Un militar a La Moneda: Carlos Ibáñez (1927)
Un militar a La Moneda: Carlos Ibáñez (1927) L Tercera entrega de la serie sobre las campañas presidenciales de los últimos 102 años.
Esta vez, cómo un militar llegó al poder encarnando el nuevo espíritu de los tiempos, y con énfasis antioligárquicos y realizador. a implementación del régimen de la Constitución de 1925 no se desarrolló en la forma prevista. De hecho, el régimen de gobierno no entró en vigencia hasta 1932, y en esos siete años hubo sucesivos esfuerzos fallidos por implementarla o cambiarla.
Por ello, podemos apreciar en ese tiempo un intento de hacer permanecer el parlamentarismo y el gobierno de partidos (Emiliano Figueroa), luego una comprensión autoritaria y con un militar a la cabeza de la nueva institucionalidad (Carlos Ibáñez) y finalmente un período breve pero intenso de anarquía (entre 1931, desde la caída de Ibáñez, hasta 1932, cuando Arturo Alessandri regresó a La Moneda). Ibáñez era un caso curioso en la política chilena: provinciano (de Linares), militar de Caballería, de pocas palabras, sin máquina política ni suficientes contactos, con una inteligencia práctica poco reconocida por algunos. Sin embargo, representaba fielmente el espíritu nuevo, antioligárquico, mesocrático, práctico (en lo económico, por ejemplo), de gran patriotismo, representante de la necesidad de restauración o salvación nacional, y con una nueva concepción del Estado. Personaje difícil de escrutar, creció políticamente entre 1924 y 1927, cuando llegó el momento definitivo de liderar una nueva etapa en la historia de Chile. Para entonces, como sostiene Frederick Nunn, se había producido una inversión decisiva en la relación civil-militar, que anunciaba no solo cambios de gabinete, sino transformaciones decisivas en la trayectoria nacional (en Chilean politics 1920-1931.
The honorable mission of the Armed Forces, University of New Mexico Press, 1970). La consolidación de Ibáñez La primacía política de Carlos Ibáñez comenzó a mostrarse tempranamente tras el ruido de sables, luego se acrecentó con el golpe de enero de 1925 y su nombramiento como ministro de Guerra de la Junta de Gobierno presidida por Emilio Bello Codecido, después con Arturo Alessandri a su regreso en marzo del mismo año y finalmente con Emiliano Figueroa Larraín tras su elección como el primer Presidente de la República bajo la nueva Constitución. En la administración Figueroa se produjo una situación anómala. En la práctica, Ibáñez siguió siendo la principal figura política del país, incluso sobre el presidente Figueroa o los ministros del Interior con quienes compartió en el gabinete: Maximiliano Ibáñez y Manuel Rivas Vicuña.
Carlos Ibáñez asumió como ministro del Interior el 9 de febrero de 1927, lo cual representó un giro decisivo, resumido por una caricatura publicada en Zig Zag, donde se puede observar un "Balancín de actualidad", en el cual por un lado Ibáñez ejerce más peso que ocho figuras políticas del momento: "No podrán quejarse, mis amigos, que los he hecho subir rápidamente". Ellos contestaron: "Así es, nuestro coronel, y estamos agradecidos; pero no se retire, por favor, porque nuestra caída será también rápida". Debajo de ellos se encontraba don EmiliaUn militar a La Moneda: Carlos Ibáñez (1927) Lecturas & Documentos Por Alejandro San Francisco Serie 102 años de campañas presidenciales (III) Carlos Ibáñez del Campo en el Congreso con la banda presidencial y su uniforme militar.
A su derecha, el presidente del Senado, Enrique Oyarzún, y a su izquierda el presidente de la Camara de Diputados Francisco Urrejola.. Un militar a La Moneda: Carlos Ibáñez (1927) no Figueroa, quien exclamó: "Lo peor es que el golpe lo recibiría yo" (19 de febrero de 1927). Según Manuel Rivas Vicuña, gran narrador del régimen parlamentario chileno, el problema y el cambio en el gabinete se suscitó por una intervención del coronel Ibáñez para exigir al Presidente de la República, en nombre de las Fuerzas Armadas, que retirara al ministro de Marina, almirante Swett, así como de otras medidas que atentaban contra la Constitución, por lo cual Rivas Vicuña presentó su renuncia al Presidente (Historia política y parlamentaria de Chile, Tomo III, p. 656). Después la situación se agravó y el sistema entró en crisis, por un conflicto con el presidente de la Corte Suprema, Javier Ángel Figueroa Larraín, hermano del gobernante.
