El renacer de COCHAMÓ
El renacer de COCHAMÓ ) CNIAINOGATAPROPSADIDEC Y CVOROPSADAZIROTUA ( SNNAMOGIRDOR : SOTOF En 2011 visité por primera vez el valle La Junta de Cochamó. Era un secreto del que oías por accidente con la promesa de cascadas, majestuosas paredes de granito y la clase de belleza que se encuentra solo en los lugares solitarios y remotos. Descubrirlo era una mezcla de asombro y gratitud. En los campings había tan poca gente en su mayoría extranjeros que en unas horas ya sabías los nombres de todos.
Durante las noches, se oía solo el ulular del viento o el estruendo de la lluvia, y en las mañanas, apenas un par de personas se bañaba en los pozones de color verde claro que se formaban en la base de los saltos de agua. Casi demasiado bueno para ser verdad.
Los primeros escaladores que llegaron a fines del siglo veinte acordaron “proteger” el valle, lo que significaba no difundir fotos ni mencionarlo, algo así como la primera y segunda regla del Club de la Pelea (“nadie habla sobre el Club de la Pelea”). Pero sabían que algo tan hermoso jamás podría permanecer en secreto para siempre: tarde o temprano se correría la voz. Volví al valle en 2016 sin pensar que podría haber cambiado. El sendero de aproximación de 13 kilómetros, cubierto gentilmente de sombra gracias a los árboles milenarios, con trincheras de barro que pueden cubrir el cuerpo completo, se veía intacto y salvaje. Lo mismo el río Cochamó, con su paleta de colores prístinos. Pero todo cambió al llegar al valle. La Junta pasó de ser un santuario de paz a algo así como el campo base del Everest, con cientos de carpas coloridas cubriendo la mayor parte de la pradera.
Las personas que llegaban sin reserva se iban a dormir a la orilla del río o a cualquier parte donde cupiera una carpa, y se enfrentaban a gritos con los dueños de los campings que los increpaban. Había robos, carrete, parlantes, botellas de pisco tiradas y papeles confort enrollados entre las ramas.
Comenzaron a producirse accidentes en las cascadas, adolescentes lavaban sus ropas con detergente en el río, otros utilizaban la limitada corriente eléctrica para conectar secadoras de pelo y la gente se perdía bajando de noche por los senderos.
Cochamó se había convertido en una distopía. 2025, nueve años más tarde. ¿Cuál sería el tercer tiempo del valle La Junta? ¿ Podría estar peor que la vez anterior? Ahora el valle era mucho más conocido y, de acuerdo con las estadísticas que maneja la Organización del Valle Cochamó, cerca de 15 mil personas lo visitan en temporada estival.
Desde el pueblo de Cochamó hacia la cordillera, por un camino de ripio, se llega al comienzo del sendero, descubierto por un explorador inglés en 1883 y utilizado desde entonces para la cabalgata y el arreo de ganado con fines comerciales. Pero la huella era recorrida hace por lo menos 1.500 años, según el libro Por el viejo paso de Cochamó.
