La épica que nos falta cuando decimos quienes somos
La épica que nos falta cuando decimos quienes somos Ziley Mora Penrose Escritor, etnógrafo y filósofo "No trate así a su hermanito, usted, m'hijo, no es gente común para que se acostumbre a hablar con esas palabrotas tan feas; usted viene de los hijos del oro del Cielo; porque eso es lo que significa su apellido Wenchumilla: "hombre de oro". Así reprendía a su nietecito un sabio anciano mapuche que yo conociera en mis andanzas etnográficas por los campos de la Araucanía, allá por el 1984.
Y ante esta toma de conciencia, el chico le replicaba: "Bah, no me importa, yo hablo no más como habla toda la gente, abuelo". Sin darse cuenta, el reprendido niño, rebajaba su dignidad por ignorancia ancestral. Yo le llamo a esto "alzheimer ontológico", es decir olvidar sistemáticamente nuestro origen celeste. Y qué duda cabe que toda la actual subcultura contribuye funestamente a esta desconexión. Sin darnos cuenta, desde niños venimos reforzando una particular "historia oficial" de nosotros. Enfatizamos determinados aspectos haciendo calzar el presente forzándoloa un guión que nos acomode. A la postre, nos vamos construyendo un domicilio donde se refugie la identidad que declaramos. Pero resulta que hay dimensiones, perspectivas, hechos y situaciones muy concretas de nuestra historia, que no entran en ese relato oficial. Así quedan fuera un inmenso caudal de experiencias sencillas, cotidianas, pequeñas felicidades, que no clasifican para ese relato. Por ejemplo, marginamos las visiones fantásticas que alguna vez visitamos en sueño. O aquellos luminosos sentimientos ya olvidados que brotaron en una tarde al lado de un río. Todos sucesos tan intensos, relevantes como cualquier otra experiencia pues se van al mismo lugar del hipocampo de la memoria. Uno no vive en la casa que dice que vive, en esa de ladrillo, techo de zinc sin pintar (lamentablemente) o esa que es parte de tal o cual villa o condominio. No. Uno vive en el espacio emocional de sus propios prejuicios. Es decir, uno vive en su hogar interno y alrededor de la "cocina" de su emocionar.
Y ésta la conforma una arquitectura de palabras, de conceptos de referencias al "yo soy" o al yo "creo que soy". En verdad, uno vive en el espacio narrativo que le permite las capacidades de un muy selectivo narrador en las sombras. Uno vive en el espacio interpretativo de sus experiencias, particularmente de las pasadas que preformatean las presentes; vale decir, entre la memoria y el olvido. Como personas y como país, hay una fuerza obscura que nos hace recordar intensamente la lista de lo amargo, lo trágico y doloroso y nos hace olvidar nuestros recuerdos más preciosos. Receta perfecta para envenenar el alma, y hacernos resentidos hasta la "En verdad, uno vive en el espacio narrativo que le permite las capacidades de un muy selectivo narrador en las sombras. Uno vive en el espacio interpretativo de sus experiencias, particularmente de las pasadas que preformatean las presentes; vale decir, entre la memoria y el olvido". enfermedad.
Lo dijo Isabel Allende: "entre nosotros el pesimismo es de buen tono, se supone que solo los tontos andan contentos". Por eso que recomendamos desde al Ontoescritura y en nuestra comunidad digital "Gimnasio del Alma"no a olvidar, sino a resignificar, a narrarnos mejor. Es decir, editar, formatear nuestra memoria y editar nuestras experiencias desde la semilla o núcleo raíz: el Ser interno o chispa divina. Vale decir, desde la identidad del Yo superior anterior al cuerpo físico. Y eso pasa por hacer otra lista detallada de aquellos momentos que bien pueden ser epifanía de algo trascendente que dejamos pasar.
Por tanto, recomendamos capacitar a nuestro débil narrador para recuperar esos sucesos marginales, y con ellos aprender a contarnos una "biografía no autorizada". Es decir, nos pasa lo mismo que le pasa a Chile y a todas nuestras hispanoamericanas patrias: según la época o el tipo de gobierno, su historia la escribe la fuerza vencedora, que es la ideología de turno que impone un relato oficial. Ya sea la Ilustración francesa, el régimen militar, la democracia, el liberalismo capitalista, etc., nos seleccionan eventos e interpretaciones, reduciéndonos a ese guión. Requisito fundamental es aprender a descubrir el hilo rojo de un mejor relato, uno que vaya conformando cierta "saga personal", la única manera en que haríamos justicia a la dignidad de nuestro Ser. Creo que no hay una manera no-mitológica, no-ideológica, de contar la historia de un país.
Propongo que para Chile, dada su historia y su "loca geografía", esa saga, ese mito sea "país piloto del Espíritu y balcón hacia el infinito", para desde aquí elegir, y seleccionar los hechos y los personajes que nos eleven, nos compacten y nos den una identidad moral. Y tu lector, ¿con qué recuerdos quieres alimentar tu Ser? ¿ Con qué saga-misión te vas a elevar, para desde allí recuperar tu olvidado poder interno y desde allí perdonar y perdonarte?.