Gonzalo Maier: "La gracia de Violeta Quevedo es estar siempre fuera de lugar”
Gonzalo Maier: "La gracia de Violeta Quevedo es estar siempre fuera de lugar” Cómo leer a Violeta Quevedo N adie sabía quién era, pero ahí estaba sentada escribiendo tan concentrada como si estuviera en su casa. Llegó pidiendo una hoja, tinta y una pluma; eso le informaron al poeta Eduardo Anguita, que al llegar a su oficina se encontró con ella.
Se acercó para averiguar quién era y, además de caer conmocionado por la "inocencia de su rostro con una graciosa picardía juvenil", vio una copia del libro La torre del campanario, de Violeta Quevedo (1879-1865). Anguita sabía de la autora, como muchos en Santiago en los años 40, y tras un par de palabras, se enteró de que esa extraña era precisamente Quevedo. A los pocos minutos le compró un ejemplar. Al poco tiempo, se convirtió en uno de sus mayores promotores y años después, cuando ella ya había muerto, le publicó una antología en Ediciones Universitaria para mantener vivo su legado. Quizás todo se trató de un malentendido, pero era lo usual con Violeta Quevedo: aparecer sin que nadie la llamara y, como diría ella, gracias al favor de la Virgen María, terminar fascinando.
Pseudónimo de Rita Salas Subercaseaux, bien entrados sus 50 años empezó a publicar unos pequeños libros inclasificables, hechos de una inocencia tan disparatada como hilarante que por un buen tiempo la convirtieron en un personaje estable dentro del repertorio del Santiago de la primera mitad del siglo XX. Una señora extravagante, sino rara o loca, aristócrata de cuna y católica sobre todo, que distribuía opúsculos (hoy diríamos plaquettes) en que narraba sus peripecias por Chile, Eur o pa, Estados Unidos, Argentina.
Si sabía escribir, o si al menos escribía bien, aún es debatible, pero la lista de sus admiradores es sustanciosa: Anguita, el crítico Alone, Joaquín Edwards Bello, Braulio Arenas, Juan Emar, Alfonso Calderón y César Aira, entre otros. "La gruta la encontré muy parecida a la copia que existe en Santiago.
La imitación es muy buena", escribió Quevedo cuando visitó la Gruta de Lourdes, en su primer libro El ángel del peregrino (1936). También vio de reojo al Papa en Roma: "Es de regular estatura y de figura muy inteligente", dice. Y así va escribiendo, tan directa y elemental que no siempre es fácil saber si le está tomando el pelo al lector.
Siempre acompañada de su hermana Clara, narra sus viajes, pero de soslayo también entrega un retrato de la oligarquía chilena y su decadencia, y justamente ese fue su primer público: amigos, conocidos y familiares agotaron sus libros; estos últimos con la esperanza de que desaparecieran para no avergonzarse de sus relatos.
Pero los lectores son incontrolables, y así como Arenas creyó ver en ella una surrealista involuntaria, Aira la consideró "muy superior a María Luisa Bombal". "La gracia de Violeta Quevedo es estar siempre fuera de lugar. Dar cuenta de esa fractura entre el mundo de ella, el mundo real, el mundo imaginario, la clase alta que deja ser alta, esa decadencia.
Con el tiempo, la van a llamar nueva, descabellada, angelical", dice el escritor Gonzalo Maier, que acaba de publicar ¡ Milagro! Un retrato de Violeta Quevedo (Ediciones UDP), un libro que reconstruye su biografía en la medida de lo posible --la autora murió hace 60 años, no tuvo hijos, solo unos pocos sobrinos--, pero sobre todo ensaya en torno al personaje y una obra tan inatrapable, tan mitificada. A la vez, hoy casi imposible de leer, pues sus libros ya no están. Acaso por eso, Maier escribió este retrato: "Este perfil no lo espera nadie. Nadie la lee, a nadie le interesa. Ese acto me interesaba, de rescate de un personaje lateral, muy excéntrico, que resultó ser bastante reconocida en los años 40,50", explica.
Punk, artesanal, breve Periodista y profesor del Doctorado en Humanidades Aplicadas de la UNAB, Maier (Talcahuano, 1981) es autor de novelas y libros de crónicas como Material rodante, Piña, Otra novelita rusa o Mal de alturas; todos breves, aunque no tanto como los de Quevedo. La autora, en su calidad de personaje extravagante, podría figurar en alguno de sus textos, siempre cargados de ironía, perplejidad y ligereza.
