Columnas de Opinión: Infancia en crisis
Columnas de Opinión: Infancia en crisis La publicación hace unas semanas del informe de UNICEF, que posiciona a Chile en el último lugar del ranking de bienestar infantil entre 43 países de altos ingresos, debe ser interpretada como una señal de alarma para nuestra sociedad, nuestras instituciones y la politica pública. No se trata solo de una comparación internacional desfavorable, sino del reflejo concreto de la realidad que están viviendo niñas, niños y adolescentes en nuestro país.
Los datos son elocuentes: Chile figura entre los peores lugares en los tres dominios evaluados por el estudio -salud mental, salud física y desarrollo de habilidades-, destacando particularmente la caída de más de 10 puntos en la satisfacción vital de los adolescentes desde el año 2018. Esta cifra no solo confirma una tendencia preocupante, sino que evidencia la precarización estructural del bienestar emocional infantil.
Lo que en otros países es motivo de políticas integrales de cuidado y protección, en Chile sigue tratándose como una externalidad del sistema educativo o, peor aún, como una responsabilidad que no le compete a nadie. Desde las ciencias sociales y la ciencia en general, sabemos que el bienestar infantil no es un fenómeno espontáneo ni exclusivamente individual. Se construye a partir de las condiciones contextuales y relacionales en las que los niños crecen, aprenden y se desarrollan.
En un estudio recientemente publicado, centrado en la salud mental en el contexto escolar, se evidenció que más del 50% de niños, niñas y adolescentes presentan síntomas de depresión, ansiedad y estrés, lo que refleja lo difícil que es hoy ser niño en nuestra sociedad.
El caso de Países Bajos, en contraste, demuestra que es posible estructurar entornos educativos centrados en el desarrollo integral, donde el sistema escolar combina exigencia académica con respeto emocional, libertad con contención y participación con estructura. Las claves de su éxito no están tanto en la cantidad de contenidos impartidos, sino en la calidad de los vínculos educativos y en la coherencia entre políticas y prácticas. No sorprende entonces que sus estudiantes no solo obtengan buenos resultados académicos, sino que también se declaren felices. Chile necesita una lectura profunda y transformadora de esta crisis. No bastan campañas superficiales sobre salud mental ni reformas curriculares que apenas rozan la superficie del problema.
Se requiere con urgencia una política nacional robusta, coherente y sostenida en el tiempo, que integre la educación socioemocional de manera sistemática y obligatoria desde la primera infancia, con contenidos pertinentes a cada etapa del desarrollo y recursos suficientes para garantizar su implementación real.. Jonathan Martínez Libano Director del Magíster en Educación Emocional y Convivencia Escolar UNAB OPINIÓN