Jorge González Sudamerican rocker
Tres días antes del recital que dio el domingo 8 de febrero de 2015 en la ciudad de Nacimiento, en el sur de Chile, ya había acusado problemas de salud. Problemas serios.
Fue a poco de comenzar su show en el Festival de la Voz de Pichidegua, mientras interpretaba a duras penas la canción "Amiga mía", con inconvenientes para dar con los tonos de voz, cuando Jorge González dibujó una mueca de disgusto y amargura y se despidió a su modo, golpeando el micrófono con los puños, como si tuviera parte en el asunto: --No, no puedo --se excusó--. Estoy haciendo el loco mal. Perdónenme, buenas noches, no puedo. Algo similar había ocurrido una semana atrás en otra ciudad. Lento y desganado, dejó que sus músicos y el público corearan parte de las canciones y en un momento, a modo de justificación, soltó que estaba hecho concha. Eso dicen que dijo: estoy hecho concha. Dos meses antes había cumplido cincuenta años. Todos lo veían mal desde que había llegado de Berlín, donde vivía desde 2011, aunque lo adjudicaron a un resfrío mal cuidado, quizás un efecto del jet lag. Pero aquel domingo 8 de febrero de 2015, en la ciudad de Nacimiento, González luchaba con su voz, con un cuerpo flojo y una cabeza confusa, intentando sacar adelante un concierto que naufragaba apenas iniciado.
Alguien del público gritó ¡ borracho! y él, extraviado, molesto, saltándose el orden del repertorio, siguió adelante entre pifias crecientes. ¿Qué le pasa a Jorge González? Se preguntó más tarde en redes sociales alguien que había estado en el concierto.
Más parecía el Jorge González de fines de los noventa que el de los dos mil: era como volver al que cantaba a disgusto las viejas canciones de su banda, Los Prisioneros, y se peleaba con el público y los periodistas, y no el que había asomado en la última década, más limpio y luminoso, reconciliado consigo mismo, con su país, con su fama de maldito y provocador, de vuelta a las canciones simples que hablaban de su infancia, íntimas y de vocación popular. Definitivamente ese último Jorge González no tenía que ver con ese espectro extraviado que deambulaba por el escenario y que en un momento desafió al público. ¿Qué mierda pifian? --encaró--. Si quieren pifiar, háganlo fuerte. Las señales habían comenzado mucho antes. En los últimos meses, su amiga y exnovia Carola del Río, que era su vecina en Alemania, no lo había visto bien.
Es decir, se corrige ella, lo había visto mejor que nunca, sano y de buen ánimo, viviendo como un perfecto desconocido en Berlín, meditando de madrugada y dedicado casi de lleno a componer canciones para un nuevo disco.
Pero también lo había visto canfi MAMETA Documentos BB ¡ Jorge González 'Sudamerican rocker Trece autoras y autores de distintos países de América Latina escribieron los perfiles que componen "ídolos", un libro editado por Leila Guerriero que da cuenta, individualmente y en conjunto, del fenómeno pop en nuestra región. Aquí un extracto del retrato que Juan Cristóbal Peña escribió sobre el líder de Los Prisioneros. Prisioneros. sado, algo lento y torpe, tanto así que le aconsejó visitar a un médico.
Su madre también había advertido algo: en la última visita que había hecho el músico a su casa de Santiago, cinco meses antes de aquel recital, Ida Ríos notó que su hijo arrastraba los pies y parecía desconcertado: sacaba una manzana del frutero, la mordía una vez y la dejaba; más tarde volvía a tomar otra, la mascaba y la dejaba.
La gente cercana a González y el mismo González estaban preocupados, más al inicio (Continúa en la página 16) Jorge González Sudamerican rocker. (Viene de la página 15) de esa gira de comienzos de 2015 que recorrería veinte ciudades de Chile y que luego pasaría por Perú, Colombia y Estados Unidos. "No sé qué me pasa", recuerda el guitarrista Gonzalo Yáñez que le dijo el cantante. Le aseguró que no estaba consumiendo drogas y que buscaría el tiempo para ir al médico. --Yo creo que ni él ni yo quisimos ver lo obvio.
