJIDO. Una habilidad comun entre las mujeres de Lo Manthang, quienes usan generalmente lana de yak o nak. KALI GANDAKI. Este cañón, dice la leyenda, se tiñó de rojo con la sangre de una mujer demonio vencida por Guru Rinpoche. CRIS TIAN FIOL ENSAYO. Monjes del monasterio Chode preparan bailes para el festival Tiji. ESTUPAS. No son solo un hito que alberga reliquias religiosas, sino parte del paisaje cultural. PATRIMONIO. El monasterio de Nyiphuk está construido en la roca.. - - - - - El reino perdido de Lo considera símbolo de armonía religiosa donde budistas e hinduistas celebran sus cultos con respeto e integración.
A 3.800 metros, es uno de los templos mas elevados del mundo, y ajenos a cualquier "mal de altura", los fieles cumplen el ritual de mojarse para purificarse bajo los 108 surtidores que traen agua del Gandaki. Esa noche dormimos en Kagbeni, a 2.800 metros: para aclimatarse, es clave bajar unos cientos de metros antes de seguir subiendo. Para evitar problemas con la altura.
Y como una pausa para lo que veríamos al día siguiente: el paisaje se vuelve cada vez más imponente, cuando el verde es reemplazado por diferentes tonos de ocre mientras vamos bordeando la profundidad del valle, que cae tres mil metros hasta el río. Los Himalayas nos flanquean por un lado, y al otro, a medida que zigzagueamos cuesta arriba, en los acantilados vemos millares de cavernas esculpidas en arenisca.
Son las "cuevas del cielo", compleja e inaccesible red laberíntica, que dicen aquí es uno de los mayores misterios arqueológicos: construidas por seres humanos, se cree que albergaron a una prehistórica civilización que, además de vivir aquí, las usaron como cámaras mortuorias.
Hay más de 10 mil de estas cavernas en Alto Mustang y en algunas se han encontrado restos momificados de hace 3.000 años, mientras en otras se descubrieron extraordinarias pinturas rupestres de los siglos XIII y XIV que muestran escenas de la vida de Buda.
En la ruta a Tsarang (a 3.570 metros), visitamos dos importantes gompas (monasterios) construidos en cuevas naturales: Nyiphuk (usado en los tradicionales retiros de tres años, tres meses, tres días, período en que los monjes budistas alcanzarían cierto grado de claridad espiritual), y luego a Chungsi (uno de los sitios de peregrinación más importantes). En esta última, Emilie cuenta la historia de Guru Rinpoche, quien habría levitado y dejado su energía en esta gruta durante su estadía en el siglo VIII.
Y luego nos muestra una huella que habría pertenecido al "gran maestro". Horas más tarde, al llegar a la hermosa villa de Ghami, en cuyos alrededores la vertical roca sedimentaria de los acantilados se vuelve roja, la figura de Guru Rinpoche reaparece: según nos dice, ese color en la piedra se debería a la sangre derramada por una mujer demonio que hacía padecer todo tipo de males al pueblo de Lo, hasta que el maestro la derrotó luego de una brutal lucha. Los espíritus de siglos parecen habitar entre la roca y el viento, y todo se siente como algo posible. Vino, príncipes y yaks Hemos dormido en Tsarang. La noche anterior cometí el error de tomar una copa de vino, que había evitado antes por miedo a sufrir mal de altura. Pero luego de varios días sobre 3.000 metros, creí estar a salvo.