De hecho, por un momento se le cruzó la idea de incluir a la escritora en una obra de ficción, pero lo desechó rápido. "Es que es un muy buen personaje", dice. "Tengo un interés por personajes más o menos excéntricos, más o menos marginales, más o menos obsesivos. Ahí aparece Violeta Quevedo, que está en la cuerda de lo que yo escribo. Opera también en el género de la crónica, que me interesa; y desde cierta pelotudez, que también me interesa. Su gracia está en que uno tiende a no saber qué es fantasioso y qué es cierto.
Vive en un estado intermedio, medio alucinado, donde el santo Niño Bambino y la Virgen María son tan reales como tú. --Así como su libro "nadie lo espera", Violeta Quevedo también surgió de forma parecida: de pronto estaban sus crónicas, parecía no venir de ninguna parte ligada a la literatura. --Lo que no se puede saber muy bien es si ella pensó antes en ser escritora o no, pero sí descubre algo a partir del primer libro. La publicación de El ángel peregrino (1936), que son sus peripecias con la hermana por Europa, coincide con la muerte de la mamá y que las echan de la casa. Entonces parten una peregrinación por pensiones, casas de familiares, hoteles. Y cuando se juntan estas tres cosas da la impresión de que ahí encuentra o construye una identidad: Rita Salas da con la máscara de Violeta Quevedo. Esto le permite ser alguien en el Santiago de 1940 a esta mujer que nunca se casó, nunca tuvo hijos, siempre estuvo muy escondida o frustrada, pegada a la otra hermana. Se da cuenta de que empieza a ser leída. Encuentra algo que hacer. Algo muy concreto: voy a hacer libros, voy a ser cronista.
Con el paso del tiempo se va, no sé si profesionalizando, pero es mucho más consciente de la escritura, de cómo la ven, trata de ser parte de cosas. --Como cuenta, Rita Salas era de una familia de la aristocracia santiaguina conocida en los círculos sociales y su madre Ana Subercaseaux tenía su propia aura de excéntrica. ¿Quevedo era un personaje de Santiago antes de publicar o con sus libros empieza el reconocimiento? --Ella parte escribiendo a sus 50 y muchos, y todo lo que yo sé de ella es después de eso. Sé que nunca se casa, que fue solterona, antes de eso es muy difícil hallar datos. Y cuando parte publicando, dentro de un ambiente más o menos culto, más o menos santiaguino, da la impresión de que era famosa. No como escritora, sino como personaje excéntrico. Hay ciertos críticos, como Alone o Edwards Bello, que reconocen un valor, cierta radicalidad en la escritura de Violeta Quevedo. Una falta de filiación: de dónde sale esto, de dónde viene. Ven algo nuevo, ven una propuesta fresca. Braulio Arenas decía que si hubiese sido hombre, podría haber pasado por surrealista y vender ediciones numeradas, y su suerte hubiera sido muy distinta. Si hubiese sido Pedro Quevedo en vez de Violeta, seguramente el escenario sería mucho más vanguardista que naíf. Se le reconoce, sí, pero como un personaje menor, excéntrico. Y lo es. No sé si soy muy romántico, pero al final del día tiende a predominar el texto.
Después de la moda, si algo sobrevive 50 años, no es por una razón meramente gratuita. --La duda permanente en los escritos de Violeta Quevedo es si ella estaba consciente de su ingenuidad y la ejercía con un propósito estético, o era una expresión natural, sincera y despojada de ambición literaria. --Es la pregunta central y que abordan todos los artículos que se han escrito sobre ella. Hay dos tesis: una es que era vanguardista, que me parece que es una lectura muy voluntarista. Es forzar mucho las cosas, ponerla dentro del surrealismo chileno. Después está la opción de la pelotudez absoluta, que también me parece muy mezquino. Es una señora que no sabe lo que está haciendo y nos vamos a reír de ella. Creo que el camino está en la tercera vía, en el camino del medio. ¿Ella era ingenua? ¿ Sabía que estaba siendo ingenua? Supongo que sí. ¿Jugaba con eso? Supongo que también. Me pareció más fructífero quedarme con ese estado intermedio, que jugarme por uno de los dos polos, que sería lo más fácil. Es muy ingenua, pero hay cierta ironía.
Lo incómodo que resulta leerla está en esa ambigüedad, porque no es vanguardista, pero tampoco es completamente naíf. "El más honesto de sus lectores no llega a dilucidar si la lee por risa o por admiración", decía Aira. --¿ Cree que ahí radica su potencia literaria y el que sigamos hablando de ella a 60 años de su muerte? --Sí, en dejarte fuera de lugar, continuamente offside. Ella como que vive en otra sintonía, como que nunca deja la infancia. Pese a que sus temas nunca son infantiles, o que sus peripecias no lo sean, su punto de vista está en ese espacio donde todo es posible. En la niñez casi todo es posible. El mundo es más chico y uno es más grande, ahí está Violeta Quevedo. En esa impunidad. Por ejemplo, no sabe dónde escribir y va a escribir al Banco Central, al Hotel Carrera, a la oficina de Anguita. Cree que el país es de ella. Tiene una impunidad infantil muy evidente y muy entrañable. Hasta que se vuelve consciente de lo que está haciendo y quiere ocupar un lugar.
