Autor: Adán Méndez
La posición de Aristipo, el filósofo del placer
Este es parte del texto del poeta, escritor y editor Adán Méndez, donde se revisa (por primera vez en lengua castellana) a Aristipo de Cirene, discípulo rebelde de Aristóteles, odiado por Platón, intelectual griego que defendía el lujo, el trabajo remunerado y el dinero. Una veta muy marcada en las «Vidas de los filósofos» es aquella de las es de los filósofos.
Almente delicado la, donde se trata manera vivir: la e Esquines huía y s perseguía, el cobro por enseñar y el parasitismo de Aristipo, Jenofonte 1ario, Platón millonario, Menipo usurero, Zenón inversio) Sócrates, mantenido según lenguas peores, edotas Aristipo es acodo pa poderoso matrimonio platónico entre la vida filosófica y el rechazo aristocrático al trabajo, y hacia el dinero proveniente del trabajo. Acoso que, más que enfrentar, esquiva o desvía: por ejemplo, una jugada no muy filosófica de Aristipo consiste en poner al contrincante en contra de poderes que seguramente este no quiere enfrentar. Platón afirma que el Ficha de autor Adán Méndez (Concepción, 1967), poeta, escritor y editor. Fundador y editor general de Ediciones Tácitas.
Es autor, entre otros textos, de «Antología precipitada» (1992, poesía); Cazador recolector (2018, poesía); y «Cartas personales de Diego Portales» (2020, estudio y selección). lujo no es bueno, Aristipo le contesta que si acaso Dionisio —que como buen tirano, vive en el lujo— no le parece bueno. Alguien le habla contra el lujo y Aristipo le responde que si el lujo fuera algo malo las ceremonias religiosas no serían lujosas. En estas respuestas el interpelador es sometido a un desvío forzado hacia un contrincante más poderoso o respetado, y que muestra en grado igual o mayor el pretendido defecto. La respuesta de Aristipo es una fluida y fácil verónica que deja al interlocutor ante un rival que nunca quiso.
La cuestión de si el lujo es bueno o malo queda suspendida por la interposición de una autoridad —y Aristóteles ya ponía a Aristipo como ejemplo del uso de este tipo de argumento—, por eso digo que es una jugada poco filosófica. O supremamente filosófica: cerrar rápidamente una cuestión poco interesante o con personas poco interesantes.
Además, esta táctica abre una dimensión nueva, una especie de crítica social, pues resulta finalmente que no es el lujo lo que se recrimina sino el lujo en una persona determinada: en otras se lo acepta y hasta se lo celebra, o existe al menos la precaución de no cuestionarlo. Como sea, el tema de fondo queda sin tocar, y tanto se puede concluir que el asunto no vale la pena, como que mejor es no tocarlo.
Una segunda jugada consiste en develar una motivación viciosa en los llamados a la virtud que se le dirigen: Polixeno le critica el lujo de un banquete, pero luego acepta participar en él; Platón le recrimina haber comprado tantos pescados, pero luego acepta que él también los hubiera comprado si fueran muy baratos.
Luego, estos llamados a la virtud están contaminados de avaricia, o de algo peor, aunque sobre todo se observa un Aristipo poco interesado en enfrascarse en diálogos sobre la virtud, y sí en liberarse rápidamente de los intentos por detenerlo o sacarlo de su curso, usando la falacia que haga falta. La relación entre el sabio cirenaico y el dinero se aclara todavía más a la hora de comer. Nuevamente distante de Platón, la culinaria lo preocupa no menos que la medicina y la cosmética no menos que la gimnasia. Pese a tantas y tan variadas críticas, nadie lo trata de ambicioso, mucho menos de avaro. La acusación general es de pródigo, y de realizar trabajos indignos —profesor a sueldo, cortesano— para obtener ese dinero que malgasta. Pero en ningún caso se afirma que su pasión sea el dinero. Sí, como persona razonable, admite la necesidad de este recurso a la hora de procurarse placeres. Pero no le otorga una sustancia propia: Una vez gastó 50 dracmas en una perdiz. Cuando se lo sacaron en cara, preguntó: —¿ La comprarías en un óbolo? Y como el otro dijo que sí, agregó: —Porque eso valen para mí las cincuenta dracmas. (D. Laercio, 1 66) Sobre este tema el anecdotario de Aristipo es frondoso, pero no enredado. Todo se resume muy bien en esta perdiz comprada por cincuenta dracmas, anécdota que contiene no solo la usual verónica sino también la estocada: “Porque eso valen para mí cincuenta dracmas.
” O sea, este dinero no es observado desde un punto de vista financiero, no guarda relación con algún dinero anterior, no se mide en relación a sus semejantes, no se piensa en su posible progenie, no se le otorga una historia, no se le permite al dinero ser sujeto.