Un insoportable dolor de cabeza no me ha dejado dormir y solo me abandona después de 2 litros de electrolitos en polvo (jamás viaje sin ellos). Solo en la tarde pudimos retomar el camino y partimos a la capital del reino, Lo Manthang. Chortens, estupas y banderas de oración que flamean descoloridas al viento, escoltan la ruta. En una de las cumbres al norte, sobre la meseta, Emilie indica un edificio que centellea con el sol que le cae desde arriba. Es una mole de acero que no concuerda con el paisaje ni nada que hayamos visto en Alto Mustang. Es una torre de observación china. "Estás viendo Tíbet. Estamos a 12 kilómetros de la frontera", dice la guía. Seguimos en silencio, hasta que aparece: una ciudad amurallada, en blanco y rojos. Rodeamos el muro que guarda tres monasterios y el palacio real. Continuamos por la calle de tierra hasta un hotel que está en las afueras del pueblo, en la única cuadra pavimentada. Abre las rejas un hombre de mediana edad. "Es el príncipe de Mustang", dice Emilie. Jingme Palbar Bista, el gentil portero, es efectivamente rey. Uno que nunca podrá reinar. Su padre fue el último monarca de Mustang, hasta 2008, cuando Nepal abolió sus poderes. Hoy, el noble sin corona se ha aventurado en la industria hotelera y ha invertido en el Royal Mustang Resort, donde alojaremos. Dejamos la ciudad amurallada para los días siguientes. Esa tarde paseamos por calles que parecen detenidas siglos atrás, salvo por el gran numero de motocicletas que corren esquivando vacas y cabras en las vías polvorientas. Las encantadoras casas de techo plano tienen puertas en vivaces colores verde y azul, y la amable gente del pueblo camina con sus malas en la mano (una especie de rosario), murmurando oraciones. Nos sumamos haciendo girar enormes ruedas de oración, de cobre o bronce, situadas en diversos puntos. Como tenemos tiempo en la ciudad, los siguientes días los dedicamos a los monasterios, que son el corazón espiritual de Lo Manthang. El primero es ese con el que comenzamos este artículo, Chode Gompa, del siglo XIII, y el más grande de todo Mustang. Aquí viven lamas de alto rango y es la escuela de monjes budistas más importante de la región. Para visitar Thubchen Gompa, pago 100 dólares por el permiso para sacar fotos y no me arrepiento. Sus magníficos murales de arte budista del siglo XV, ostensiblemente dañados, están siendo objeto de un asombroso trabajo de reparación. Los realizan artistas formados localmente bajo la supervisión de un especialista italiano, tras un estudio minucioso de documentos históricos. Finalmente vamos a Jampa Gompa, presidido por una estatua de tres pisos de Maitreya, Buda que debiera aparecer en el futuro, y a quien el templo está dedicado. Tiene 108 misteriosos mandalas pintados con oro y plata por lamas que quisieron dejar el secreto de la iluminación en estas paredes que además tienen la más espectacular vista a los Himalayas. La última mañana, vamos muy temprano montaña arriba. Partimos al alba porque queremos conocer una de las pocas familias aún dedicadas al pastoreo de yaks. Y si queremos ver su rutina diaria, debemos estar allá a primera hora. Una vez ordeñadas las naks (hembras del yak), los animales son llevados a pastar a más altura para regresarlos antes de ponerse el sol. Es un estilo de vida de generaciones, que parece tener sus días contados.
La nueva carretera ha dejado a esta especie como algo del pasado: ya no sirven para transporte ni como porteadores; solo el comercio de su leche y carne le da a la familia Rigzin algo para la subsistencia.
Mientras probamos su tradicional té negro con gruesa leche de nak, que amablemente nos ofrecen en su carpa-hogar hecha de lana de yak hilada a mano, Pema, el hijo, 24 años, dice que no dudaría en ir a trabajar a Pokhara o, incluso, a alguna de las explotaciones mineras que los chinos han empezado a operar tanto en la zona como en el Tíbet. De vuelta en Lo Manthang, partimos a El Reino Escondido, una impresionante tienda de antigüedades. Su dueño, Funsang Bista, recorre la región, villa por villa, en busca de tesoros ocultos.
En su negocio ningún objeto es igual a otro; cada pieza tiene una historia y es una muestra de tradición tibetana. "Si quieres artesanía tibetana autentica, compra en los anticuarios de Lo", me habían dicho en Pokhara, donde cada tienda exhibía las palabras "arte tibetano" sobre especies hechas por maquinas en grandes fabricas. Hicimos caso, para traernos una porción de Mustang y su cultura, que parece tan frágil en estos momentos ante la progresiva llegada de la "civilización", que ha esquivado tanto tiempo. D MISTERIO. Mustang guarda 10 mil cuevas hechas hace miles de años. FAMILIA RIGZIN. Empiezan sus faenas con los yaks a las 5 de la mañana. ESTUPAS Y MOTOS. Lo Manthang mezcla tradición y modernidad. VISTA. Kali Gandiki y el monte Annapurna (8.091 metros) al fondo. TIENDA. Funsang Bista trae reliquias de los rincones más lejanos de Mustang. MAITREYA. Su figura preside el monasterio Jompa, en Lo Manthang..