SAN BLAS Un mundo aparte
SAN BLAS Un mundo aparte SAN BLAS, Un mundo aparte SON 365 ISLAS. En el archipiélago hay una para cada día del año. E stoy excitado. Me pasa cada vez que me paro frente a un velero y eso puede ser desde un simple Optimist hasta un Leopard con finas butacas de cuero. Da igual.
Por lo pronto me sucede ahora (esto de la excitación), justo cuando inicio un viaje en un impecable catamarán construido en Francia a mediados de los 90, con el objeto de descubrir y disfrutar las mejores islas de Guna Yala o archipiélago de San Blas.
En total, cinco días, cuatro noches no solo como pasajero, sino también como tripulante de un cómodo Fountaine Pajot de 42 pies, un yate familiar --con cuatro habitaciones dobles-que cuenta con wifi (Starlink), aire acondicionado, tablas de sup y de wingfoil, equipos de pesca y de buceo más una portentosa parrilla en la popa: eso porque el velero es propiedad de cinco chilenos que no conciben viajar sin tener a mano espumante y cerveza helada, más una que otra entrañita. Eso y todo lo que se pueda pescar o arponear mientras vas de isla en isla. De una hamaca a otra. A media tarde, tras un vuelo directo desde Santiago, la primera parada es Cartí, un prendido puerto sobre el Caribe panameño, al que se llega en tres horas desde el aeropuerto de Ciudad de Panamá.
No sin antes hacer las últimas compras, las compras exprés junto a Diego Gallardo y César Zavala, dos de los cinco chilenos --anfitriones del viaje-que se lanzaron con esta atípica pyme: un catamarán en el que realizan chárteres a través de un impresionante archipiélago que suma 365 islas (SailClubCatamaran. com). --En los últimos años --explica César--, Ciudad de Panamá se volvió una urbe muy cosmopolita, y eso básicamente porque aquí funcionan los head quarters de algunas de las grandes corporaciones que operan en Latinoamérica. --Y por eso --agrega Diego-siempre encuentras productos muy sofisticados. Todo por la demanda de los "expat", los ejecutivos que llegan a Panamá desde distintos rincones del mundo.
Bien agarrado el carrito, avanzamos por los pasillos de La Casa del Jamón, la gigantesca charcutería del Parque Industrial que se especializa en quesos europeos, más jamones, salamis y delicatessen de todo el mundo, incluidas chuletas de cordero de Simunovic, el gigante de Magallanes. --Es cierto que en San Blas --dice César-estiras la mano y sacas una langosta. Siempre se come muy bien. Pero además nos preocupamos de que, en el velero, nuestros pasajeros tengan cosas ricas para picar cuando les dé la gana. Más tarde, con el carro a tope, la gira de abastecimiento continúa en la cervecería Casa Bruja, hasta que finalmente pasamos a retirar una nueva parrilla Napoleón para el barco. Eso, claro, no sin antes dar unas vueltas por el remozado Casco Antiguo, un lugar que, tras cuantiosas inversiones, se ha vuelto aún más interesante que Cartagena de Indias. En Cartí tomamos una panga que, en media hora, te deja donde está anclado el velero. La primera experiencia guna porque en el bote también viajan locales que viven en las distintas islas. Ya en el cata, quien ayuda a subir las cosas es Luis, el capitán, un hombre bajo, moreno y de ojos chispeantes. Antes de dedicarse a navegar, Luis recorrió buena parte de Colombia vendiendo libros y enciclopedias. Luego se convirtió en domador de tigres en el Circo de los Hermanos Gasca. Una pequeña cicatriz en su brazo es la prueba de que, antes de transformarse en eximio navegante y gran chef, a él ya lo atraía la aventura. Levamos ancla. Y, trimadas las velas, partimos. No sé si ustedes habrán navegado en un monocasco o velero tradicional. Qué les puedo decir. Es romántico y, no sé, para mí, divertido, entre otras cosas, porque regularmente se escora. Claro que a muchos eso les carga, no lo soportan, de partida porque dentro todo se mueve y llega el mareo. En un catamarán, o sea un velero de dos cascos, eso no ocurre. Un catamarán, independiente de su precio (algunos pueden llegar a costar varios millones de dólares) no se escora y, por lo mismo, es muy estable. De hecho, es como estar en un minicrucero. En un penthouse sobre el agua que, independientemente de las condiciones del mar y del viento, se mueve poco y nada. O sea, no hay mucho de qué preocuparse. Y lo único que importa es relajarse y dejar las zapatillas fuera antes de entrar al cockpit. Así no rayas el piso y empiezas a disfrutar, a pata pelada, lo que hay en el barco: cómodos camarotes con grandes camas, cocina full equipada con comedor interior. Personalmente, me gusta también una red que cuelga en la proa en la que te puedes tirar y hacer nada. O, no sé, leer algo. O tirarte un piquero. En San Blas, esto último, es una experiencia cósmica, interplanetaria. Lo digo en serio. San Blas, de hecho, es uno de los lugares donde más veces he estado. O al que más veces he regresado. Una buena medida para saber cuánto te ha marcado lugar. La primera, cuando tenía 18,19 años y viajé con Álvaro, mi hermano, a quien entonces no conocía.
