Autor: Por Sonia Lira Fotos Diego Bernales
HERNÁN DESOLMINIHAC Y EL ADELANTO DE SU LIBRO
SA IN mujer por casi cuatro décadas falleció de la noche NS AS Con poco más de un año de pololeo, Alejandra de 21 años y Hernán 25, contrajeron matrimonio el 20 de enero de 1984. en su libro La vida golpea (a veces) demasiado fuerte el presidente del Colegio de Ingenieros, Hernán de Solminihac Tampier, abandonó la coraza que lo mostraba como un hombre racional, práctico y poco amigo de las emociones. Al menos, de las emociones públicas.
No tuvo otra alternativa desde el momento en que su testimonio — pronto a ser publicado por Ediciones UCpasó de ser un tributo a quien fuera su mujer por casi 40 años, Alejandra Aranda, a un texto muy personal, que narra dos hechos trágicos que transformaron para siempre la vida del exministro de Obras Públicas y de Minería y actual miembro del comité ejecutivo de Clapes UC. En menos de dos años, De Solminihac enfrentó la enfermedad de su hija mayor, Javiera, y perdió a su esposa.
“Sí, porque éramos felices”, es una de las frases con las que arranca el libro y que resume muy bien el espíritu que lo recorre: un llamado a concentrarse en las pequeñas alegrías del presente en lugar de vivir tras metas, objetivos o preocupaciones. La vida golpea (a veces) demasiado fuerte muestra cómo la existencia de cualquier persona -sus planes, rutinaspuede cambiar de un minuto a otro.
Quien fuera el encargado de la reconstrucción de la infraestructura tras el terremoto de 2010 cayó en cama medicado cuando, a fines del 2020, tras permanecer seis meses internada, se cumplió el plazo máximo que los doctores habían dado para que su hija superara un posible daño cerebral a causa de una trombosis pulmonar.
El ingeniero ya había tenido que hacer el duelo por la pérdida de esa nieta que no alcanzó a conocer, además de ver cómo su nieto mayor, todavía una guagua, no comprendía por qué su mamá permanecía acostada en la cama de un hospital. Este episodio —el primer golpeestá narrado con detalles en el capítulo titulado Seis meses: y se cumplió el plazo. “Lloré cuatro días seguidos (... ) Médicamente, mi hija ya no tenía vuelta”, anota. Este hecho cambió por completo la rutina de los De SolminihacAranda, quienes ajustaron sus vidas para acoger a una “nueva Javiera” que necesita asistencia las 24 horas del día.
El matrimonio -que se conoció en los años 80, cuando Alejandra entró a la Universidad Católica y el exministro de Sebastián Piñera ya cursaba los últimos años de Ingeniería Civil en dicha casa de estudios— también debió apoyar a su yerno, Felipe Bertoni, y a su nieto, Mateo, quienes se trasladaron con Javiera a una casa vecina para facilitar la ayuda y las visitas diarias.
Mientras tanto, su mujer se refugiaba en su trabajo en Humanitas, de la cual fue socia-fundadora durante su destacada trayectoria como headhunter y coach, y en su esperanza de que algún médico especialista extranjero “trajera de vuelta” a Javiera.
“¿ Dios, por qué a mí?”, se preguntó De Solminihac en un momento de esta peripecia vital que, sin embargo, no mermó su fe, como se aprecia en los muchos símbolos religiosos distribuidos por su casa.
El segundo golpe lo recibió el 26 de octubre de 2021, cuando por la mañana comprobó que su esposa no respiraba, a pesar de que la En menos de dos años Javiera, la hija mayor de Hernán de Solminihac, quedó con daño cerebral.
Y Alejandra Aranda, su mujer por casi 40 años, falleció de la noche a la mañana. noche anterior ella se había acostado a su lado como siempre, luego de preparar la leche de su nieto, visitar a su hija y ver series en Netflix. Te dormiste para no despertar nombró al capítulo donde cuenta cómo su mujer murió repentinamente. Literalmente, el dolor de constatar que tampoco había una cura fuera del país para su hija rompió el corazón de la economista.
No pasó mucho tiempo cuando las muestras de afecto de compañeros de trabajo y clientes de Alejandra revelaron a De Solminihac otra dimensión de su esposa: el impacto que su trabajo causó en la vida de muchas personas.