Y esto atenta contra la hipótesis de vieja loca: le escribe a Alone, a Edwards Bello, va a buscar a críticos a sus casas, yo tengo un libro dedicado a Poli Délano, Hace acciones positivas para formar parte.
Quiere ser escritora, reparte sus libros, se queja de que la critican mal. --Dada la dificultad de encontrar los libros de Violeta Quevedo, ¿cree que su perfil podría profundizar el mito y que el personaje termina finalmente por funcionar sin necesidad de la obra? --Es que como personaje es demasiado potente. Hay gente que está condenada un poco a eso.
Es una comparación pasada de rosca, pero pasa con Salvador Dalí. ¿Hasta qué punto es el personaje o la obra? Yo trato de hacer el ejercicio de imaginarme los textos de Rita Salas sin el personaje de Violeta Quevedo y creo que funcionan igual. Porque el personaje es ella. Si sacas toda su vida y lees estos folletines, opera igual. Ahora, la lata con su obra es que si volviera a circular, sería en algún tipo de antología, con tapa dura y prólogo.
Pero parte de su gracia está en esa forma de producción media punk, media artesanal, libros de 20 páginas... Además de que no sabes muy bien qué es lo que estás leyendo, son un puñado de hojas corcheteadas. Ella recién tiene un lomo en el antepenúltimo libro. En ese tipo de circulación fragmentaria está su estética; no es menor solo en el tono y en la anécdota, sino también en la circulación misma. Ahí hay algo súper lúdico que dialoga con la Lira Popular: es como literatura de cordel, pero oligárquica, hipercatólica. Hay una estética naíf que se parece a la Lira. Entrevista Gonzalo Maier: "La gracia de Violeta Quevedo es estar siempre fuera de lugar" ROBERTO CAREAGA C. Más mitificada que leída, Violeta Quevedo fue una escritora y un personaje extravagante del Santiago de los 40 y 50, que con sus crónicas ingenuas y descabelladas conquistó desde Alone, Eduardo Anguita y César Aira.
El escritor Gonzalo Maier publica un perfil de la autora, "¡Milagro! ", que intenta dilucidar la incógnita de su obra: ¿ hay que reírse con ella o reírse de ella? `` Su gracia está en la incapacidad que uno tiende a no saber qué es fantasioso y qué es cierto.
Quevedo vive en un estado intermedio, medio alucinado, donde el santo Niño Bambino y la Virgen María son tan reales como tú". `` Hay dos tesis: una es que era vanguardista, que me parece que es una lectura muy voluntarista. Después está la opción de la pelotudez absoluta, que también me parece muy mezquino. Creo que el camino está en la tercera vía, en el camino del medio". `` Se le reconoce, sí, pero como un personaje menor, excéntrico. No sé si soy muy romántico, pero creo que al final del día a predominar el texto.
Después de la moda, si algo sobrevive 50 años, no es por una razón meramente gratuita". ¡MILAGRO! Un retrato de Violeta Quevedo GONZALO MAIER Ediciones UDP, 99 páginas, $17.500 BIOGRAFÍA FRANCISCO JAVIER OLEA Gonzalo Maier, narrador y profesor de literatura. MACARENA PÉREZ El sistema de publicación de Violeta Quevedo era muy artesanal; ella misma imprimía sus libros y los llevaba a las librerías. Nunca le pidió a ninguna editorial que la publicara. Por supuesto, las copias fueron desapareciendo. Aunque hubo esfuerzos por mantenerla disponible: en 1951, Leopoldo Castedo costeó la publicación de Las antenas del destino, sus obras completas hasta ese momento, y que traía una portada diseñada por Mauricio Amster. En 1981, Eduardo Anguita y María Teresa Pérez Walker lanzaron la compilación Seis relatos de Violeta Quevedo, que publica Ediciones Universitaria. Y en 2007, Ediciones B lanzó una nueva antología, Cuál no sería mi sorpresa. Es difícil encontrar alguno de sus libros en papel, pero en el sitio Memoria Chilena están disponibles para descargar como PDF.
Están los nombrados, y todos los que ella publicó: El ángel peregrino, Amor al terruño, La torre del campanario, Los embrollos de Otilia, El vergel encantado, Tañidos de campana, Clarín de batalla y Rosas y abrojos..