Él se empeñó en negarlo, insistía en que tenía un resfrío y nosotros le hicimos caso. --Siempre me lo voy a reprochar --dice Yáñez, su guitarrista y amigo, que esa madrugada de febrero en Nacimiento se empeñaba en cantar las canciones que González era incapaz de cantar completas, si es que no las desafinaba.
De acuerdo con un reportaje de la revista "Sábado", de El Mercurio, que recreó ese concierto, hacia el final todavía tuvo energías para provocar al público que lo abucheaba: --El que está pifiando que se venga a subir acá o que se vaya a la casa a acostarse con un tecito. Que no se quede rompiendo las pelotas aquí. La última canción que tocó fue "Tren al sur", pero él ya no estaba ahí. A duras penas, entre pifias y algunos insultos, bajó del escenario y partió a un hotel donde se echó a dormir, a la espera de que aplacara ese resfrío de verano. Pero no aplacó.
Y al día siguiente, cuando su mánager lo llevó a un hospital, asomó lo obvio: estaba desarrollando un infarto isquémico cerebrovascular que, según se supo unos días después, había comenzado con señales más débiles al menos seis meses antes. Tenía un severo daño en el lóbulo izquierdo del cerebro, lo que se traduciría en dificultad para hablar y una parálisis parcial del brazo y el pie izquierdos. El de Nacimiento, aquel verano de 2015, fue el último concierto de Jorge González antes de caer enfermo. Pero no solo eso. Como escribió su baterista, "esa noche murió algo": fue la última vez que se mostró como el artista rebelde y punzante que se empeñó en ser desde sus comienzos.
AAA En la imagen se los ve a los tres, ya adultos, sentados tal como se sentaban en el aula de clases del Liceo 6 de la comuna de San Miguel, en Santiago, donde se conocieron en 1979: desde una esquina de la sala, Jorge González mira hacia la pizarra con un gesto socarrón, orgulloso de sí mismo; a su derecha, con un rostro de adolescente distraído, Miguel Tapia; y delante de González, con mirada cándida y melena principesca, Claudio Narea.
Es el invierno de 1987 y Los Prisioneros, que han publicado dos discos y están en la cima de la popularidad, han vuelto al liceo para grabar un documental to al liceo para grabar un documental to al liceo para grabar un documental to al liceo para grabar un documental Ficha de autor Juan Cristóbal Peña, periodista, escritor y académico de la Universidad Alberto Hurtado. Es autor, entre otros, de los libros "Jóvenes Pistoleros" (2019), "La Secreta Vida Literaria de Augusto Pinochet" (2013) y "Los Fusileros" (2007). dirigido por Cristián Galaz.
Están en la cima y son estrellas y referentes de una generación, porque ya han popularizado la canción "La voz de los *8o" y en las radios suena ese himno de la contracultura que es "El baile de los que sobran", que habla de desesperanza y desigualdad social a través de versos como "Únanse al baile / de los que sobran / Nadie nos va a echar de más / Nadie nos quiso ayudar de verdad". Pero Los Prisioneros no visten como estrellas ni se comporcillos muchachos de liceo público, de pelo corto, camisa y chaleco de cuello en U, que no tiene nada que ver con ese estilo new wave de grupos argentinos como Soda Stereo y Virus, con los que rivalizan, ni menos con esos músicos tristes y quejumbrosos del Canto Nuevo, a los que desprecian.
En ese documental, titulado Los Prisioneros, está todo lo que hay que saber del grupo, partiendo del hecho de que Jorge González es el líder y tiene plena conciencia de eso y de lo que quiere seguir siendo: un fenómeno de masas, admirado por gente sin poder "que cachaba que nunca iba a ser jefe, porque sus papás eran júniors, aprendices o empleados", como se le escucha decir. Su público es popular, dice González, y se siente interpretado con canciones que hablan desde el resentimiento.