El amor es por el gasto, no por la riqueza ni los negocios o algún tipo de inversión que obligue a estar atento al valor de cambio, óptica que el cirenaico no está dispuesto a adoptar ni siquiera con el dinero, al que aprecia en su solo valor de uso. En Aristipo, además, el dinero está ligado al trabajo. De él no se dirá, como de Sócrates, que jamás trabajó por ningún sueldo. Dato elogioso en el momento: trabajar a sueldo, o sea, para otra persona, comportaba deshonra para la moral ateniense, se la consideraba una situación que se distinguía poco de la esclavitud. Cooper argumenta que, por ejemplo, no era particularmente deshonroso prostituirse, como sí lo era hacerlo por un sueldo, trabajando para alguien y no de manera independiente. Aristipo sostiene su vida, tan dispendiosa, trabajando; y en su caso la enseñanza no es una misión sino un trabajo. Aunque Sócrates pretendiera no ser maestro, y que lo suyo no eran más que conversaciones con amigos, está claro que estos amigos eran discípulos.
Para el caso cínico, la ADÁN MÉNDEZ El ejemplo de Aristipo Vida, opiniones y sentencias del primer filósofo hedonista «El ejemplo de Aristipo Vida, opiniones y sentencias del primer filósofo hedonista». Adán Méndez, Ediciones UDP, 2021.224 páginas. relación del maestro Antístenes con el discípulo Diógenes está del todo consolidada en la tradición, por vaga que sea en la historia. En la escuela cirenaica en cambio, salvo la conexión familiar con Arete, los eslabones faltan.
Más que discípulos tiene clientes, y el tono de su relación con ellos está dado por el cobro: Aristipo solía decir: “Es preciso que los maestros reciban pagas sustanciosas de parte de sus discípulos; de los aplicados porque aprenden mucho, y de los incapaces porque dan mucho trabajo. ” (Cód. Flor.
Il, xiii, 745). Onfray se ve compelido a justificar que Aristipo cobre por su trabajo, como si hoy también padeciéramos de una moral aristocrática, y al relacionar ese hecho con el cobro en la terapia psicoanalítica, empeora la innecesaria defensa: El cirenaico practica la filosofía al modo de una terapia, entiende su acción como semejante a aquella del médico: el hombre común está enfermo, lo ignora, pero lo está, enfermo de engaño, de perseverar en el error, de confundir lo verdadero con lo falso, de ordenar su existencia según principios defectuosos. Para curarlo, una consulta pagada se impone.
El dinero supone el reconocimiento de un costo para adquirir una sabiduría y encontrar su verdad. ¿Qué dicen por su parte los psicoanalistas veinticinco siglos después? (Onfray 2002, p. 32). cuesta congeniar estas explicaciones tan pesadas con los vuelos rápidos de Aristipo; y la retorcida justificación del cobro, con la franqueza, el humor y el sentido práctico de Aristipo: Dijo que cobraba a sus seguidores no para aprovecharse, sino para mostrarles a ellos cómo había que gastar el dinero. (D. Laercio, II 72) Además de lucrar con la enseñanza, Aristipo empeora su imagen practicando el parasitismo cortesano, que por otra parte también es un trabajo, y uno sumamente calificado. Como sea, diferente de tantos otros amantes de la sabiduría, no rechaza el dinero ni siquiera pretendidamente. Nuevamente es inclusivo, una cosa y otra son dignas de ser buscadas: cuando busca sabiduría acude a Sócrates, cuando busca dinero acude a Dionisio. En ambos casos sus necesidades son acotadas y variables: no hay asomo de anhelos ilimitados respecto a la sabiduría, ni tampoco planes de capitalización financiera. Así como del dinero de Dionisio se da rápidamente por satisfecho, de Sócrates adquiere la sabiduría suficiente. Aristipo es un eximio antiacumulador, sea de conocimiento, dinero o familia.
Expulsa de sí todo exceso, incluso sencillamente bota el dinero: sea porque le pesa mucho —no a él, a su esclavo—, sea para volver su persona insignificante ante posibles delincuentes:“Mejor que Aristipo pierda este dinero, y no que este dinero pierda a Aristipo” (D. Laercio, Il 77). En todas las anécdotas que involucran dinero se aprecia este malabar libertario en que equilibra deseo, necesidad, trabajo, goce, y abstinencia. No vive ni en el rechazo cínico al dinero, ni en la suficiencia platónica —en la que hablar del tema es de mal gusto—, ni en la urgencia cotidiana asociada a Esquines. Pero esta vida no es nada sencilla: hedonista activo, la cuestión no es cubrir necesidades, sino alcanzar el lujo. Y los placeres refinados son en general costosos; los refinadísimos, costosísimos —pensemos un minuto en Lais. El suyo es un hedonismo para príncipes— de la filosofía. Habitar la plaza pública o el jardín, y no sufrir, puede ser casi gratis; pero el goce activo y en sociedad no será ni siquiera barato. El ejemplo de Aristipo no pudo querer serlo para todos. No propone una solución universal para la humanidad. Cuando Epicuro traza la línea del placer exactamente allí donde el dolor acaba, acentúa precisamente la facilidad de alcanzar el telos, su disponibilidad universal. Para el cirenaico el placer no es fácil de alcanzar, ni sencillo de mantener; y admite todos los matices, y refinamientos, y precios. Más complejo el propósito y más enredada la búsqueda, se multiplican las posibilidades de fracaso y quedan muchos descartados de partida.