Autor: Luis Toledo Mora, periodista
Columnas de Opinión: Puerto Montt, entre la madera y la memoria
Columnas de Opinión: Puerto Montt, entre la madera y la memoria L a madera fue por años el principal material de construcción de Puerto Montt y del sur austral.
Extraída de los bosques cercanos a Melipulli, dio vida a las tradicionales tejuelas de alerce, los hermosos pisos de maffio y al ciprés usado en embarcaciones que conectaban el seno del Reloncaví, cuando la Carretera Austral ni siquiera existia en el imaginario del más visionario. Puerto Montt ha cambiado. Ya no quedan las lanchas a vela que hicieron famoso a Angelmó, inmortalizadas en los pinceles de Pacheco Altamirano.
Tampoco vemos los carretones de madera adentrándose en las aguas del canal de Tenglo, descargando lanchas venidas desde las islas y de la antigua Chiloé Continental -hoy Provincia de Palena-, imagen que tantas veces retrato Manoly. Lentamente, el concreto comenzó a reemplazar a la madera, transformando ese Puerto Montt de casas pintorescas en una cludad de edificios de vidrio y cemento.
Ya no está el antiguo Banco Llanquihue; los más nostálgicos recordarán la casa donde se emplazaba La Gran Papa junto a otros locales en calle Quillota con Urmeneta, y la gran casona que albergó la imprenta Delta en la esquina de Urmeneta con Benavente que, como tantas otras, fue consumida por el fuego. También desaparecieron la Casa Luna y la Villa Mónica, que impregnaba de aroma a ciprés el espacio que hoy ocupa el Hotel Gran Pacifico.
Tampoco está presente la casa de los tres mañios en la cuesta Santa Teresa, donde vivió el gran acuarelista Hardy Wistuba y su hermano Manuel, que preparaba telas y marcos para los artistas que llegaron a plasmar en sus cuadros esta cludad del sur del mundo. Más recientemente se perdió la Casa Ebel y la Casa Binder, mientras que la Casa Fernández enfrenta un grave riesgo. En definitiva, aquel Puerto Montt en el que crecimos quienes bordeamos el medio siglo vive hoy sólo en el recuerdo. Un Puerto Montt de madera y brisa que hoy subsiste en la memoria de quienes lo habitaron. Lamentablemente, la modernidad la hemosalcanzado con el sacrificio de nuestro patrimonio. Sin embargo, no todo está perdido. La Casa Pauly resiste como un oasis de la memoria. La casa del doctor Arteaga permanece firme en la esquina de San Felipe con Urmeneta, pese al incendio cercano que en enero amenazo su existencia.
En calle Rancagua con Vial aún se levanta una casona que alberga varios restaurantes; frente a la plaza destaca la emblemática Casa Rensinghoff -sede de El Tablón del Ancla-, y en Miraflores permanece el querido Cirus Bar. Recuperar lo quese ha ido es imposible.
Pero conservar lo que aun tenemos, revitalizarlo y dar nueva vida al patrimonio es tarea de todos: del mundo público, que debe proteger; de los privados, que pueden impulsar nuevos usos y emprendimientos en estos espacios; y de la ciudadanía, que con su visita y preferencia mantiene vivo este legado.. C Columna