Luego regresé y me quedé un mes, aprendiendo a bucear con un instructor que amaba ver tiburones y, al final del día, apoyar su cabeza en el diminuto espacio, sobre la mesa, que quedaba entre las fichas de dominó y las botellas de cerveza vacías. En otra ocasión recorrí el archipiélago en un barco que traficaba aguardiente.
Después intenté llegar desde Cabo Tiburón (el punto exacto donde termina Sudamérica) y empieza el Camino al Cielo, la ruta que cruza la selva del Darién y hace décadas es usada por los migrantes que intentan llegar a Estados Unidos. ¿Cómo resumir San Blas? Supongo que es un lugar ultra exótico, en el que ves a mujeres --con argolla de oro en la nariz-fumando gruesos cigarros hechos con el tabaco que ellas mismas cultivan. Eso y hombres tallando pequeñas figuras, iguales a los moáis de Isla de Pascua, que luego instalan en las puertas de sus casas para evitar que entren los malos espíritus. También corales. Peces eléctricos de vibrantes colores. Algo de tiburones. Y, sin duda, lo que más gustó y me sigue encantando, cientos de pequeñas islas repletas de cocoteros y chozas hechas con hojas de palmas. Todas con hamacas en vez de camas y arena blanca en el piso en vez de parqué, cerámica o porcelanato. ¿Rupestre? Yo diría que esencial. San Blas es, finalmente, no más que la suma de todos los atardeceres y amaneceres que logras contar. Eso y el viento entre las palmeras antes de un aguacero. Algo de mosquitos. Langosta ultrabarata que sí o sí tienes que comer con las manos. Tambores al anochecer. Chicha fermentada hasta olvidar de dónde vienes y a dónde vas. El viaje comienza en Cayos Limones, un conjunto de pequeñas islas bien protegidas por arrecifes interminables. Aunque hay mucho que ver ahí, imperdible es la isla Perro (Grande y Chico) con barcos hundidos ideales para el snorkeling. Esa noche, la primera en el barco, anclamos en Chichime, una pequeña isla que, dicen, es la más bella del Caribe. Puede ser.
Antes de dormir, Luis cocina unas deliciosas palometas que César había Guna Yala --el increíble archipiélago que se extiende frente a Panamá-es uno de los destinos más bellos del Caribe, donde los gunas, sus habitantes, ofrecen una experiencia que desafía al nuevo turismo pasteurizado. Aquí, un viaje en el catamarán de cinco chilenos para comprobarlo, en una travesía que mezcla aventura, gastronomía y varias estrellas. En mar y cielo. POR Sergio Paz, DESDE PANAMÁ. JU AN P A BL O BRA V O "REPÚBLICA INDEPENDIENTE". El de los gunas es un territorio autónomo, con leyes propias. ASHANA. Esta es una embarcación muy estable. Y los niños lo disfrutan APRENDER. En el viaje se participa de las maniobras de navegación. CATAMARÁN. El Ashana cuenta con cuatro habitaciones dobles. SIN RESORTS. En San Blas hay más hamacas que camas. La comunidad local ha evitado la llegada de grandes hoteles. F O T OS: @C ARIBE C A T AMARANWIND TRIP. - - - - - SAN BLAS Un mundo aparte pescado esa tarde. Finalmente nos vamos a dormir.
El viaje es largo y recién está comenzando; basta saber que San Blas es una franja de casi 400 kilómetros que se extiende frente al Darién y termina, en dirección al sur, frente a Puerto Obaldía, en la frontera entre Panamá y Colombia. A la mañana siguiente, gracias a la pericia de Luis (lleva veinte años navegando estas aguas) amanecemos anclados en Cayos Holandeses, el segundo destino de este periplo. Se trata de unas islas remotas, bastante deshabitadas, que se mantienen más o menos iguales a como las vi la primera vez. Eso pese a que a diario llegan muchos veleros. Sea como sea, no fallan las playas de arena blanca con aguas turquesas. Tampoco la vida marina pletórica de vibrantes colores, especialmente en Morrodub o Tortuga, la isla que se jacta de tener la barrera de coral más impresionante del archipiélago. En el cata, en todo caso, partimos por Aquadargana, la isla en la que puedes hacer stand up paddle, jugar vóley y, es uno de los imperdibles, bucear en un increíble acantilado lleno de mantarrayas. Finalmente, al sunset, descansar frente a una fogata tomando ron con agua de coco.
Al día siguiente, en un extremo de Cayos Holandeses, anclamos en la famosa piscina, que sí es una piscina, y almorzamos en Banedup, la isla donde Ivin --un guna al que todo el mundo conoce-construyó su especial restaurante/palafito. Es la hora de las langostas y el patache de pulpo y centollón con las botellas de vino chileno que Ivin siempre atesora. En Cayos Holandeses todo es relajo.
Luis no lo hace mal y, al desayuno o al almuerzo, sorprende con preparaciones gourmet, siempre secundado por Diego, que ha aprendido a hacer los mejores gin con gin de la comarca, una marca más que atendible, considerando que el gigante archipiélago suma más de dos mil kilómetros cuadrados y en él viven unas 40 mil personas.
