Autor: Por: Valentina Echeverría O.
«De niñas a maestras»: La huella imborrable de las educadoras de la Escuela Normal
«De niñas a maestras»: La huella imborrable de las educadoras de la Escuela Normal S-OWIR «Nuestra primera tarea fue devolverle a Chile lo que él nos entregó, la educación gratuita. ¿ Cómo lo hicimos? Trabajando en los campos, en la ruralidad, en lugares sin agua ni movilización, donde teniamos que resolverlo todo», recuerda con orgullo Sonia Cid, profesora normalista que ejerció por más de dos décadas hasta ser exonerada durante la dictadura. UNA VOCACIÓN FORJADA DESDE NIÑAS Convertirse en profesora normalista no era una decisión tardía, sino una misión que comenzaba en la infancia.
Con apenas 12 o 13 años, las mejores alumnas del pais dejaban sus hogares para ingresar a los internados de las Escuelas Normales, instituciones donde se formaban maestras con una vocación a toda prueba. «Concursábamos 800, quedábamos 80. Teníamos que haber sido las primeras de la clase, y después rendir un examen más exigente que la Prueba de Aptitud. Éramos apenas unas niñas», relató Sonia La llegada al internado fue un golpe duro. «Imaginese separarse de los padres a los 12 años. Todas lloramos mucho los dos primeros años.
Pero eso también nos unió, porque nos hicimos una familia». Allí, entre estrictas rutinas, clases mañana y tarde, y una hora diaria de esparcimiento en que bailaban y escuchaban música, se moldeaba no solo el conocimiento, sino también la conducta y el carácter. «El espíritu profesional, la presentación personal, el vocabulario, la forma de trato, todo era parte de nuestra formación. Éramos niñas, pero nos estaban preparando para ser ejemplo de vida de los niños», explicó. LA RURALIDAD COMO DESTINO El compromiso no terminaba al egresar. La misión era devolverle al país la educación gratuita recibida, y eso se hacia en las zonas más apartadas de Chile. « Llegábamos a lugares donde no había dónde almorzar ni dónde dormir», recuerda Sonia. Caminos de barro, ausencia de transporte y carencias de todo tipo eran parte de la rutina. Sin embargo, eso no apagaba su vocación. En un curso, de un fundo, alcanzó a tener 62 alumnos de primer año básico. "Todos terminaron el año leyendo y entendiendo.
Uno no se permitia el lujo de que un niño no aprendiera, todos eran importantes, más con la alfabetización de esos dias", La enseñanza se transformaba en un acto de amor y perseverancia, donde cada logro infantil era celebrado como una victoria colectiva.
El contacto con la literatura también marcó su paso, organizando recitales de poemas de Gabriela Mistral en la radio local junto a sus alumnos -algunos de apenas cinco o seis años quienes estudiaban pero también trabajaban desde la madrugada ordenando vacas y apoyando en el fundo. UN CHILE DISTINTO La profesora normalista no solo enseñaba, era parte fundamental de la comunidad. «Educar es gobernar, decía Pedro Aguirre Cerda. Había mucho analfabetismo y teníamos la tarea de recuperarlo.
Los niños iban felices a la escuela porque uno les enseñaba con amor y el pais creía en eso, se preocupaba de que hubiera maestras preparadas para llegar a cada rincón». Ese Chile, dice, era otro, decía, más austero, más sacrificado, pero también con una fe profunda en la educación como motor de progreso. LA INTERRUPCIÓN FORZADA Y LA RESILIENCIA Tras 22 años de ejercicio, la dictadura la exoneró. «Por nada, tal vez por pensar diferente. Me gustaba el teatro, y en ese tiempo eso era mal visto», cuenta. Pese a la tristeza de dejar el aula, Sonia nunca abandonó la enseñanza. Trabajo en empresas, universidades e institutos, siempre vinculada al conocimiento. «Trabajé 64 años. Toda la vida.
Y uno siempre educa, aunque no sea en una sala de clases». Hoy, a sus 86 años, sigue activa, convencida de que su generación de normalistas dejó una huella imborrable. «A todos los niños que eduqué, les doy las gracias y les pido disculpas por algún error.
Ese periodo fue lo más hermoso de la vida». EL LEGADO QUE NOSE DEBE OLVIDAR En el marco del encuentro nacional realizado en La Serena, Sonia reflexiona sobre la importancia de mantener viva la memoria normalista. «Si no hacemos esto, se empieza a olvidar y es muy difícil que vuelva, porque ya no existen las Escuelas Normales. Pero nuestra historia sigue vibrando en cada generación que formamos".. Con 86 años y una vida dedicada a la enseñanza, Sonia Cid Zamora revive lo que significaba ser profesora normalista en tiempos de antaño. La disciplina del internado, el sacrificio en la ruralidad y la convicción de que educar era una misión de vida.