Columna de Opinión: Venden la amenaza, pero no el plan
Venden la amenaza, pero no el plan os hechos no están en disputa: Irán ha cruzado umbrales, ha rechazado los esfuerzos diplomáticos coordinados de Occidente y ha acelerado su programa de enriquecimiento de uranio. Incluso la semana pasada, mientras Estados Unidos y sus socios europeos impulsaban negociaciones en Ginebra, Irán dejó claro---una vez más--que nunca desmantelará su programa nuclear. Pero los hechos no dictan la política. Lo hacen los líderes.
Por eso el mundo-y en particular el público estadounidense--tiene todo el derecho a preguntar: ¿ fue este ataque el resultado de una decisión estratégica disciplinada o un acto más de improvisación de un presidente conocido por su impulsividad? La acción militar preventiva exige más que una justificación. Exige claridad de propósito, transparencia en el proceso y un plan creíble sobre lo que viene después.
Si se trata de disuasión, ¿cómo se va a sostener? Si se trata de un cambio de régimen, ¿cuál es el objetivo final? ¿ Y qué lecciones hemos aprendido de Irak? Los estadounidenses saben que el régimen iraní es peligroso. Pero también conocen el costo de apresurarse a la guerra sin el respaldo del público ni la autorización del Congreso. Por eso este momento se siente tan familiar--y tan delicado. Es cierto que el ataque tomó por sorpresa a Irán. Pero la sorpresa táctica no equivale al éxito estratégico. Todavía no sabemos si se destruyeron reservas críticas de uranio o Por Carl Meacham simplemente instalaciones vacías. Si el material fue trasladado antes---una posibilidad real-esta acción puede no haber frenado nada. Peor aún, podría empujar al régimen a acelerar su carrera hacia la fabricación de una bomba. Y ahora, esperamos su respuesta. Irán tiene múltiples opciones de represalia. El riesgo más inmediato es contra tropas e instalaciones estadounidenses en Medio Oriente, especialmente en Qatar, Bahréin, Irak y Siria, donde hay decenas de miles de efectivos desplegados. Estas bases son vulnerables a ataques con misiles, drones o milicias aliadas. Pero la amenaza no termina allí. Irán ha invertido en capacidades asimétricas: ciberataques, sabotaje a infraestructura y redes de proxies. Aunque algunos descartan la posibilidad de células durmientes en EE. UU., sería ingenuo ignorar riesgos internos. Además, una represalia especialmente preocupante sería el cierre del estrecho de Ormuz, paso vital del comercio energético global. Esa medida impactaría directamente en los estadounidenses: aumento de precios, disrupción del comercio y posibles restricciones de viaje en pleno verano. Este contexto importa. Los estadounidenses no quieren tropas en tierra. Incluso quienes respaldaron esta acción limitada rechazan una escalada. El apoyo público a nuevas guerras está agotado. A eso se suma el malestar económico derivado de los aranceles, el impacto de las políticas migratorias, el despliegue militar en ciudades como Los Ángeles y la creciente polarización interna. Nada de eso la creciente polarización interna. Nada de eso la creciente polarización interna. Nada de eso crea condiciones para una expansión militar en el exterior. Es importante reconocer que tanto el vicepresidente Vance como el secretario de Defensa Hegseth han rechazado categóricamente que el objetivo sea un cambio de régimen. Es una postura sensata: intentar imponer un nuevo gobierno en Irán sería repetir los errores cometidos en Irak con Saddam Hussein y en Libia con Gadafi, con consecuencias devastadoras. La contención es el camino lógico. Por otra parte, no parece haber una reacción pública de rechazo a los ataques aéreos recientes; lo que sí es claro es que no existe ningún respaldo para enviar tropas al terreno. Ese es el límite político y estratégico que no puede ignorarse. Tampoco podemos ignorar la dimensión constitucional. Una acción ofensiva-con riesgo de escalada regional--requiere más que una notificación. Requiere debate y autorización del Congreso. Eso no ocurrió. Y lo más preocupante: según se informa, la Casa Blanca solo informó al liderazgo republicano, excluyendo por completo a los demócratas. Ese manejo partidista en temas de seguridad nacional mina la legitimidad de la acción y debilita la unidad necesaria en política exterior. Esto no es un llamado a la inacción. El programa nuclear iraní representa una amenaza real. Pero las amenazas reales exigen liderazgo serio. Ya hemos visto lo que ocurre cuando los líderes venden la amenaza, pero no el plan. No podemos permitirnos repetirlo. Ex asesor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU..