COLUMNAS DE OPINIÓN: El Dilema de los Moái
COLUMNAS DE OPINIÓN: El Dilema de los Moái Gastón Gaete Coddou, Géografo Académico Universidad Playa Ancha La Isla Rapa Nui, enfrenta hoy uno de los debates más complejos en materia de patrimonio cultural: el destino de sus icónicos Moái.
Estas monumentales estatuas de toba volcánica, creadas entre 1.100 y 1.600 d.C., representan no solo un tesoro arqueológico de valor incalculable, sino también el epicentro de una discusión filosófica profunda sobre la naturaleza misma de la conservación cultural. La realidad material de los Moái es inexorable.
Como señala la historiadora Elena Charola, en su obra `Muerte de un Moái' (1997), estas estatuas «comenzaron a deteriorarse en cuanto fueron talladas». La toba volcánica, material poroso y excepcionalmente blando, sufre un proceso de degradación constante que se ha acelerado dramáticamente en las últimas décadas.
Los datos son alarmantes: según la conservadora Daniela Meza Marchant, las imágenes del siglo pasado muestran que «la alteración ha aumentado en los últimos 50 años en comparación con los 50 anteriores». El cambio climático ha intensificado esta amenaza de manera exponencial. El informe de la Unesco de 2016 clasifica a los Moái de Rapa Nui entre los sitios patrimoniales más afectados por el cambio climático a nivel mundial.
Las precipitaciones se han vuelto más esporádicas pero intensas, el nivel del mar aumenta, y eventos extremos como el incendio forestal de 2022 que carbonizó 80 Moáis en RanoRaraku demuestran la vulnerabilidad de estos monumentos ante las nuevas realidades ambientales. Frente a esta crisis, han surgido dos perspectivas fundamentalmente opuestas. Por un lado, figuras como el arqueólogo Claudio Cristino-Ferrando, defienden una posición conservacionista radical, argumentando que «la preservación no es solo deseable, sino absolutamente imperativa.
Para Cristino-Ferrando, permitir el deterioro de estos monumentos es «totalmente insostenible» y contradice tanto el deber como custodios del patrimonio cultural humano como la intención original de la tradición Rapa Nui, de que los Moái sirvan como testimonio de la llegada de los ancestros polinesios. En el extremo opuesto, el arqueólogo Dale Simpson Jr. presenta una perspectiva que desafía los paradigmas occidentales de conservación. Simpson argumenta que «muchos creen que los Moái deberían, tal como están, ser enterrados y desaparecer», regresando a su tierra natal.
Esta visión se fundamenta en la comprensión polinesia de que «todo tiene un ciclo de vida, que comienza y termina», donde lo que percibimos como destrucción es, en realidad, «la línea de vida de una estatua». Esta dicotomía refleja un choque más profundo entre cosmovisiones occidentales y polinesias sobre la naturaleza del tiempo, la permanencia y el valor cultural. La perspectiva occidental, influenciada por nociones de preservación perpetua y patrimonio como bien inmutable, contrasta con la visión polinesia que abraza la impermanencia como parte integral de la existencia. La comunidad Ma'uHenua, administradora del Parque Nacional Rapa Nui, ha optado por una tercera vía que busca conciliar ambas perspectivas. Su enfoque multifacético combina tecnologías avanzadas de conservación con el apoyo a la creación continua de nuevas piezas.
Como expresa ArikiTepano Martin, presidente de Ma'uHenua, «no se trata solo de proteger los Moái; los protegemos para garantizar la preservación de nuestro pueblo en esta isla». Esta estrategia reconoce que la cultura rapanui es un organismo vivo que requiere tanto preservación como renovación. Los esfuerzos actuales de conservación, desde los tratamientos químicos desarrollados por especialistas de la Universidad de Florencia hasta los escaneos 3D realizados por CyArk, representan un intento científico riguroso de ralentizar el deterioro. Sin embargo, estos métodos son costosos, requieren reaplicación periódica y plantean interrogantes sobre la sostenibilidad a largo plazo de tales intervenciones.
La reflexión de MariaTuki, guía turística local, resuena con particular profundidad: «Mi padre me dijo que los Moái volverían al océano algún día». Esta frase sintetiza la tensión fundamental entre aceptar la transitoriedad natural y luchar contra ella.
Quizás la verdadera sabiduría resida en reconocer que ambas perspectivas contienen verdades esenciales: la importancia de preservar el patrimonio cultural para las generaciones futuras y la aceptación de que toda creación humana está sujeta a los ciclos naturales de transformación.
El futuro de los Moái no debería determinarse únicamente por consideraciones técnicas o económicas, sino por un diálogo auténtico entre las comunidades Rapanui y la humanidad global, reconociendo que estas estatuas pertenecen tanto a su contexto cultural específico como al patrimonio universal de la humanidad..