Cruzaban los pueblos cazadores recolectores de la estepa argentina buscando “diversificar su base de recursos alimenticios y materias primeras, utilizando la vía de los ríos Manso y Cochamó hacia el Pacífico”. Dicho viaje los obligaba a atravesar el bosque andino patagónico y la selva valdiviana, hasta dar con el estuario de Reloncaví. “Allí tomarían contacto e intercambiarían sus productos con los pueblos pescadores-recolectores de Chiloé y los archipiélagos patagónicos”, señala el libro. Ahora, en la entrada del sendero, existe un Centro de Visitantes, creado en 2017 por la Organización del Valle Cochamó. Además de llevar un registro de turistas, entregan una charla de educación ambiental que tras el colapso de años atrás, se tornó indispensable. “Les pedimos que piensen en el bienestar de la naturaleza antes que en el suyo”, dice uno de los voluntarios a cargo. Luego comparte datos que no son del todo obvios: los arrieros con sus caballos tienen preferencia en el sendero y se debe orinar a sesenta metros de distancia del río. La gente joven se nota que algunos nunca han hecho un trekking de esta magnitud escucha con interés. La charla marca un tono de respeto y empatía. Según la presidenta de la Organización Valle Cochamó, Tatiana Sandoval, en un comienzo dudaban de implementar medidas, pero al mismo tiempo temían que el valle terminara destruido por la falta de control. Ahí entraron ellos, financiando el sueldo de los administradores, de los voluntarios, la mantención de los senderos y la señalética. A pesar de la reciente declaración de Santuario de la Naturaleza, que abarca las zonas de camping del valle, entre otros lugares, el Estado no entrega recursos y el dinero deben recaudarlo como sea. “El visitante no entiende que cuando llega el verano los senderos están súper bien, no hay árboles caídos. Eso es porque alguien los arregló, pero ellos no se preguntan de dónde salen los recursos”, explica Tatiana. Percibo una diferencia entre la gente del ya lejano 2011 y la actual. Antes eran trekkeros experimentados que llegaban dateados; ahora, se sumaba un grupo nuevo, gente mucho más joven e inexperta que recién da sus primeros pasos en este tipo de viajes.
El prejuicio llama a la preocupación. ¿Será este el grupo conflictivo que deja basura, que olvida avisar dónde estará y provoca operativos de rescate, que no comprende los principios básicos del “no dejar rastro”? De vuelta en el valle La Junta. El sendero tapado de bosque da paso a un sitio habitable y panorámico, marcado por la presencia vigilante de montañas esculpidas por un hielo desaparecido. Asoma un par de cabañas de madera con techos de zinc, un quincho, carpas bajo la sombra de los árboles.
Al centro, una pizarra blanca colgada en una placa de madera sirve para que los escaladores se pasen En menos de dos décadas pasó de ser un Shangri-La conocido por pocos a un destino tan cotizado que colapsó. Pero hoy este valle de glaciares, paredes de granito e interminables riberas de lago vive un esperanzador tercer tiempo. POR Matías Rivas Aylwin, DESDE LA REGIÓN DE LOS LAGOS. RIQUEZA. Esta zona tiene 560 kilómetros de ríos y 190 hectáreas de humedales y turberas. RIQUEZA. Esta zona tiene 560 kilómetros de ríos y 190 hectáreas de humedales y turberas.. GUARDIANES. Las montañas cobijan a numerosas especies en peligro de extinción. A la derecha, alerces: estos árboles son parte de una extensa superficie de bosques te Conserva Puchegüín. GUARDIANES. Las montañas cobijan a numerosas especies en peligro de extinción. A la derecha, alerces: estos árboles son parte de una extensa superficie de bosques te FAMA. Estas grandes paredes hicieron que se hablara del “Yosemite de Sudamérica”, pero los locales prefieren evitar esa comparación. Al lado, Puchegüín tiene 18 mil hectáreas de alerces, considerada la especie más longeva d FAMA. Estas grandes paredes hicieron que se hablara del “Yosemite de Sudamérica”, pero los locales prefieren evitar esa comparación. Al lado, Puchegüín tiene 18 mil hectáreas de alerces, considerada la especie más longeva d El renacer de COCHAMÓ información de las rutas. Hay movimiento, pero a la vez sobriedad. De lejos, se oyen los acordes de Todo cambia en la voz de Mercedes Sosa y también las notas desafinadas de la flauta del belga Sean Villanueva. Hay viejos escaladores desdentados, con ropas viejas y sucias, que parece que nunca se fueron de Cochamó. Hay aire de aventura.
