Autor: CARLOS PEÑA
La muerte de un papa
La muerte de un papa ¿ Por qué la muerte de un papa a diferencia de la de un intelectual, un político o un artista provoca tanta conmoción, tanto revuelo, tanta agitación, como si de pronto se despertara la sospecha de que algo de especial significado ha ocurrido? Para un creyente la respuesta es muy sencilla: se trata nada menos que de la muerte del sucesor de Pedro, del sucesor de la piedra sobre la que se erigió la Iglesia como comunidad universal, aquella que está llamada a renovar una y otra vez la memoria de futuro en que consistiría la fe, puesto que esta no sería otra cosa que recordar y confiar en la promesa que se hizo a Abraham. Pero esa razón no vale para los no creyentes. Así, la pregunta sigue en pie: ¿ Por qué importa esa muerte?, ¿qué trae al debate la muerte de un papa? Puede ser útil responder esa pregunta. Desde luego, la catolicidad importa como cultura, es decir, como ese sedimento de creencias, prejuicios y sobreentendidos que configuran a una sociedad y orientan siquiera en parte su quehacer. El ejemplo más obvio es la región latinoamericana, cuyo sustrato a partir del sincretismo con las culturas originarias es constitutivamente católico. Comprender la cultura latinoamericana poniendo en paréntesis la catolicidad u olvidándola equivale a cegarse o a no ser capaz de comprenderla.
Se suma a lo anterior el hecho de que la Iglesia Católica, especialmente bajo el papado de Francisco, ha llamado la atención acerca de los déficits morales de la sociedad contemporánea: la exclusión o el olvido de las minorías, el desprecio por los migrantes, la marginación de los transexuales, de los gays, de las vidas separadas, de las mujeres. En otras palabras, Francisco ha recordado que, desde el punto de vista moral, la pobreza no es la única herida. Es verdad que Benedicto XVI también aludió al déficit moral, pero con ello aludió a la incapacidad de la democracia de erigir sus propias bases morales. Francisco, en cambio, alertó de manera vivencial hacia esos otros déficits morales de la convivencia. La alerta acerca de esos déficits morales es algo que debe importar a creyentes y no creyentes, a liberales y a conservadores, a los que son candidatos presidenciales y a los que no. Y lo mismo ocurre con el análisis contenido en “Laudato si”, su encíclica sobre cuestiones ecológicas. En ese texto que recoge una amplia literatura y no solo religiosa, claro está, invita a todas las personas al ascetismo.
Pero no se trata, explica, del ascetismo puramente material, consistente en la modestia en el consumo o en el esfuerzo disciplinado del trabajo bien hecho que algunas formas de catolicidad practican, sino que se trata de la renuncia a erigir al individuo humano como un sujeto a merced de cuya voluntad se encontraría la totalidad de las cosas en derredor.
En esta parte resuena en “Laudato si” el texto de Heidegger “La época de la imagen del mundo”, donde este autor sugiere que la modernidad ve al individuo humano como el sustrato (subjectum) donde todo lo demás descansa y donde la naturaleza es vista como un depósito de cosas y de útiles de los que se puede usar a discreción.
Francisco alertó tanto contra el antropocentrismo (todo en derredor a discreción de la voluntad de consumo o de empleo) como contra la ideología que por oponerse al antropocentrismo suprime la dignidad humana (y pone al individuo humano al mismo nivel que el mundo animal o vegetal o de una cosa infinitamente manipulable). Y, en fin, está “Fratelli tutti”, de especial interés para el Chile de estos días. Allí, el Papa alerta contra la pretensión de instalar el populismo como concepto clave de comprensión de la realidad social. El peligro que esconde tanto el populismo como el antipopulismo, explica, es que deslegitimaría la noción de pueblo que está en la base de la democracia.
Mientras el populismo mitificaría al pueblo atribuyéndole virtudes o situándolo como una víctima de abusos a la que hay que redimir (uno de los excesos en que incurre la izquierda de más a la izquierda), el antipopulismo lo sustituye por la mera existencia de individuos, cada uno de ellos preocupado nada más que de sí mismo (hacia lo que se desliza el libertarianismo). En ambos casos, el pueblo, como comunidad que se autogobierna y entre cuyos miembros existen lazos de solidaridad y de memoria, desaparece. No se requiere, como se ve, ser católico para apreciar el valor que poseen algunos de los puntos de vista de la Iglesia o del Papa recién fallecido. Eso es, supongo, lo que quiere decir la Iglesia cuando dice dirigirse a todos los hombres de buena voluntad. Y es que la buena voluntad entender el punto de vista ajeno en su mejor versión es la base, claro está, de la razón y no solo de la fe. n contemporánea. La Iglesia Católica, especialmente bajo el papado de Francisco, ha llamado la atención acerca de los déficits morales de la sociedad.