Autor: la columna de María Teresa Cárdenas M.
Columnas de Opinión: El tamaño de la infancia
Columnas de Opinión: El tamaño de la infancia Hace una semana se cumplieron 74 años desde que el Estado de Chile decidió otorgarle por primera vez a una mujer el Premio Nacional de Literatura, casi una década después de que este fuera instaurado, en 1942.
El aniversario sería digno de celebrar si no remitiera a una situación todavía vergonzante: Gabriela Mistral, la poeta distinguida, ya había recibido el Nobel en 1945, convirtiéndose en la primera y hasta ahora única latinoamericana reconocida con ese premio. Es ese hito internacional y de cifra redonda lo que se está conmemorando este 2025 con diversas acciones culturales en el país y en el extranjero y una comisión especial del Gobierno para coordinarlas.
Siguiendo una tendencia que se ha fortalecido en el último tiempo, y particularmente desde que en 2007 la Biblioteca Nacional recibió el legado de Mistral a través de Doris Atkinson, sobrina de su albacea, Doris Dana, el énfasis de esta conmemoración se ha puesto en la necesidad de relevar todos los aspectos que la constituyen como mujer, creadora y pensadora. Entonces se afirma, con cierta displicencia por esa faceta, que ella es mucho más que la maestra y la autora de las rondas infantiles y los piececitos de niño. Lo que es cierto, pero la amplitud, profundidad y relevancia de su obra también se sostienen en ese pilar y en la preocupación que desde muy temprano y hasta su muerte tuvo por la niñez.
Como colaboradora de este diario, el 22 de enero de 1922 se publicó una columna de Mistral titulada “La raza triste”, donde la poeta lamenta la falta de interés de los adultos por entretener con juegos y canciones a los niños y niñas, e insta a poetas y músicos a renovar y chilenizar el repertorio infantil. “Yo ignoro por qué los cantos escolares les gustan poco.
Será porque en su mayoría tienen melodías extrañas música alemana, o austriaca, o italiana que no llevan envuelto un aire nacional y que rechazan instintivamente”, argumentaba, para luego preguntarse “¿ Por qué no hacen toda la música escolar los chilenos?”. Su diagnóstico era poco gratificante y en cierta medida actual: “Somos gentes con pretensiones de seriedad.
El cómo los niños juegan, dónde juegan y qué cantan, son para nosotros fruslerías, y rehusamos con ridículo orgullo descender a esto que es lo pequeño maravilloso, lo pequeño que tiene infinita percusión en lo grande”. Para invitar a otros a hacerlo, Gabriela Mistral finalizaba su artículo compartiendo por primera vez ocho rondas de niños: “¿ En dónde tejemos la ronda?” y “Dame la mano”, entre ellas.
Esa clara conciencia de que “lo pequeño tiene infinita percusión en lo grande” cuántos escritores, empezando por Rilke e incluyendo a Mistral, han sostenido que la patria es la infancia queda muy bien expresada en sus reflexiones pedagógicas, recogidas en Pasión de enseñar (Ediciones UV, 2017). En el punto V de su famoso “Decálogo de la maestra”, por ejemplo, apunta: “Maestro. Sé fervoroso.
Para encender lámparas has de llevar fuego en tu corazón”. Más adelante se consignan sus 46 pensamientos “para las que enseñamos”, y en el segundo escribe: “Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”. O “Toda lección es susceptible de belleza”, recomendaciones que trascienden la misión de los profesores y deberían ser válidas para todos los adultos. Por supuesto, no todos se ajustan a los tiempos actuales, pero, como destacan los editores, Mistral piensa la pedagogía “desde una mirada estética, ética y espiritual” que todavía tiene mucho que decirnos. Y es un oficio que no desliga de la poesía y de la importancia que esta también tiene en la formación de niños y niñas. En “La enseñanza, una de las más altas poesías” cuenta: “¿ Quiere usted condenar a las mujeres chilenas a ese género inferior que es la poesía infantil?, me han dicho algunas. Y con toda la honradez de mi alma les he contestado. No infantil, tan superior que nunca me siento tan torpe que cultivándola.
Tan superior que el poeta que ha hecho los versos más perfectos para los niños de América es Rubén Darío, el primer poeta de habla castellana”. La actividad más reciente de conmemoración de los 80 años del Nobel a Mistral se realizó esta semana en la Expo Universal de Osaka, en Japón, hasta donde viajó una delegación chilena que incluyó a María José Ferrada (1977), autora de más de cincuenta libros para niños en diversos géneros y quien acaba de publicar Apuntes sobre una enciclopedia mágica (Ediciones UDP), un precioso volumen sobre la infancia y su relación con el mundo material, inspirado principalmente en la lectura de Walter Benjamin.
Nacida en Temuco y radicada desde hace algo más de un año en Villarrica, la escritora ha sido premiada en Chile y en el extranjero y tiene una extensa trayectoria realizando talleres en sectores rurales y vulnerables.
“La infancia en el campo, que avergüenza como un vestido de percal a nuestra gente cursi, la he sentido yo siempre, y la considero todavía, y cada día más, como un lujoso privilegio”, escribe Mistral en “Infancia rural”. Sospecho que Ferrada estará de acuerdo con este pensamiento, y me atrevo a imaginar que, a 80 años de su Premio Nobel, la poeta chilena se habría sentido muy bien representada en Osaka.
La clara conciencia de que “lo pequeño tiene infinita percusión en lo grande” queda muy bien expresada en las reflexiones pedagógicas de Mistral.. Se afirma, con cierta displicencia por esa faceta, que Gabriela Mistral es mucho más que la maestra y la autora de las rondas infantiles y los piececitos de niño. La clara conciencia de que “lo pequeño tiene infinita percusión en lo grande” queda muy bien expresada en las reflexiones pedagógicas de Mistral.