Al día siguiente, me dirijo a cruzar el río para conocer parte del territorio de la Hacienda Puchegüin, un impresionante corredor biológico de 133 mil hectáreas que un grupo de organizaciones chilenas e internacionales, con el apoyo de donantes de todo el mundo, buscan comprar por un valor de 78 millones de dólares y así “protegerlo para siempre”, según recalca confiado uno de sus líderes, Rodrigo Condeza, miembro del directorio de la ONG Puelo Patagonia.
El cruce se hace con un carro tirolesa que se precipita desde el bosque y aprovecha la pendiente para llegar sin esfuerzo a la playa de arena blanca con roca de granito que marca el inicio del sendero al Anfiteatro.
Aunque de apariencia saludable, esta cuenca ha visto reducidas sus precipitaciones en un 20 por ciento a causa del cambio climático, lo que ha mermado el caudal del río y aumenta las temperaturas, llegando incluso a los 40 grados Celsius. Originalmente, el sendero al Anfiteatro era terreno exclusivo de escaladores, debido a las secciones de bosque vertical que dificultaban enormemente el avance para alcanzar la base de las paredes de granito.
Ahora, gracias al trabajo de los mismos escaladores con la instalación de pasamanos, puentes naturales y banderitas rojas para marcar la huella, el trayecto se cubre en tres horas y media, la mitad de tiempo que tomaba antes. La tierra está cubierta de hojas marrones que crujen con las pisadas. El bosque es espeso, algunos troncos tienen el tamaño de un pilar, otros son delgados como lápices. El cielo se funde de verde y para ver las copas de los árboles hay que echar completamente la cabeza para atrás. Las raíces se arrastran por la superficie y se enredan entre sí como telarañas. A cada tanto, se camina arriba de un robusto tronco de alerce derrumbado, que involuntariamente se convirtió en puente. A esta hora de la tarde, bajo una lluvia incipiente, la mayoría de la gente viene de regreso, cubiertos con impermeables de colores radiantes. Hasta ahora nadie comete el pecado de usar parlante o botar basura. El sendero está inmaculado. De pronto, amarrada en un tronco, a medio metro del suelo, se ve una de las cámaras trampa instaladas por la Organización Valle Cochamó y el Club Andino CoCAMPAÑA. Escaladores norteamericanos vinieron a Cochamó para grabar un comercial en apoyo a la recaudación de recursos para chamó, gracias al financiamiento de Puelo Patagonia. El objetivo es conocer la biodiversidad de la Hacienda Puchegüin y el impacto que ha causado el ser humano. El encargado del monitoreo, Fernando Novoa, oriundo de Curarrehue, explica que llevan un año de trabajo y que ya han podido sacar algunas conclusiones. “Se ve el impacto del turismo. En invierno se ve más fauna porque no hay gente”, explica, y agrega: “La idea es establecer los corredores biológicos y definir las capacidades de carga de algunos senderos.
El objetivo es que no se perturbe el movimiento de los animales por la presencia humana”. Fernando cuenta que hay poca información del hábitat de especies como el huemul, la ranita de Darwin, la vizcacha de la Patagonia y el monito del monte. “Más al norte su hábitat está siendo fragmentado y aquí hay gran abundancia, porque el bosque está intacto”, explica.
En efecto, según cifras de Puelo Patagonia, la Hacienda Puchegüin cuenta con 58 mil hectáreas de bosque primario (más de seis veces el tamaño de la comuna de Puente Alto). Tras ganar más de ochocientos metros de altura por un sendero mínimamente intervenido, aparece de golpe el Anfiteatro.
