COLUMNAS DE OPINIÓN: Aniquilación y venganza
COLUMNAS DE OPINIÓN: Aniquilación y venganza H an pasado 80 años desde "Little Boy" y "Fat Man". Las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki no solo causaron la muerte horrorosa de miles y la capitulación de Japón. También removieron los cimientos de la confianza en que una guerra total, como la primera y la segunda que remecieron al siglo XX, podía, aunque con pérdidas, ganarse. Las bombas atómicas y su proliferación con la carrera armamentista de la Guerra Fría cambiaron esta percepción. La guerra entre países nucleares (no así entre y con no nucleares) pasó a ser un juego de suma negativa de pérdida total. La destrucción de la humanidad o de la civilización se tornó de pronto en una posibilidad real y palpable. Casi irónicamente, poco antes de Hiroshima (6 de agosto), el 26 de junio de 1945, se había firmado la Carta de las Naciones Unidas. Dos hitos casi simultáneos, uno que expresa nuestras pretensiones humanitarias y otro la destrucción de esa misma humanidad. Quizás así se declama nuestra dualidad ambivalente. Con Kant: madera torcida; con Parra: un embutido de ángel y bestia. No ha habido otro uso militar de estas armas, aunque las potencias nucleares pasaron de una a nueve.
Dos veces hemos estado al borde de la hecatombe (en la crisis de los misiles en Cuba, y en 1983, cuando el teniente soviético Petrov la evitó al interpretar como falsa la alarma del ataque estadounidense). Pero no ha ocurrido. Ello habría sorprendido a Von Neumann, padre de la teoría de juegos. Este hombre brillante, tan importante para el proyecto Manhattan que entraba y salía de Los Álamos como por su casa, temía, según su hija Marina, que la humanidad no sobreviviría 25 años más sin autodestruirse. La idea de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) ha inhibido su uso; esto es, que los agentes racionales no la usarían primero porque la represalia sería aniquiladora.
Pero ¿ qué sucede con la respuesta a un ataque ya en marcha? Si de todos modos morirá junto a sus connacionales, ¿aniquilaría al país atacante, destruyendo de paso las condiciones de vida de tantos otros? No todos, pero una gran mayoría sí lo haría.
Al no uso de estas armas subyace el deseo de venganza que así se expresa, un deseo profundamente humano (detectado en otros primates) que nos lleva a retrucar, aunque ya no sea racional, en sentido estrecho o neoclásico, hacerlo. Parafraseando a Hobbes, leemos en este deseo que reconocemos en nosotros a toda la humanidad.
Incluso quien pone la otra mejilla solo tiene dos para ofrecer (esto es: Tit for Tat plus, una estrategia muy exitosa según Axelrod en La Evolución de la Cooperación). Pero en asuntos nucleares solo tenemos una. El amor y el deseo humanitario es evolutivamente fuerte en nuestra especie. Pero el deseo de venganza también lo es. Kant y Parra tienen razón. Siguiendo la filosofía de Don Ramón, la venganza nunca es buena. Pero a este deseo productivo debemos la suerte de seguir vivos en nuestro mundo nuclear. Aniquilación y venganza Daniel Loewe Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez "El amor y el deseo humanitario es evolutivamente fuerte en nuestra especie. Pero el deseo de venganza también lo es"..