Casi todos gunas, bravos indígenas que se enorgullecen de haber protagonizado no solo la última revuelta independentista en Latinoamérica, sino que la única que tuvo éxito: San Blas, de hecho, pertenece a la República de Panamá, pero es un territorio autónomo que maneja leyes propias.
Especial lugar para ver cómo funciona este particular sistema es Nargana, ajetreado pueblo que se conecta con Corazón de Jesús, la isla --unida por un puente-en la que esta uno de los cinco aeródromos que hay en el archipiélago y desde el que se llega, en unos 30 minutos de vuelo, al aeropuerto Marcos Gelberta, en Albrook, Ciudad de Panamá.
En Nargana, una isla siempre movida, epicentro del comercio local --donde no hace mucho la principal moneda eran los cocos que se vendían por toneladas-se pueden comprar souvenir como molas y winis, pulseras de colores hechas con mostacillas o cuentas de vidrio.
Ahí y en el resto del archipiélago, el día más especial sigue siendo el 25 de febrero; eso porque fue en esa fecha, justo cien años atrás, cuando un cacique tomó las armas y gatilló una revolución con un único eslogan: Viviremos bajo nuestras propias costumbres o no viviremos.
Acto seguido fundaron Tule, una república que enarboló una insólita bandera con una esvástica, símbolo utilizado ancestralmente por una etnia de la que hasta hoy existen distintas versiones de cuál sería su origen, aunque muchos coinciden en señalar que habrían llegado a la costa desde la profundidad de la selva. Hoy, San Blas --que está en territorio panameño-tiene su propia organización político-administrativa. Y es a través de su propio Congreso que deciden qué hacer y qué no. De partida, en materia de turismo, está prohibida la caza submarina. Aparte, no hay espacio para hoteles de grandes cadenas internacionales. Es más, los hoteles tienen que ser simples, tal como las chozas en las que ellos viven. Por eso, recorrer San Blas en un catamarán para muchos termina siendo lo más cómodo y práctico sin perder conexión con lo local.
Desde Cayos Holandeses ponemos proa a Coco Bandero, un grupo de tres islas en las que destaca Tiny, una isla enana, igual a la clásica imagen que tenemos de esa isla a la que ha llegado un náufrago desquiciado y barbón. En Coco Bandero, en todo caso, el desafío es bucear en un especial punto repleto de tiburones. Luego seguimos navegando --a vela, como cada día-hasta llegar, sin sobresaltos, al último destino de este particular crucero: Green Island, bien protegida tanto de los vientos como de las olas. Es el lugar donde hacemos la última parrillada, comemos lo que queda de arroz con coco y tomamos los últimos gin con gin. Es al ocaso cuando veo pasar una canoa en la que reman dos mujeres y cuatro niños.
Observo, tal como la primera vez que estuve en el archipiélago, que las mujeres llevan en sus cabezas el clásico muswe o pañuelo rojo con amarillo y, en sus antebrazos y pantorrillas, collares de mostacillas rojas, amarillas, azules, naranjas. Además, una línea negra les recorre el rostro desde el entrecejo a la punta de la nariz.
Quizás, pienso, las cosas no han cambiado desde que estuve aquí por primera vez y entonces asistí a una demencial fiesta (una inna) en la que se celebraba que una niña se había hecho mujer y todo terminó con los invitados borrachos por varios días.
Es especial San Blas: la primera vez que llegué, cuando nadie hablaba de tolerancia o diversidad sexual, me sorprendió enterarme de que había niños (hombres) que tenían derecho a convertirse en "omeggids" y hacer, sin que nadie les dijera nada, lo que hacía una chica a su edad. Supongo que lo que realmente sorprende es que llegas a un lugar bello donde el tiempo parece detenerse y eso de sentirse libre, al menos por un rato, se hace realidad. Y cómo no si en San Blas, desde el minuto uno, todo lo superfluo empieza a perder valor. Primero te olvidas de las zapatillas, luego de la ropa, más tarde del dinero, finalmente de tu propia mente. Ir a San Blas es vaciarse. ¿Hay algo mejor que puedas pedirle a un viaje? Al regreso, solo veo mar. Según los gunas, no solo linda agua transparente, sino la sangre menstrual de la Tierra. He escuchado a marineros decir esto: "Uno no va a San Blas, uno regresa a San Blas". Quizás es cierto. Todo se trata de volver al agua. Mejor, claro, si es navegando. D EMPRENDEDOR. César Zavala habilitó un charter donde uno es pasajero y también navegante. REBELDES. Los guna lanzaron la últma gesta "independentista" de América. EQUIPO. A bordo hay, entre otras cosas, wing foils que uno puede usar cuando quiera. MARINOS. Nadie sabe de dónde llegaron los gunas. Sí que se convirtieron en eximios navegantes. TRANQUILIDAD. Muchas islas no tienen mayor infrastructura. Solo arena perfecta. TRANSPORTE. Navegar no es la única, pero sí la mejor forma de recorrer la zona. pero sí la mejor forma de recorrer la zona..