El coronel era partidario de la depuración del Poder Judicial, mientras don Javier Ángel, como explicó en una carta del 27 de marzo, estimaba que era clave defender el respeto "a los procedimientos legales", en los que Ibáñez no confiaba (René Montero, La verdad sobre Ibáñez, p. 95). La contradicción llegó a un punto de no retorno cuando se ordenó la detención del Presidente de la Corte Suprema, mientras el gobernante Emiliano Figueroa Larraín se encontraba fuera de Santiago.
Fue la gota que rebasó el vaso y llevó al Presidente de la República a alejarse del mando, aunque enfatizó que había compartido siempre el anhelo de "reorganización política y depuración administrativa y judicial, que no podían diferirse". Sin embargo, Figueroa no era el hombre para el puesto, como resumió muy bien un editorial de El Mercurio: el camino adoptado por el gobernante era el resultado fatal "del desacuerdo entre la situación que él se prestó patrióticamente a servir y la realidad incontrarrestable de los hechos" (5 de mayo). El periódico resumió las aspiraciones nacionales en una idea: "El país quiere y exige un gobierno fuerte que respete y haga respetar la ley". La Nación complementó explicitando que la sucesión presidencial debía resolverse "mediante la elección del actual vicepresidente, señor Ibáñez" ("El futuro Presidente de la República", 9 de mayo de 1927). En ese nuevo escenario, el propio Carlos Ibáñez asumió como vicepresidente e inició el camino hacia la primera magistratura, según explicó en un Manifiesto al país, aceptando la candidatura a la Presidencia de la República, pidiendo a todas las colectividades su apoyo.
El documento sintetizaba un programa "sencillo y breve", que incluía el robustecimiento del "principio de autoridad, para que termine definitivamente la anarquía que ha reinado en el país"; cimentar "la situación de nuestras finanzas sobre bases de severa economía e intensivo fomento de la producción"; lograr el progreso económico, dar educación, preocuparse del norte y sur del país y trabajar "por la reconstrucción y sólida organización de las fuerzas vivas del país". El candidato concluía su Manifiesto llamando a colaborar en la "tarea grandiosa de reconstrucción nacional", asegurando que gobernaría para todos los chilenos "sin distinción de color político, de sectas ni de grupos" (Santiago, 10 de mayo de 1927). En la práctica, era posible advertir un cambio de fondo. De partida, en las filas militares existía la sensación de que no habría depuración de acuerdo con las formas políticas tradicionales. De hecho, había cambiado la Carta Fundamental, y en la práctica el país seguía gobernado como antes. Por otro lado, se advertía la necesidad de un poder fuerte, fórmula que había emergido en Italia y en España en esos mismos años. Finalmente, no se puede dejar de mencionar el liderazgo indiscutido de Ibáñez, al interior del Ejército y de las Fuerzas Armadas en general. Con ello, aparecía como el hombre que debía producir el cambio en Chile.
El doctor José Santos Salas candidato en 1925 y probable postulante dos años después finalmente no se presentó y declaró: "Mi opinión es que hay un hombre irreemplazable para ocupar la Primera Magistratura: el coronel Ibáñez". El médico agregaba que Ibáñez había demostrado "desde el comienzo de su actuación pública, una exacta comprensión de las necesidades de Chile" (El Mercurio, "Declaración del Dr. Don José Santos Salas", 6 de mayo de 1927). Su voz era representativa de un amplio consenso nacional. Un triunfo histórico Ciertamente, la elección presidencial de 1927 fue anómala y estuvo marcada por la situación excepcional que Chile había vivido desde septiembre de 1924. No obstante, el apoyo al coronel Ibáñez era real. Como ha señalado Jorge Rojas Flores, "el reformismo ibañista" fue un refugio atractivo para los muchos descontentos que esperaban un gobierno fuerte, frente al parlamentarismo y los partidos políticos.