Así nació la idea de un libro tributo que finalmente se convirtió en otro que “ojalá ayude a quienes viven situaciones parecidas”, “O me reinventaba y seguía adelante o caía en un profundo agujero de angustia y desconsuelo. Opté por lo primero”, reflexiona Hernán en el prólogo de su libro. Se reinventó? Este año cumple 65 y jubila. -En la Universidad Católica, donde trabajo como profesor, uno sabe que a los 65 se retira, salvo que se pida autorización para seguir trabajando por un tiempo. Estaba semipreparado para esta etapa, pero con la muerte de mi señora las cosas cambiaron. Antes pensaba en disfrutar la jubilación juntos, pero como ya no está conmigo, mi idea es trabajar al menos un par de años más. “Pero... ¿para qué pensar tanto en el futuro?”, reflexiona en un momento de la entrevista. “Por la mañana mi hija estaba embarazada y sin problemas, y por la tarde ya estaba vegetal. Con mi señora siempre hablábamos del futuro y, literalmente, de la noche a la mañana ella ya no estaba más. La vida es mucho más frágil de lo que uno cree. Por eso estoy muchísimo más concentrado en el presente”. Es hoy su día a día? -Llamo a mis hijos más seguido para saber en qué están. Juego con mi nieto. También me preocupo de pasarlo bien: hago deporte, voy al gimnasio. Hay que vivir el día a día y disfrutar el camino, no la meta. Obvio, me las sigo fijando, pero con la diferencia de que ahora disfruto más del camino.
Si lo llevamos a lo deportivo, es mucho más entretenido ver cómo tu equipo se forma y avanza, que el momento en que al final de la fecha levanta la copa, porque ¿ cuánto dura eso? ¿ 10 minutos? - ¿ Cuánto lo ayuda ser creyente? -La fe es mi pilar, porque soy católico. Cuando enfermó mi hija, hicimos misas por Zoom todos los fines de semana, a las que se unían cientos de personas.
Hoy son una vez al mes. ¡Es increíble la fuerza que te da una misa! Las ofician varios sacerdotes, entre ellos los padres Carlos Cox, Cristóbal Lira, Andrés Monckeberg y Cristián del Campo. -Hoy se admite mucho más emocional. -Sí, hoy no tengo ningún complejo de llorar en público. Me he quebrado frente a mis alumnos y, cuando recibí un reconocimiento en el Instituto de Ingenieros, lloré delante de mis colegas. La última vez fue cuando leí la versión final del libro. Me lo lloré todo, desde el inicio hasta el final. Cada vez que hablo de Javiera, se me caen las lágrimas.
Fue nuestra hija única por cuatro años mientras cursaba el doctorado en Texas y eso generó un vínculo muy fuerte. - ¿ Le ha preguntado a Dios por el sentido de esta prueba? -Sí, pero rápidamente me salto esa pregunta, porque cuesta encontrar la respuesta. Mira, en lugar de intentar encontrar un sentido a la enfermedad, prefiero trabajar en buscar un sentido a la situación; en cómo enfrentarla y salir adelante. Hoy la razón de mi vida son mis hijos. Además de Javiera están Hernán, Antonia y Felipe. También quiero vivir más, porque tengo harto que hacer. En octubre asumí como presidente del Colegio de Ingenieros y soy vicepresidente de Cruzados. El fútbol ha sido mi ambiente desde que pasó lo de mi hija. Viajo con el equipo y hasta converso con el psicólogo del plantel. He hecho nuevos amigos en el club. Quedé solo y necesito conocer a más gente. Tenía amistades junto a mi señora, pero eran parejas. Otro cambio ha notado? -Antes era más orgulloso, vergonzoso.
No contaba de la nada mis cosas, pero si hoy alguien pregunta, ¡lo cuento todo! Me hace bien soltarlo; compartir esta vivencia con otros tal vez me hace más fuerte. - ¿ De quién está más cerca hoy? -De mis hijos; con mi yerno la relación se fortaleció. También con mi nieto, porque paso más tiempo con él. Ahora se viene otro, una niña: mi hijo menor será papá.
Estoy contento, pero debido a lo que pasó con mi hija, me volví una persona temerosa de los embarazos y no quiero ponerme del todo alegre hasta que esté con nosotros. - ¿ Hay alguna explicación científica de lo que pasó con su hija Javiera? -Sólo teorías. La que me hace más sentido es que durante el embarazo a las mujeres la sangre se les pone más espesa, como una forma de prepararse para el parto y no desangrarse. Mi hija era sana y tuvo su primer embarazo sin problemas.
Creo que, indirectamente, la pandemia la afectó, ya que no podía salir a caminar y evitó ir al médico por temor a contagiarse. -Usted es de una familia conservadora, ¿lo sucedido cambió en algo este aspecto? -Así como la vida cambia, uno también lo hace. Ejemplo? -Mi hijo menor, el que va a ser papá, es soltero y va atener guagua con su polola. Si antes el tema me importaba poco, ahora ya no me importa nada. Hoy lo central es que la niña nazca sana, que esté bien, que crezca con amor y enfrente la vida con las herramientas que les entreguen sus padres y abuelos. Esas son las cosas que hoy me interesan. - ¿ Ha hecho alguna cosa que antes no hizo? -Nada de locuras. Por ejemplo, no me iría solo a escalar un cerro por más que me guste la naturaleza. Hoy no estoy para correr riesgos, porque hay gente que me necesita. Aunque he hecho “locuras” menos radicales, como vestirme distinto, más lolo. LA VIDA GOLPEA (A VECES) DEMASIADO FUERTE Esta es mi historia... una en que he perdido a mi mujer y ahora sufro por mi hija. Lunes, 25 de octubre de 2021 Alejandra despertó ese lunes no muy temprano.
