COLUMNAS DE OPINIÓN: la fragilidad como bandera de una generación
COLUMNAS DE OPINIÓN: la fragilidad como bandera de una generación \/ ivimos en la era de la inmediatez. Todo debe ser ahora, sin demora, sin tropiezos, sin esfuerzo. Y si el camino presenta alguna piedra, se le culpa a la piedra, no al empedrado empedrado -como decimos en Chile-. O peor aún, se le culpa al empedrado y no al que tropieza. Esa lógica se ha instalado instalado con fuerza en una generación que, sin darnos cuenta, hemos criado entre algodones. Jóvenes que llegan llegan al mundo laboral sin tolerancia a la corrección, sin capacidad de recibir una instrucción firme, y convencidos convencidos de que sus derechos son automáticos, pero sus deberes... optativos. Es habitual ver a jóvenes que se declaran estresados estresados apenas comienza la jornada. Que renuncian porque se les pidió cumplir un horario o quedarse unos minutos minutos más. Que no toleran una crítica, porque la perciben como un ataque personal. Se ha confundido la dignidad dignidad con la comodidad. El respeto con la adulación. El trabajo con un espacio terapéutico. El resultado es preocupante: una generación que exige validación constante, pero no quiere incomodarse. Que habla de sus “propósitos” pero huye del rigor. Que demanda flexibilidad, pero no ofrece compromiso. Donde todo es negociable, incluso el mínimo esfuerzo. Donde si se les exige, se ofenden; si se les evalúa, reclaman; reclaman; y si se les dice la verdad, se retiran. Esta fragilidad no es casual, es cultural.
Es el reflejo de una sociedad que se fue llenando de excusas para no exigir, de discursos que confunden empatía con permisividad, permisividad, de una educación que, en lugar de formar carácter, se dedicó a evitar traumas. Una sociedad que optó por el “que no se frustre” en vez del “que aprenda”. Así, muchos muchos llegaron a la adultez con autoestima inflada, pero sin herramientas para enfrentar la vida real. A este fenómeno se suman leyes bien intencionadas pero mal calibradas, como la llamada Ley Karin, que busca busca prevenir el acoso laboral y proteger la salud mental en el trabajo. Nadie en su sano juicio podría oponerse a un entorno laboral respetuoso, pero el problema aparece cuando las herramientas legales se transforman en armas armas de victimización. Hoy basta con que un jefe levante la voz, corrija un error o exija resultados para que sea acusado acusado de maltrato.
Las empresas deben ahora operar bajo el temor constante a denuncias arbitrarias, muchas veces sin pruebas, en procesos largos y desgastantes. ¿Quién quiere invertir en un país donde exigir productividad puede transformarse en una amenaza legal? Este tipo de normativa, tal como está diseñada, no promueve la armonía en el trabajo, sino que fomenta la desconfianza, el silencio, el conformismo. En lugar de fortalecer las relaciones laborales, las envenena con sospechas y aprensiones. En lugar de elevar los estándares, promueve una cultura donde el mérito se somete al estado emocional del momento. Las consecuencias de este enfoque ya se sienten. Inversión extranjera que duda. Empresarios locales que prefieren automatizar antes que contratar. Supervisores que se inhiben de liderar por miedo a ser denunciados. denunciados. Es la economía del “no me incomodes”, del “no me mires fuerte”, del “yo siento que... ”, donde la subjetividad subjetividad manda y el deber desaparece. Y aquí cabe una comparación histórica que a muchos les puede incomodar, pero que resulta necesaria: necesaria: tras la Primera Guerra Mundial, Alemania quedó destruida, sin recursos, aislada del mundo. ¿Cómo se levantaron? Con trabajo. Con orden. Con esfuerzo colectivo. No fue llorando en los rincones ni culpando al sistema. Fue trabajando desde cero, con disciplina y voluntad. Claro que hubo errores y excesos, pero el ejemplo es claro: las naciones no se reconstruyen con slogans, se reconstruyen con responsabilidad. Y no se trata de nostalgia por tiempos duros, sino de sentido común. Sin disciplina, sin tolerancia a la frustración, sin cultura del esfuerzo.. , no se construye construye ni familia, ni empresa, ni país. La resiliencia no se hereda, se entrena. Y ho)ç más que nunca, necesitamos ciudadanos contemple, con responsabilidad, con capacidad capacidad de perseverar más allá del “me gusta” o “no me siento cómodo”. Lo mismo ocurre en la política. Vemos rostros jóvenes jóvenes que piden liderar sin haber gestionado nada. Que hablan con superioridad desde la ignorancia, convencidos convencidos de que basta con buenas intenciones para gobernar. Pero la historia y la realidad son claras: los países no se levantan con discursos vacíos, sino con trabajo duro, con equipos competentes, con decisiones valientes. Hoy más que nunca debemos atrevemos a decir lo que muchos callan. A exigir con claridad. A recuperar recuperar el valor de la palabra deber. Porque sin deberes, los derechos se vacían. Y sin carácter, cualquier crisis nos derrumba. El futuro de Chile no puede estar en manos de generaciones generaciones frágiles. Tiene que construirse con jóvenes que aprendan a resistir, a levantarse, a trabajar duro. Educar no es proteger del dolor, es preparar para la vida. Y la vida, como todos sabemos, no siempre viene viene con dulzura. Urgencia, derechos y cero tolerancia: la fragilidad como bandera de una generación César Cifuentes Fxpresidente regional PM. -