Por otro lado, el "impulso a la legislación social y el lenguaje antioligárquico" permitieron darle a Ibáñez un sustento social amplio entre los trabajadores (La dictatura de Ibáñez y los sindicatos, pp. 13-14). No cabe duda de que el candidato cruzaba transversalmente la sociedad chilena, como muestran numerosas notas de prensa durante mayo, y como mostró un acto de adhesión en el Club de la Unión, celebrado solo tres días antes de las elecciones y al cual adhirieron más de 400 personas.
En la ocasión, Luis Barros Borgoño figura presente en muchos hitos relevantes de los últimos años expresó que Ibáñez representaba "una gran fuerza moral" y estaba "especialmente capacitado para ofrecer y dar al país las seguridades" de que serían resguardados sus intereses y de que "será impulsado enérgicamente el progreso económico de la Nación". A continuación, concluía: "Y en el orden de las transformaciones sociales, cumple tan sólo al recto y previsor criterio del estadista, aquilatar las exigencias justas y buscar en el equilibrio y la armonía". En la misma línea, y junto con destacar el civismo de Barros Borgoño, el coronel Ibáñez reconocía que había existido animadversión entre los de arriba y los de abajo, por lo que era necesario dar paso "a una armonía fecunda, fundada sobre la cooperación y la justicia" (La Nación, 20 de mayo de 1927). En el acto se oyeron "vivas" a Ibáñez, "el salvador de la Patria". El 21 de mayo Ibáñez pronunció un discurso ante el Congreso Pleno, para informar sobre el estado político y administrativo de la nación, lo cual desde la Constitución de 1925 debía desarrollarse en esa fecha.
En la parte final se ve un claro resumen del pensamiento de Ibáñez sobre el momento histórico que vivía Chile: "Si intenciones aviesas pretendieran perturbar la obra honrada de un gobierno cuya finalidad suprema y única es el bien de la Patria, no omitiré sacrificios propios ni ajenos para guiar al país por la senda justa, para mantener el orden, aunque al término de mi período, en vez de poder declarar que me he ceñido estrictamente a las leyes, sólo pudiera afirmar, repitiendo la frase histórica: Juro que he salvado a la República". Los comicios se realizaron al día siguiente "con absoluta normalidad". "Estoy profundamente reconocido del pueblo de mi Patria", sostuvo Ibáñez tras su victoria (El Mercurio, "El Ejerciendo como Presidente, Ibáñez se casó en 1927 con Graciela Letelier Velasco. Tuvieron cuatro hijos: Margarita, Ricardo, Nieves y Gloria. Ficha de autor Alejandro San Francisco. Académico de la Universidad de Tarapacá y profesor de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Coautor de la Historia de Chile 1960-2010 (USS, 9 tomos publicados). Licenciado en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile y Doctor en Historia por la Universidad de Oxford, Inglaterra.. Un militar a La Moneda: Carlos Ibáñez (1927) coronel Ibáñez, Presidente electo de Chile", 23 de mayo de 1925). El llamado Comité ejecutivo de los asalariados visitó al futuro gobernante y "manifestó el júbilo que sentían las clases trabajadoras por su exaltación a la Presidencia de la República" (El Mercurio, "Los asalariados ante el triunfo de la candidatura Ibáñez", 23 de mayo de 1925). Lo resumió muy bien La Nación, en la misma línea que el nuevo gobernante: "El régimen constitucional de 1925, en realidad, entrará en vigencia efectiva sólo al constituirse el Gobierno vigoroso previsto en su letra y en su espíritu". El medio reconocía que la tarea desempeñada previamente por Ibáñez y sus colaboradores del gabinete había sido un prometedor anticipo de lo que vendría ("La jornada de ayer", 23 de mayo de 1927). La elección fue "singular", como señala Enrique Brahm, "única en la historia de Chile". Fue así en gran medida porque resultó elegido el caudillo de la revolución de 1924 y quien se había convertido en el "hombre fuerte" en los años siguientes (en Carlos Ibáñez del Campo, p. 349). Si bien el resultado es notable por el apoyo que recibió Ibáñez en esa ocasión más del 98% de los votos, es importante realizar algunas consideraciones.