Qué otra cosa si no es la canción "Por qué los ricos", dedicada a los "niñitos bien" que "Van a sus colegios a jugar / con los curas, con las tan como tales, sino como tres sentan como tales, sino como tres senmonjas de la caridad. / Con sus cuerpos llenos de comida, / crecen como europeos, / rubios y robustos". Los Prisioneros saben --más bien Jorge González parece saberlo, porque es el autor de la gran mayoría de las canciones, y porque en ese documental es quien más habla, seguido de Narea, que habla poco, y de Tapia, que casi no hablaque están provocando algo poderoso y subversivo, que molestan a medios oficialistas "que no hablan de que hay pobres, lo dan por hecho", medios que a la vez prefieren a los grupos argentinos "porque son fachos" y por "una cosa de complejos", porque "como a uno lo ven llegar a pata a la redacción de la revista donde hace la entrevista, ya lo miran en menos". A esas alturas, que el país esté bajo una dictadura es un hecho de la causa más que un problema. La dictadura de Pinochet aún no los ve como una amenaza, quizás porque llevan el pelo corto y parecen pueblerinos inofensivos, y sobre todo, porque no denuncian los crímenes del régimen y se declaran apolíticos. A fin de cuentas, razona González, "no creo que los propios milicos cabezones se tomen la molestia de censurarnos a nosotros". Aún no lo saben, pero esto último cambiará a partir del siguiente año, 1988.
Aunque es de toda lógica que una banda como Los Prisioneros sea número puesto en el próximo Festival de Viña del Mar, en lugar de contratarlos la organización del evento musical más importante del país contrata a Soda Stereo, y no una Jorge González Sudamerican rocker. sino dos noches.
Y un mes más tarde, cuando Los Prisioneros se declaren partidarios de la opción No en el plebiscito de ese año (en el que se decidirá la continuidad o el fin de la dictadura), vendrá la censura del régimen. Pero para que eso ocurra, coincidente con el inicio de una crisis terminal en el grupo, faltarán algunos meses. Es mediados de 1987 y Los Prisioneros viven la gloria. Han tocado en la Argentina con suerte dispar, anotan 55 mil copias de casetes vendidas y preparan un nuevo disco que saldrá a fin de año.
Así y todo, como se ve en ese documental, siguen siendo esos liceanos traviesos que se desafían a un "duelo de gallitos" (una pulseada, en plena entrevista, que Narea le gana a Tapia porque, al verse derrotado, usa sus dos brazos) y lanzan bromas a la cámara del tipo "Yo soy yo y mis circunstancias, dijo Ortega y Caset". El del chiste es González, que está sentado en su esquina de la sala del liceo donde comenzó todo, con las manos en los bolsillos, porque en invierno esa sala es fría y porque quizás esa pose le da un aire de autosuficiencia. "El primer disco casi todo se gestó acá", dice a la cámara, con un dejo de orgullo por esos pupitres viejos y esas paredes rayadas.
Cuando lo grabaron, "nuestro estado era de universitarios, pero realmente en el corazón todavía éramos liceanos". Hacia el final de la grabación en el Liceo 6, González cruza un patio de cemento en busca de sus compañeros.
Lleva el pelo peinado con raya, hacia el lado derecho, y viste un gamulán oscuro y mocasines negros, y mientras camina saca de uno de sus bolsillos un pañuelo de tela azul y se suena. ¿Qué músico chileno de esa edad se peina con partidura al lado y usa mocasines colegiales negros y pañuelo de tela? Pues Jorge González que, al llegar donde están sus compañeros, le lanza una cachetada a Narea, salida de la nada y a mediana velocidad, que Narea no se preocupa por esquivar porque así es la rutina, porque Narea aguanta todo y, sobre todo, porque son unos niños. No por mucho tiempo más. MISMA DUI tando cuatro décadas después, como los privilegios de clase o el descrédito de las instituciones políticas.
