Democracia en tiempos de fake news
'na de las principales preocupaciones de cara al inicio del calendario electoral en Estados Unidos (con el caucus de lowa, el 3 de febrero) es el peligro dela injerencia extranjera, como ocurrió en 2016, cuando trolls —principalmente rusos— divulgaron miles de noticias falsas a wravés de redes sociales.
La denominada «trama rusa» y cómo esta influyó en la campaña de Donald Trump; el robo de 20 mil correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata, divulgados posteriormente por Wiki Leaks, y el escándalo de Cambridge Analytica, que compró los datos de 50 mi llones de usuarios de Facebook para hacer publicidad de campaña, han dominado la discusión política durante los últimos tres años. Que algo similar ocurra en nuestro país es un escenario plausible. La confianza delas personas —en especial los jóvenes— en las redes sociales como fuentes de información ha crecido de manera significativa.
La reciente encuesta “Participación, nes y consumo de medios” (UDP-Feed- “Si la actividad de trolls, bots y hackers puede ser tan determinante como el dinero en las campañas, debiera ser objeto de una preocupación similar”. Back, noviembre-diciembre 2019) señala que el porcentaje de jóvenes que confían 'más en las redes que en otros medios pasó del 17% en 2018 a 52% después del estallido social. La confianza en la televisión, en cambio, pasó del 31% al 10% en el mismo periodo.
Algunas características del caso chileno, además, hacen más difícil combatir este fenómeno, Como ha destacado Sebastián Valenzuela, investigador de la Facultad de Comunicaciones de la UC y del Instituto Milenio de Fundamentos de los Datos, en nuestro país la elaboración de noticias falsas es más artesanal pero por lo mismo más perniciosa, pues no hay un emisor al cual identificar. Además, la difusión de fake news, o informaciones que contaminen el debate político, no está asoCiada solo a las noticias falsas, sino más bien a las medias verdades y a la descontextualización. Por lo mismo, la regulación de la actividad política en la web debiera transformarse, prontamente, en una prioridad. Es cierto que la principal vía para mitigar el efecto distorsionador de las fake news no es unaley, sino la educación digital.
También que las características propias de esta industria dificultan las regulaciones locales Y que, por cierto, los datos generados por esta vía pueden ser una valiosa herramienta para mejorar la calidad de la deliberación democráti Nada de ello, sin embargo, justifica ignorar esta amenaza. Nuestro país construyó, desde 2015, una legislación comparativamente sólida —aunque todavía incompleta— para reducir la influencia del dinero privado en la política y elevar sus niveles de transparencia y rendición de cuentas. Si la actividad de trolls, bots, hackers y otros agitadores en la web puede ser tan determinante como el dinero en las campañas tradicionales, debiera ser objeto, al menos, de una preocupación similar.