Editorial: Hay que escuchar al Barrio Puerto
Editorial: Hay que escuchar al Barrio Puerto L as recientes iniciativas en el Barrio Puerto de la capital regional presentan una paradoja que no puede ser ignorada. Por un lado, se celebra la conformación de una mesa técnica para abordar, por fin, el crónico deterioro de su infraestructura vial. Por otro, los propios vecinos, el alma de este sector patrimonial, levantan la voz para denunciar su exclusión de esa misma instancia decisoria. Este escenario dual, entre el avance técnico y el rezago participativo, obliga a una reflexión profunda sobre el futuro que estamos construyendo para el corazón histórico de Puerto Montt.
Es innegable y valorable que las autoridades, desde el municipio hasta las carteras ministeriales, pongan en marcha un plan para reparar arterias viales como la calle Ecuador, cuya calzada ha sido castigada por décadas de abandono y el incesante tránsito de vehículos de carga. La promesa de una solución que podría extenderse por cinco años, mientras se diseña un proyecto definitivo, es una noticia esperada. Sin embargo, el optimismo se ve empañado por una omisión fundamental: la ausencia de la comunidad en la mesa donde se delibera el futuro de su propio entorno. Como bien lo ha manifestado la dirigenta vecinal Maria Elena Santana, la planificación de un barrio no puede ser un ejercicio meramente técnico, decidido a puertas cerradas.
Los residentes del Barrio Puerto no son espectadores pasivos; son quienes han sobrellevado por más de veinte años el costo social de esa desidia: las vibraciones, la contaminación, la inseguridad y la degradación de su calidad de vida. Mientras los planes se discuten en oficinas, los vecinos demuestran con hechos su compromiso. La reciente intervención en la Plaza Camahueto, vistiendo la icónica embarcación para honrar a San Pedro, es mucho más que un gesto simbólico. Es un acto de soberania comunitaria, una forma de arrebatarle espacio a la delincuencia y revitalizar un punto de encuentro. Esta acción proactiva evidencia que la comunidad no sólo tiene diagnósticos claros sobre sus problemas, como la inseguridad, sino también la voluntad y la capacidad de generar soluciones desde la base. El llamado, por tanto, es a la coherencia.
No se puede declarar un barrio como patrimonial y, al mismo tiempo, tratar a sus habitantes como si no fueran parte de ese legado vivo.. Mientras autoridades crean una mesa técnica, los residentes denuncian haber sido completamente excluidos del diálogo. E Editorial