Trekkear en el final del mundo
Trekkear en el final del mundo CAMBIO. No lo parece, pero minutos antes había llovido torrencialmente. E s el fin del mundo como lo conocemos y no decimos eso porque justo así se llama la canción de R.E.M. que estamos escuchando.
Es el fin del mundo porque, geográficamente, aquí nos encontramos: en Puerto Williams, la ciudad más austral de nuestro planeta. "Somos dos mil personas acá", dijo temprano Jorge Caros, fundador y socio de Errante Ecolodge, que nos recogió en el Aeropuerto Guardiamarina Zañartu (el último dato oficial, de 2017, cifraba en 1.868 a los locales). "Es súper chico; todo se da en un radio de 5 a 7 kilómetros", agregó cuando ya estábamos en la van camino al lodge ubicado --precisamente-a unos cinco kilómetros por un camino mayormente pedregoso, con pequeños bosques a los lados. Una mesa larga con 14 copas servidas, y vista al canal Beagle, nos acoge en Errante. Todos los aquí reunidos están relacionados, de una forma u otra, con los viajes. Hablan sobre el trekking que haremos el día siguiente a los Dientes de Navarino. Ahí, Javiera y Daniela, jóvenes que hicieron el recorrido unos días atrás, dicen que el trayecto es más difícil y duro que la W de Torres del Paine.
Esa es la referencia. ¿Qué tanto más difícil podría ser? ¿ Cómo medirlo? Mientras seguimos especulando, Benito, el perro cariñoso y juguetón, de pelo largo y canoso, se deja acariciar a un lado de la chimenea. Tomasa, una gata pequeña, gris, café y blanco, observa todo a distancia sobre un radiador. El aporte a la conversación de Jorge y Constanza Portus, socia también de Errante, es que habrá viento, lluvia, nieve y barro. El desconocimiento que tenemos sobre los Dientes de Navarino lo compensamos con entusiasmo. Es un jueves de fines marzo y hay alrededor de 6 grados Celsius pasadas las 11 de la mañana. Las mochilas ya en la espalda cargan saco de dormir, comida, algo de ropa. Cruzamos el portal de entrada por un lado de la toma de agua del río Robalo y damos los primeros pasos hacia una aventura de dos días de caminata y una noche de camping. Una variante "de prueba", por decirlo así, para conocer este circuito. La versión más potente, y exigente, dura seis días en total. Esa es una de las actividades que organiza Travesías Errante.
La noche anterior, antes de la cena en el lodge y luego de unas cervezas en el bar Worus ("el más austral del mundo", como se presenta en su cuenta de Instagram @worusrestobar), tuvimos que ir a la Comisaría de Carabineros local, un espacio tibio, donde declaramos, entre otras cosas, nuestra previsión de salud y si teníamos algún tipo de seguro. Jorge explicó que Carabineros son los únicos que llevan un registro más o menos oficial de las personas que ascienden los Dientes de Navarino. No todos se registran, claro, pero es mejor hacerlo en caso de cualquier problema. Eso fue ayer. Ahora, Constanza nos advierte: "Aprovechen, que es el último lugar donde hay señal". Nos detenemos en el primer mirador. A lo lejos aún podemos ver, en tamaño miniatura, a Puerto Williams y el Club de Yates Milcavi.
En el city tour del día anterior, antes de las cervezas, Jorge nos dijo que prácticamente un tercio de Puerto Williams lo compone la Armada; los demás son civiles: funcionarios públicos y locales con otros trabajos. Por eso, todos se conocen. Constanza dice que incluso hay un grupo de WhatsApp donde, por ejemplo, les avisan cuando Benito se aleja del lodge.
No volveremos a saber del mundo ni de Benito ni de 5G hasta el viernes por la tarde (algo que para los locales tiene otra sensibilidad, por decirlo así: este tipo de señal recién llegó a Puerto Williams hacia finales de 2022). A partir de este lugar, la comunicación solo será face-to-face. El ascenso hace que rápidamente comencemos a desprendernos de algunas capas de abrigo. Estamos en un bosque envolvente abundante en lengas que nos tapan el cielo. Los troncos y extensas raíces sobresalen de la tierra y parecieran tratar de ocultar el camino, pero Constanza y Jorge saben exactamente a dónde ir. "Aquí comiencen a abrigarse", dice él. Tras unos 600 metros en subida, hemos salido del bosque y encontramos el segundo mirador. Desde aquí se ve el río Robalo y su bahía, Virginia, además de Puerto Navarino y Ushuaia al otro lado del canal. El cielo es principalmente despejado, soleado. De pronto, vuela el envoltorio metálico de un sándwich. Otro de los caminantes, ágil, lo atrapa. Parece un hecho insignificante, pero --dado el entorno-no lo es. En esta zona es inevitable encontrar huellas que remiten a tiempos complejos.
