Por un nuevo pacto Ejecutivo-militar
Por un nuevo pacto Ejecutivo-militar Señor Director: Hace tiempo alcaldes, gobernadores y voces de diversos colores e ideologías piden militares en las calles.
La emboscada a tres carabineros en Cañete obliga a revisar todo y actuar contra la criminalidad y el terrorismo con un amplio sentido nacional, práctico y simbólico. ¿Habrá algo más poderoso que responder renovando el gran pacto pendiente de Chile? El Presidente Boric podría hacer lo que nadie ha sido capaz de lograr en 50 años: reconciliar al gobierno con los militares. El abismo generacional e incomprensión histórica podría trascender mezquindades electorales. Hacer historia como una gran épica que renueva la alianza irresuelta entre dos autoridades que, como "padres" enojados, se duelen mutuamente: el gobierno y las fuerzas del orden.
Reestablecer las confianzas que el país requiere y que nosotros, ninguno de nosotros ("hijos"), fuimos capaces de mejorar en dos intentos constitucionales democráticamente electos. ¿Y quién es más grande que un Presidente electo como Boric, que le dé la mano a otro poderoso, simbólicamente amenazante, como al Comandante en Jefe del Ejército, General Iturriaga, en un gesto de pura confianza, para que despliegue su inteligencia y fuerza para un bien común, nosotros, los convulsionados "hijos"? Sin conocer al General Iturriaga, tenemos razones y evidencia para confiar; un General que en el estallido social apareció prudente, sereno y subordinado al mandato ejecutivo del entonces Presidente Piñera.
El mismo General que en la reunión del Cosena citado por Boric este año hizo un gesto único, apenas percibido: el único de los altos uniformados que, además del saludo cívico a sus pares o del saludo oficial protocolar entre camaradas (la mano derecha hacia la visera de la gorra), hizo algo más: se quitó su gorra y entró a La Moneda --para mí eso es respeto al otro--, por entrar en la casa más nuestra, la patria y sus gobernantes. El nuevo pacto tiene que intentarse desde lo alto, separado del resentimiento que nos tiene como hijos errantes con dolores heredados.
Una oportunidad de "sanar" quizás la traición de Pinochet a Allende, e imaginar un nuevo matrimonio simbólico entre Boric e Iturriaga; un nuevo pacto Ejecutivo-militar que no necesitaba, como algunos creímos, del divorcio constitucional, sino más bien de un reconocimiento del dolor familiar. La casa rota, nuestro desamparo, quizás se reencuentra cuando vemos a los grandes darse la mano --como el hijo que perdona al padre, como el padre que le demuestra al hijo que es padre. DIANA AURENQUE. - - -