La economía de la superinteligencia
La economía de la superinteligencia Durante la mayor parte de la historia, la proyección más cierta ha sido que las cosas han de seguir más o menos igual. En algunas ocasiones, sin embargo, el futuro se vuelve irreconocible.
Los líderes tecnológicos de Silicon Valley aseguran que la humanidad se acerca a uno de esos momentos, porque en solo unos años la inteligencia artificial (IA) superará al ser humano promedio en todas las tareas cognitivas. No hace falta apostar con fuerza a que tengan razón para entender que su afirmación merece un análisis serio. Si llegara a cumplirse, las consecuencias serían tan trascendentales como cualquier otro hito en la historia de la economía mundial. Desde los avances de hace casi una década, las capacidades de la IA han superado repetidamente, y de forma espectacular, las proyecciones. Este año, los modelos de lenguaje de OpenAI y Google DeepMind obtuvieron nivel medalla de oro en la Olimpiada Internacional de Matemáticas, 18 años antes de lo que los expertos habían previsto en 2021.
Los modelos crecen cada vez más, impulsados por una carrera armamentista entre empresas tecnológicas que creen que el ganador se lo lleva t o d o y e n t r e China y Estados Unidos, que temen una derrota sistémica si quedan en segundo lugar.
Para 2027, debería ser posible entrenar un modelo con mil veces los recursos computacionales usados para construir GPT-4, el motor del chatbot más popular del momento. ¿Qué nos dice eso sobre el poder de la IA en 2030 o 2032? Muchos temen un infierno distópico, donde terroristas asistidos por IA desarrollan armas biológicas que matan a miles de millones, o una IA “desalineada” se libera de todo control y supera a la humanidad. Es fácil entender por qué estos riesgos extremos captan tanta atención. Sin embargo, han desplazado el debate sobre los efectos inmediatos, probables y predecibles (aunque igual de asombrosos) de una IA no apocalíptica. Antes de 1700, la economía mundial crecía, en promedio, un 8% por siglo. Cualquiera que hubiera predicho lo que vendría habría parecido delirante. Durante los siguientes 300 años, con la Revolución Industrial ya en marcha, el crecimiento promedió 350% por siglo. Eso trajo consigo una menor mortalidad y una mayor fertilidad. Poblaciones más grandes generaron más ideas, lo que impulsó una expansión incluso más acelerada. Como era necesario incorporar talento humano, el ciclo fue lento. Con el tiempo, el aumento de la riqueza llevó a que las personas tuvieran menos hijos. Eso elevó los niveles de vida, que comenzaron a crecer de forma estable a un ritmo de alrededor del 2% anual. Del sustento al silicio La IA no enfrenta esas restricciones demográficas. Los tecnólogos prometen que acelerará con rapidez el ritmo de los descubrimientos. Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, anticipa que la IA será capaz de generar “ideas originales” el próximo año. Las IA ya colaboran en la programación de modelos de IA aún mejores. Para 2028, según algunos, supervisarán su propia mejora. De ahí la posibilidad de una segunda explosión de crecimiento económico. Si el poder computacional permite avances tecnológicos sin intervención humana, y suficiente parte de esas ganancias se reinvierte en construir máquinas aún más poderosas, la riqueza podría acumularse a una velocidad sin precedentes. Los economistas conocen desde hace tiempo la lógica matemática implacable de automatizar el descubrimiento de ideas. Según una reciente proyección del think tank optimista Epoch AI, una vez que la IA pueDERECHOSEXCLUSIVOS transformándose por completo. Los nuevos patrones de abundancia y escasez se reflejarían en los precios. Todo aquello que la IA pudiera ayudar a producir como bienes de fábricas completamente automatizadas o entretenimiento digital vería caer su valor. Si teme perder su empleo por culpa de la IA, al menos podrá esperar una abundancia de ese tipo de productos. En cambio, donde aún se requieran humanos, la enfermedad de los costos podría golpear. Trabajadores del conocimiento que migraran a labores manuales podrían descubrir que pueden costearse menos cuidados infantiles o menos comidas afuera que hoy. Incluso podría haber competencia entre humanos e IAs por el uso de la tierra y la energía. Desajustes financieros y temblores políticos Esta disrupción económica se reflejaría en los mercados financieros.