Se habla, por ejemplo, de la "casi guerra" con Argentina en 1978, una disputa limítrofe que estuvo a nada de lleTrekkear en el FINAL DEL MUNDO DIENTES DE NAVARINO Desde Puerto Williams, en la isla Navarino, se parte al cordón montañoso conocido como Dientes de Navarino, un circuito todavía poco concurrido más que todo por su lejanía (casi no queda continente americano más al sur) y por su exigencia. Aunque hay una forma algo más liviana: un ida y vuelta en dos días, que permite entender su belleza imbatible. TEXTO Y FOTOS: María José Cifuentes B., DESDE LA REGIÓN DE MAGALLANES. DIFICULTAD. El grupo se abre paso a través de lengas en un ascenso de unos 600 metros. PUREZA. Las botellas de agua se recargan directamente en las vertientes y cascadas que encontramos en la ruta. DE MONTAÑA. El de Dientes de Navarino es un trekking de complejidad media-alta. JOHN W ALBA UM. Trekkear en el final del mundo gar a las armas. En el lugar que elegimos para una pausa, con barritas de proteínas y mixs de frutos secos, a pocos pasos una bandera chilena flamea con fuerza. Es un hito de unos tres metros de alto, "para hermanar a todos los visitantes que llegan a este lugar", dice la placa instalada en 2017 en la base blanca de concreto. El pabellón tienen que cambiarlo cada cierto tiempo porque no dura mucho frente a las condiciones climáticas. Sobre todo, el viento. En la franja blanca de la bandera que hay ahora se lee "AGS 61. Cabo de Hornos 2024". "Antes había una de lata", dice Constanza.
Uno de los trekkeros, Felipe, busca el mejor ángulo para la foto. "Una marca de soberanía chilena", dice Matías Cortés, que es guía y que luego se adelantará para instalar las carpas para esta noche en la laguna del Salto. Es un buen sitio para una foto grupal, aunque el cielo se ha vuelto algo gris. Han pasado las cinco de la tarde. Algunas mochilas descansan en las carpas junto a sus dueños. Otros preparan una actividad para "más experimentados". Tres horas antes, todavía de camino a la laguna del Salto, nos cayeron encima unas lluvias torrenciales, vientos de 60 kilómetros por hora... y luego, cielo despejado. Como si nada.
El trayecto ahí tenía el ancho que ocupan dos pies mirando al frente, justo en medio de una empinada subida y una no menos empinada bajada Pareciera suficiente para un día de caminata, pero Jorge invita a subir al paso Australia. Algunos declinamos: en el trekking, como en la vida, hay que conocer nuestros límites. Como sea, Marco, uno de los trekkeros, se pone traje de baño y se sumerge en la laguna como si fuese un día veraniego cualquiera. Cerca, otro grupo se instala sobre unos troncos secos, en torno a una cocinilla donde Jonatan Cecchi prepara puré. Matías, café en mano, confirma lo que parece evidente: Dientes de Navarino se llama así por su forma, como de sierra. Vemos a Felipe y Catalina mientras emprenden camino a la base del paso Australia. Jorge y Constanza los llevaron a ver la zona sur de la isla, hacia bahía Windhond. El resto nos perdemos en la vista de la laguna y sus aguas celestes.
Toda una postal. "Imagínense a los yaganes, que estuvieron hace 10 mil años acá, en las mismas condiciones, en el mismo lugar", le ha dicho Matías Cortés a sus asistentes a lo largo de las seis temporadas que lleva como guía en este circuito. "Ellos tenían sus ceremonias; ahí pasaban hartos meses, hasta año y medio. Generalmente para enseñar sobrevivencia. Y también estaban los machis yaganes: ellos encontraban jóvenes que tuvieran las habilidades y los llevaban a la montaña. Les enseñaban las terapias, cómo sanar a la gente", agrega. Todavía estamos imaginando yaganes cuando, cobijados en los sacos, comienza a nevar. Algunos duermen sin problema. Otros, como Jonatan, se quedan viendo una película en el celular o escuchando música sin conexión. El viento silba con fuerza contra las carpas. Aún no son las 9 de la mañana. Jorge pregunta si pasamos frío y el consenso es que no. Ofrecen café. La nieve, fuera de la carpa, es suave. Pausa para arreglar las cosas, reacomodar todo en la mochila, seguir. Igual esperamos a que deje de nevar, pero como no.. . comenzamos el retorno. El camino está complejo. Resbalar es inevitable, incluso con bastones. Hay nieve sobre arbustos y musgos; pequeñas caídas de agua pasan por el lado. Algunos llenan sus botellas; otros toman directo con sus manos. "Es todo demasiado dinámico, más las tormentas; todo salvaje, prístino. Estos paisajes te transportan a otras eras", había dicho Matías la noche anterior. Es la meteorología la que finalmente establece qué puede hacerse y qué no en cada salida. "Así es el fin del mundo", dijo Jorge a su vez. Quizá es buen momento para decir esto: cuando indican que este es un trekking "de alta montaña", no es alarde.
