El color de la oscuridad
El Museo de Bellas Artes presenta hasta febrero una exposición de la artista boliviana Aruma, cuya lumínica propuesta integra las tradiciones textiles de las culturas andinas con los recursos que ofrecen la electricidad y la electrónica. Jazmín Lolas E.
Revista Mensaje S Hace cinco años, Aruma aprovechó la espesura del bosque nativo de Payacollo, Bolivia, para montar una exposición de obras tejidas con fibra óptica que lograron mostrar toda su potencialidad gracias a la oscuridad imperante en ese entorno.
Ese tipo de ambiente —carente de claridad— es donde mejor se expresa el trabajo de la artista, que hace dos décadas empezó a investigar las posibilidades que ofrece la mezcla de la tradición textil con los recursos que proveen la electricidad y la electrónica.
Desde entonces, el vínculo entre la autora y sus creaciones lumínicas es tan estrecho que hasta su seudónimo hace referencia a su propuesta: aruma es una palabra aymara que significa «noche» y así es como ella quiere que la identifiquen, en reemplazo de su nombre legal, Sandra de Berduccy. «Los colores y la luz que surgen en una atmósfera oscura son el concepto de mi obra», dice la artista, quien, si bien nació en Oruro (en 1976), se fue a vivir hace casi una década a Payacollo, en pleno campo, donde instaló su laboratorio cerca de los algarrobos. El último año y medio, sin embargo, Aruma lo ha pasado en Chile. Programada originalmente para preparar la exposición que presenta hasta febrero en el Museo de Bellas Artes, su visita se haido prolongando debido a que «surgieron cosas que me han detenido aquí de buena manera», cuenta.
Entre esas cosas, se cuentan proyectos de colaboración con grupos de tejedoras del sur y el posgrado que decidió cursar en una universidad local, según comenta desde el Cajón del Maipo, donde fijó su residencia mientras permanezca en el país. Obras interactivas Bajo el título «Illasawiri. Tejidos de energía resplandeciente», la muestra que la autora presenta en el ala norte del Museo reúne alrededor de cuarenta piezas, varias elaboradas especialmente para ese espacio.
Todas se sustentan en un oficio que aprendió en la niñez, de la mano de su abuela, perteneciente a una comunidad mestiza quechua. «Empecé a tejera los 12 años, con las técnicas más simples; entre ellas, el ganchillo», relata la artista, que evita usar la palabra «rescate» para definir su producción, tomando en cuenta la vigencia que tiene en Bolivia la práctica de la labor textil heredada de las culturas andinas. «La usamos cotidianamente», precisa.
A partir del telar de cintura —que, como su nombre indica, se sostiene, por un extremo, en la cintura de quien teje y, por el otro, en el tronco de un árbol—, Aruma ha dado forma a tramas y figuras diversas en las que incorpora tanto hilos naturales como fibra óptica, cobre, sensores y circuitos.
De ese modo, lo que se aprecia, y siente, en la sala norte del recinto es un conjunto de obras interactivas que, en parte, dependen Aruma, utilizando un telar de cintura, en Río de Janeiro, en 2017. Fotografía: Manuela Cardoso. E-awayo, 2017. E-landero, 2018 (detalle). E-allgamary, 2016. o yu «La energía que fluye a través del textil es lo que define el sentido de mi trabajo». E-cholita, 2020. Away-takiy, 2018. Telar sonoro interactivo, en español significa tejer-cantar. Crisálida (detalle). —ARUMA— de la voluntad y el entusiasmo del espectador para funcionar.
Una de ellas consiste en una larga franja coloreada en rojo, café y amarillo en la que se distinguen distintas formas y que produce sonidos a medida que el público va posando sus dedos en la trama.
En otra, cuyo título es «Crisálida» —y que se asemeja a esa etapa de la metamorfosis de los insectos—, el público puede escuchar los latidos de su corazón después de pulsar otro sensor con el dedo anular.
También hay proyecciones y objetos colgantes, entre los que destaca una serie de radiantes ovillos de fibra óptica suspendidos, al igual que numerosos pequeños cuadros — también iluminados— donde se ven tonalidades y tramas reconocibles en el arte textil ancestral. «El propósito de mi trabajo es quebrar la brecha entre las tecnologías más actuales y el tejido. La gente tiende a creer que ambos no tienen nada que ver, cuando en realidad el tejido es una tecnología blanda. También destaco el arte textil como máquina de pensamiento, porque para tejer hay que recurrir a un orden, a un sistema de reflexiones. El mundo andino se vincula con la lógica del textil, que se refleja en las siembras, en los regadíos, en las relaciones que se establecen en la vida diaria. Los tejidos tienen, por otro lado, la habilidad de volverse circuitos: son, igualmente, sistemas complejos de conexiones», explica Aruma. Quizás las obras más radicales dentro de la exposición de la artista son unos cultivos de cristales de sales.
Estos reposan sobre nidos de fibra óptica tejida y deberían ir creciendo durante el periodo que dure el montaje para generar nuevas estructuras luminosas. «La energía que fluye a través del textil es lo que define el sentido de mi trabajo», dice la artista, que ilustra esta reflexión, describiendo el contenido de un video en la exhibición.
Se trata del registro de una performance que se basa en el gesto de hilar: «Cuando una tejedora hace torsiones y vueltas con la fibra en el huso, lo que está haciendo es acumular energía que se traspasa al textil, que gracias a esa energía guardada resulta impenetrable», afirma. Q