Y esa, la que sería su última mañana, no fue distinta de muchas otras que compartimos durante los meses finales, tras la enfermedad de nuestra hija y los días de pandemia que vivíamos... Alrededor de las 11.00 a.m. Fuea la cocina y, mientras seguía trabajando en su computador, se preparó su clásico brunch... Alejandra salió en auto a las 12.30 p.m., mientras yo trabajaba en mi escritorio. Me resultó extraño que partiera sin despedirse. La llamé enseguida, pero no contestó. Como a la hora y media después respondió el celular: La noté feliz. -Hola, ¡estoy en el paraíso! Aquí en el mall chino, uno nuevo que me recomendaron y lo vine aconocer-, me dijo contenta. Como a las 3.00 p.m. Regresó y estuvo con nuestro nieto Mateo, que ya había salido del jardín infantil. Esa tarde la vi por primera vez jugar fútbol con él. Ambos corrían detrás del balón, trataban de encajar la pelota en el arco y reían a carcajadas... Me dio gusto verla tan bien, después de varias semanas que habían sido muy difíciles. Ese lunes compartimos poco, tal como venía ocurriendo de lunes a viernes durante las últimas semanas. Por mi lado, lo pasé entre comités de directorio de Codelco y reuniones de Cruzados, organización a la que pertenezco desde hace varios años y de la cual asumí la vicepresidencia en 2014. Y Alejandra estaba absorta en sus cosas, sin ganas de que le conversaran mucho. En este último tiempo, a veces sentía que vivíamos dentro deun mismo hogar, aunque en burbujas distintas. Cerca de las 19 horas fue a la casa de al lado a visitar a nuestra hija Javiera. Daba la impresión de que su día recién cobraba sentido cuando llegaba el momento de estar con ella. Como de costumbre, se acostó a su lado, la llenó de besos, la acarició y le conversó acerca de su día. Peinó su pelo con extremo cuidado y puso crema en sus brazos y piernas para que mantuviera la piel hidratada. Le dio las buenas noches y besó su mejilla a modo de despedida. Te quiero, hija, descansa. Recuerda que yo estoy aquí al lado y mañana nos volveremos a ver, le dijo, mientras la acariciaba del mismo modo que cuando era una niña pequeña. Regresó a nuestra casa cuando ya estaba oscuro. Poco rato después llegó nuestro nieto Mateo en pijama. Alejandra lo regaloneó como siempre y lo puso en la cama. Preparó su leche y lo hizo dormir. Me acosté a las 10 de la noche, después de que mi yerno Felipe se llevara al niño dormido. Recién en ese momento pude conversar un poco más con mi mujer. Me contó cómo había visto a nuestra hija y que se había encontrado con Pelayo, el papá de una vecina, y que se habían quedado conversando un largo rato. Pensé que había sido un muy buen día para ella, “redondito”, como suele decirse. Por supuesto, siguió conectada a su celular. Respondió un correo al doctor John Markman, agradeciéndole por habernos sugerido algunos nombres de médicos chilenos especialistas en terapias contra el dolor. Recién ahí me dormí y ella, como de costumbre, comenzó a ver una serie en el teléfono móvil. A esa hora aún hacía bastante calor y Alejandra estaba completamente destapada. Como cada noche, había puesto varias almohadas entremedio nuestro para que yo pudiera dormir y no me molestara la luz de la pantalla. Durante la madrugada, no recuerdo bien la hora, me levanté para ir al baño y en medio de la oscuridad vi que el celular aún estaba encendido. Asumí que continuaba viendo su serie. Me acosté y seguí durmiendo. Desperté a las 6.30 a.m.
Con la idea de que sería un día tranquilo, o al menos de menor intensidad que la jornada anterior, en que había tenido reuniones por Zoom desde muy temprano y hasta el Estaba listo para levantarme cuando vi que Alejandra continuaba destapada; las almohadas seguían entremedio de los dos y el teléfono encendido. Nada de eso era habitual a esa hora de la mañana. Cada noche, una vez que se iba a dormir, se cubría, dejaba los aparatos electrónicos apagados sobre el velador y los cojines en el suelo. Esas señales fueron más que suficientes para sospechar que algo le pasaba. Bajé de la cama con el corazón a mil y me acerqué para observarla. Como estaba acostada de lado, la tomé para girarla y la noté algo rígida. Tenía sus manos juntas debajo de la mejilla derecha, sus anteojos puestos y los labios muy pálidos, casi blancos; el cabello sobre la cara y los ojos cerrados. La movi, lecorri el pelo y le dije varias veces “¡ Alejandra, Alejandra! ”, pero no contestaba y yo insistía, “¡Alejandra!, ¡ Alejandra, dime algo, por favor!”. La movía y no reaccionaba. Ahí me di cuenta de que mi señora estaba muerta. O