La primera es que no hubo elecciones propias de un régimen democrático, con varias alternativas, salvo una candidatura del comunista Elías Lafferte, que se encontraba desterrado para el momento de los comicios y no pudo realizar campaña. Tampoco existían condiciones de libertad de prensa real.
La segunda es que aumentó considerablemente la abstención electoral: en 1925 no sufragaron poco más de 40 mil personas (13%) en tanto en 1927 dejaron de votar más de 70 mil personas (23% de los ciudadanos). De esta manera, los 223.741 votos que recibió el candidato le dieron un triunfo categórico a Carlos Ibáñez del Campo, pero mirado en el contexto general era solo un 74%, considerando que los inscritos eran 302.142 personas. De inmediato, el presidente Ibáñez designó su gabinete, consolidando el equipo entre mayo y julio.
Entre las autoridades destacaban Enrique Balmaceda Toro (Interior), Conrado Ríos Gallardo (Relaciones Exteriores) y Pablo Ramírez (Hacienda). Hacia el Chile nuevo El gobierno de Ibáñez comenzó de modo excéntrico y no fue una administración más en la historia del país. Por el contrario, se caracterizó por su voluntad de transformación, de figuras como Balmaceda y Alessandri.
Enrique Balmaceda, hijo del Presidente, rindió un sentido homenaje a Ibáñez, como un presidente digno de continuar la obra del José Manuel el programa de septiembre de 1924, pero que también formaba parte de los cambios en las concepciones políticas y sociales, que ya se podían advertir a comienzos de siglo.
Se puede decir que, para entonces, era muy difícil que la historia terminara de otra manera: en la práctica, la elección de 1927 llevó al gobierno a quien había conducido la rebelión de 1924 y buena parte del proceso político desde entonces. Asimismo, los uniformados habían pasado a ser actores políticos de los que no se podía prescindir.
En las páginas finales de su Fronda Aristocrática, Alberto Edwards afirma: "Por eso, en mi entender, el gran servicio que su actual Presidente (Ibáñez) ha tenido la fortuna de prestar a la República, es la reconstrucción radical del hecho de la autoridad. Sabemos que alguien gobierna al país y que éste le obedece. Ello es lo esencial. Como dice la Biblia, lo demás nos será dado por añadidura. Hay quienes no saben todavía ver los peligros que hemos evitado; pero estos idealistas van siendo pocos". Ese era el tema de fondo. La crisis de los partidos políticos y la apelación a la necesidad de enfrentar los problemas económicos y sociales mostraba el nacimiento de una nueva época.
El gobierno de un militar y hombre autoritario era el reflejo o justificación de la necesidad de un poder fuerte, para dejar atrás los inútiles debates políticos del pasado y para enfrentar con decisión los problemas económicos del presente. En todo ello, Ibáñez representó la "institucionalización" de lo que Frederick Nunn denomina "la honorable misión de las fuerzas armadas". No obstante, el camino nuevamente encontraría piedras y contradicciones. Balmaceda, cuya figura reivindicó el propio Ibáñez.
José Santos Salas explicó de manera clara el sentido que tendría la administración del coronel Ibáñez, cuyo programa se consideraba "de equilibrio de poder", que requería el cumplimiento de la legislación que protege al pueblo, al que convocó al cumplimiento de sus obligaciones.
Esa sería la tarea de un gobierno fuerte y "salvador" del país en un momento clave de la historia (El Mercurio, "El gobierno del coronel Ibáñez sabrá hallar remedios a las injusticias sociales nacidas del abuso de poder", 24 de mayo de 1925). Las características de la administración van desde el acento militar hasta el énfasis moralizador, además de un tono nacionalista, como ha destacado Gonzalo Vial.
La victoria de Carlos Ibáñez del Campo no solo representó el final de un determinado proceso electoral, sino que abrió el paso hacia el Chile Nuevo, en alguna medida contenido en Lecturas & Documentos Zig Zag destacó el estreno del servicio telefónico entre Chile y Estados Unidos el 12 de abril de 1930, en una ceremonia en el salón rojo de La Moneda. Ibáñez es el del centro de la mesa.
Las multitudes agolpadas en la Alameda marcaron el declive del gobierno de Ibáñez, quien renunció el 26 de julio de 1931 en medio de la más severa crisis económica vivida por nuestro país hasta esa fecha..