Su experiencia no parece ser distinta a la de muchos niños y jóvenes de clase media o media baja de la época, criados en casas donde --como dijo en una entrevista de 1987 a revista Análisis"no hay teléfono, donde los papás tienen que trabajar y nunca han tenido un auto o una cuenta de ahorro". El trabajo del padre está fuera de Santiago, pues Jorge Hugo González Ramírez vende timbres de goma por ciudades y pueblos al sur de la capital y eso lo mantiene por largas temporadas fuera de casa. El hombre, que tuvo un pasado musical en el que era conocido como Coke Rey, cantante de folclore y boleros, es un tipo cariñoso y vividor. Ningún santo, admitió él mismo en una entrevista de 2014 con The Clinic, en la que reconoció que "he hecho tantas cagadas en la vida" que no era nadie para dar consejos. Tiene la misma edad que su esposa, nacida dos semanas después que él. Ella, Ida de las Mercedes Ríos Rojas, es dueña de casa dedicada a la crianza de sus tres hijos: Jorge, Marco y Zaida.
Los testimonios coinciden en la figura de una madre abnegada, cariñosa y consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el consentidora, especialmente con el ¿ Qué puede explicar la aparición de un genio musical como el de Jorge González? ¿ Hay un momento o un Y kconjunto de momentos que marquen un destino artístico? ¿ Cuánto influyen la familia, los amigos, la época? En este caso, hay factores que pudieron ser decisivos, pero ninguno de ellos, por sí mismo o en conjunto, termina de explicar la formación del carácter de quien compuso las principales canciones de la banda sonora de los ochenta en Chile, canciones que ya son clásicas y hablan de asuntos que siguen gravi"Jorge González. Sudamerican rocker", Juan Cristóbal Peña, en "Ídolos", Leila Guerriero (editora), Ediciones UDP, Santiago, abril de 2023.520 páginas. 2023.520 páginas. mayor, Jorge Humberto González Ríos, nacido el 6 de diciembre de 1964 en Santiago. Pocos hablan de un carácter fuerte y dominante, forjado en la adversidad de un hogar que sostiene prácticamente sola, debido a las ausencias del marido. La infancia del músico, entonces, está regida principalmente por la madre, que muestra predilección por el primogénito, a quien llama Chochito, antes que por Marco Antonio, un año y dos meses menor.
Una persona que estuvo cerca de la familia dice que solía elogiar la agudeza y sobre todo los ojos verdes de Chochito, el único de sus hijos que tenía "ojitos de color". La predilección no solo viene de la madre: en aquella entrevista con The Clinic, el padre admitió que "uno siempre tiene alguna preferencia por un hijo", en alusión al primogénito. Luego compensó sus dichos y dijo: los tres son un siete, unos genios. ARA Genio. Jorge González escuchará esa palabra, pronunciada como adjetivo, a lo largo de su infancia y adolescencia, de boca de su padre y su madre. Hay en ese término un juicio y también un deseo que se traduce en presión.
El hijo pródigo --a quien de adolescente, como dijo en una entrevista de 1987 a la revista Súper Rock, "veían como un hijo bastante bueno e inteligente, pero tenían miedo al futuro y no sabían si yo concretaría todo el potencial que insinuaba o si me convertiría en una de esas personas que tienen muchas cualidades, pero que finalmente terminan sin rum bo fijo" muestra desde temprano un carácter fuerte y resuelto, pero a la vez es reservado, sensible y enfermizo. Padece de asma y se refugia en la lectura y la música. "Ponía la radio, escuchaba música, me empezaba a concentrar en la música y se me pasaba (el ahogo)... Tenía once o doce años. Yo tengo un poco la sensación de que la música me sana", se lee en la entrevista que dio para el libro Exijo ser un héroe, de Julio Osses.
La música es parte importante de esa casa de la Novena Avenida de San Miguel, una casa de pasaje de tierra, tres cuartos y jardín, en la que suenan discos de vinilo, las canciones que interpreta el padre, las que escucha la madre en la radio mientras cocina, lava o hace aseo. El repertorio es popular y romántico: Raphael, Camilo Sesto, Salvatore Adamo.
Está también el piano vertical que el padre ha llevado a la casa y en el que el hijo mayor ensaya las primeras notas y canciones, aunque no aprenderá a tocar hasta coincidir con Narea y Tapia en el Liceo 6. En ese sentido, la música será algo accidental, si es que no utilitario. Porque cuando Jorge González se propone aprender música lo hace creyendo que ser músico lo ayudará a levantar mujeres y superar el complejo de inferioridad que lo persigue desde niño. Jorge González Sudamerican rocker.