Podrían producirse fluctuaciones extremas entre acciones, a medida que se volviera evidente qué empresas ganaban y cuáles perdían en estas batallas de “el ganador se lo lleva todo”. Habría una voracidad por invertir, tanto para generar más poder de IA como para asegurar que el capital físico infraestructura y fábricas creciera al ritmo de la economía. Al mismo tiempo, el incentivo para ahorrar podría desplomarse, especialmente entre los ricos, que son quienes más ahorran, si esperan ingresos futuros mucho más altos. Convencer a las personas para ceder capital con fines de inversión requeriría tasas de interés mucho más elevadas. Tan elevadas, incluso, que podrían hacer caer el valor de los activos de largo plazo, a pesar del crecimiento explosivo. Hay debate entre los economistas, pero algunos modelos plantean que las tasas de interés podrían subir tanto como lo haga el crecimiento, o incluso más.
En un escenario explosivo, eso implicaría refinanciar deudas al 20% o 30%. Incluso deudores cuyos ingresos crezcan rápidamente podrían verse afectados; quienes no estén conectad o s a e s e c r e c i m i e n t o desenfrenado serían aplastados. Los países que no pudieran o no quisieran aprovechar el auge de la IA podrían sufrir fuga de capitales. Además, podría haber inestabilidad macroeconómica en cualquier parte, si la inflación se dispara ante el frenesí de consumo de las fortunas anticipadas y los bancos centrales no reaccionan a tiempo con alzas de tasas.
Es un experimento mental vertiginoso. ¿Podrá la humanidad adaptarse? El crecimiento ya se ha acelerado antes, pero durante la Revolución Industrial no existía la democracia de masas; los luditas, los más célebres enemigos de las máquinas, no tenían derecho a voto. Incluso si los salarios promedio subieran, una mayor desigualdad podría dar pie a exigencias de redistribución. Además, el Estado contaría con herramientas más poderosas para vigilar y manipular a la población. La política, por tanto, sería volátil. Los gobiernos tendrían que replantearse desde la base tributaria hasta la educación y la protección de los derechos civiles. Aun así, el ascenso de la superinteligencia debería generar asombro. Dario Amodei, director ejecutivo de Anthropic, dijo esta semana a The Economist que cree que la IA ayudará a tratar enfermedades que hasta ahora eran incurables. Si llega una nueva aceleración, el modo de entenderla es como la continuación de un largo milagro, posible solo porque las personas han abrazado la disrupción. Puede que la inteligencia humana quede superada. Pero todavía se necesitará sabiduría. da realizar el 30% de las tareas, el crecimiento anual superará el 20%. Los creyentes más entusiastas como Elon Musk concluyen que una IA automejorada dará lugar a una superinteligencia. La humanidad tendría acceso a todas las ideas posibles, incluyendo las necesarias para construir los mejores robots, cohetes y reactores. El acceso a la energía y la duración de la vida humana ya no impondrían límites. La única restricción para la economía serían las leyes de la física. No es necesario llegar a ese extremo para imaginar los efectos desconcertantes de la IA. Como ejercicio mental, basta con pensar en un paso incremental hacia una inteligencia de nivel humano.
En los mercados laborales, el costo de usar poder computacional para realizar una tarea limitaría los salarios asociados: ¿ por qué pagar más a una persona que a su competencia digital? Sin embargo, el reducido grupo de “superestrellas” con habilidades imposibles de automatizar y capaces de complementar directamente a la IA obtendría retornos extraordinarios. Probablemente solo les iría mejor a los propietarios del capital relevante para la IA, que acapararían una proporción creciente del producto económico. Todos los demás tendrían que adaptarse a las lagunas de la IA y al patrón de consumo de los nuevos ricos. Donde hubiera cuellos de botella en la automatización y la oferta laboral, los salarios podrían subir rápidamente. Estos efectos, conocidos como “enfermedad de los costos”, podrían ser tan intensos que limitarían el crecimiento del PIB medido, aunque la economía estuviera. Si las predicciones de Silicon Valley están siquiera cerca de ser acertadas, prepárese para una agitación sin precedentes. The Economist: Los nuevos patrones de abundancia y escasez se reflejarían en los precios. Todo aquello que la IA pudiera ayudar a producir —como bienes de fábricas completamente automatizadas o entretenimiento digital— vería caer su valor.