La dificultad se nota desde los primeros papeles que hay que llenar en el lodge hasta ahora que emprendemos el descenso por el valle, a un costado del río Robalo, tras una noche bajo la nieve. "Es como un bosque encantado", dice Juliana, argentina de Buenos Aires que llegó en velero desde Ushuaia. Pareciera que en cualquier momento puede aparecer un personaje animado de película. Pequeños hongos blancos, naranja y violeta se mezclan con el musgo de árboles que han caído y nos cortan el paso, obligándonos a rodearlos. A veces vamos sobre troncos gruesos; otras, por debajo. Constanza guía, y avisa lo que trae el camino. Aquí, un hoyo que esconde el barro; allá, un tronco resbaloso; la piedra está suelta, no la pisen. Entre musgos y helechos, pequeños puntitos rojos. "Son frambuesas silvestres, pero les decimos frutillas", explica Jorge. Nos toca una ácida, pero dulce. Más pequeña que un pulgar. El agua que suena de fondo abastece a Puerto Williams, explica Jonatan. A lo largo del camino, cascadas y vertientes han dado un nuevo significado a la palabra pureza. Es una característica de esta zona. Pero hay problemas. Castores, por ejemplo. Tiernos en apariencia, invasores despiadados. Pasamos junto a una de sus presas. Felipe cuenta cómo intentaron destruir una, y al día siguiente la encontraron reconstruida, inundando el sector y alterando el ecosistema. Para cuando Constanza dice que falta poco, se escucha un resoplido en la fila: hay escepticismo. Y cansancio. El tiempo parece detenido. Quizá sea el silencio. Tampoco hay quejas en serio. Con actitud, unas trekkeras adelantan la ducha caliente que les espera en el lodge. No cualquiera viene a Dientes de Navarino. Acá llegan los aperrados, cree Matías: generalmente, luego de repetirse Torres del Paine. A este lugar se viene cuando parece que ya no queda más, y aún así el fin del mundo sigue como un objetivo. "El turista que nos visita, busca algo así.
Aunque tienes la ruta, un camino, aun así lo sientes salvaje". Para cuando salimos del bosque y Jonathan dice que faltan como 15 minutos ("yo sí lo digo en serio", agrega cuando se escuchan reclamos entre risas), todavía sigue nevando. Vuelve internet. Después, el calor de la chimenea en Errante. Olemos a champú, usamos jeans y polera, hay risas cómplices, una tabla de carnes y papas fritas, otra de verduras. Comienzan a sonar notificaciones en los celulares: son las fotos de estos dos días compartidas en un grupo de WhatsApp recién estrenado para esto. Calafate sour, vino y piscola para celebrar. También un par de analgésicos para quienes tienen las rodillas resentidas. Y sábanas blancas y suaves para el descanso. Aún falta para eso. Miramos una de las fotos que se comparten: nos muestra victoriosos, los pantalones y zapatos embarrados, sujetando los bastones. Felices y agotados. Sonrientes. Satisfechos. Habíamos hecho parte del trekking más austral del mundo. No todos los días uno puede decir algo así. D Tiene tiempo de prepararse para esta caminata. La próxima temporada comienza el 1 de noviembre. Más información vía Errante Ecolodge en su mail (contacto@errantecolodge.com ), WhatsApp (+569 9368 9723), Instagram y Facebook (@errantecolodge) y web: errantecolodge. com EN CAMINO META. El final exitoso de una excursión de dos días con lluvia, nieve y barro, resumido en una imagen. JO RG E CA RO S SILVESTRES. Aquí les dicen frutillas, pero son frambuesas. HITO. De camino a laguna del Salto, esta bandera se cambia a menudo: el viento es implacable. ESTACIONES. A la laguna del Salto no le importa que aún sea otoño: así nos despierta al segundo día, cuando empezaremos el retorno..