El bosque queda atrás como una cortina de escenario y en 180 grados solo se ven montañas de granito de casi 2 mil metros de altura con sus paredes lisas y otras fracturadas por cortes de cuchillo. Juntas parecen una gran ola. Un solitario grupo de nubes cubre la parte superior de las montañas mientras el cielo blanco se confunde con la roca. Pequeños hilos de agua corren por los lugares más imperceptibles de las laderas. Desde aquí, el valle de Cochamó parece caber en la palma de la mano. En una de las pircas se encuentra el joven chileno Juan Catón junto a un grupo de famosos escaladores, entre ellos Tommy Caldwell y Sean Villanueva, invitados por Patagonia para difundir la campaña Conserva Puchegüin. Juan también es escalador y está encargado de acompañar a los atletas hacia sus rutas de escalada. De Santiago, llegó al valle hace seis años impulsado por la necesidad de estar en la naturaleza. “Salir del cemento y vivir en el presente, conectado con la tierra”, dice él. Juan es de los que viven prácticamente todo el año arriba en la cordillera, cultivando papas, zanahorias, ajos y zapallos. Su rutina se refleja en la salud de su rostro despreocupado y genuino. “Es una vida bastante sustentable, vives en base a las condiciones climáticas, a la cantidad de agua del río, te conectas con el lugar”, explica. Aquí en las paredes se ha topado con pumas y con monitos del monte, lo que depende del azar o de pasar mucho tiempo en el valle. Tengo la suerte de acompañar a Juan y al escalador norteamericano Timmy ONeill por una de sus aventuras. Tras seguir una huella empinada por el bosque de alerce, llegamos a la base de una pared de granito cubierta por el intenso sol de la tarde. La roca que tenemos al frente, que se eleva hacia cumbres invisibles, es lisa como una plancha de madera. Al tacto con la piel es fría y abrasiva, además de resistente a tirones o caídas. Timmy, que alguna vez tuvo el récord de velocidad de unas de las paredes más difíciles de Yosemite, trepa sin esfuerzo, como si estuviera subiendo por una escalera. Para el ojo no entrenado, la idea de escalar por aquí no tendría mucho sentido, pues los pedazos de roca son tan diminutos que requieren movimientos precisos y una considerable fuerza de dedos. Las manos escanean la pared en búsqueda de apoyo, mientras los pies se aprietan fuerte contra la roca para proporcionar adherencia. Hacia arriba, las paredes parecen autopistas verticales recién asfaltadas. Entre más subimos, más me sorprende la variedad de formaciones y las posibilidades de navegación. La roca conduce a terrazas inimaginables, a cascadas y a pequeñas cuevas que solo un puñado de personas han podido ver. Unos metros de elevación cambian radicalmente la perspectiva de Cochamó. Por la noche, alrededor de un fogón, se oyen historias de José Luis Hartmann, brasilero de 57 años que llegó al valle de Cochamó en 1999 para abrir vías de escalada. Se quedó meses en los valles de altura, buscando “entender” la roca para encontrar su camino hacia arriba. En instantes de reflexión, se preguntaba: “¿ Cómo es posible que esto no sea un parque nacional?”. Pronto habrá una respuesta.
Las organizaciones sociales detrás de la campaña Conserva Puchegüin entre ellas Puelo Patagonia, The Nature Conservancy, Wyss Foundation, Freyja Foundation y Patagonia, Inc esperan recaudar los fondos en junio del 2025 y así, según Rodrigo Condeza, lograr proteger “la pieza faltante de este puzle de la Patagonia norte, que une un millón 600 mil hectáreas protegidas”. No se busca seguir el modelo Tompkins (comprar para luego regalar al Estado y verlo convertido en parque nacional), sino implementar un modelo de conservación privado, con desarrollo económico y liderazgo local, que sea sostenible a largo plazo. El momento es hoy. “Si pasan 10 años dice Condeza, el precio va a ser impagable.
Aquí tenemos el 10 por ciento de los alerces del mundo, huemules, kilómetros de ríos, orillas de lagos, agua dulce”. Condeza conoce los detalles de este territorio y entrega una recomendación para cualquiera que desee comprender por qué vale la pena protegerlo.
“Hay que ir al Trinidad sur y llegar al paso El Monstruo y mirar hacia el sur y ver el valle”. Ahí, dice, entenderán por qué la Hacienda Puchegüin debe permanecer igual como la vemos hoy. D.