Autor: JOAQUÍN GARCÍAHUIDOBRO
Columnas de Opinión: Que no nos impidan pensar
Columnas de Opinión: Que no nos impidan pensar El PC y el PS han planteado al Tribunal Constitucional la inhabilitación del diputado Kaiser por unas declaraciones suyas acerca de la legitimidad de la intervención militar/ golpe/pronunciamiento (llámelo como quiera) del 11 de septiembre de 1973. Lo curioso del caso es que ese parlamentario ha dicho básicamente lo mismo que, en su oportunidad, sostuvieron Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin, cuyas credenciales democráticas no admiten dudas. Más allá de esta anécdota, el hecho nos revela un problema más de fondo: parece que los chilenos no podemos hablar con serenidad de lo ocurrido hace más de medio siglo. Se dice que hay que esperar el paso del tiempo y que, cuando todos los protagonistas estén muertos, entonces se podrá estudiar el tema de manera racional.
Lamentablemente a veces no sucede así, como lo muestra el caso español: Franco, Carrillo, Ibarruri o Fraga están muertos hace mucho tiempo y todavía se agitan las peores pasiones cuando se habla de la Guerra Civil y la dictadura franquista. ¿Estamos condenados a seguir esa misma senda de encono y amargura? ¿ Será siempre nuestra historia un campo de batalla? ¿ Por qué puede haber libros mesurados sobre la Unidad Popular o el Chile de la transición, mientras parece imposible hablar de manera serena acerca de los años 1973-1990? Las razones son variadas y la primera de ellas es el tipo de dolor de las partes involucradas. En nuestra Guerra Civil de 1891 murió muchísima más gente que en 1973-90. Hubo, por ambos bandos, saqueos, asesinatos y todo tipo de atrocidades.
Sin embargo, medio siglo después, ese terrible episodio ya no era una cuestión de actualidad nacional, sino que pertenecía a los libros de historia. ¿Por qué hoy la situación es distinta? Porque el 91 se mató a mucha gente, pero sabemos dónde están los cadáveres. Esos muertos descansan en paz. Aquí no sucede lo mismo y las almas de los detenidos desaparecidos penarán por generaciones. Es un verdadero “cáncer moral”, como lo llamó Gonzalo Vial. Guardando las distancias, también el sufrimiento de cierta derecha es diferente al que existió el 91. Mantener en la cárcel a personas de más de 90 años, que ya ni tienen memoria de por qué están ahí, es un acto de profunda inhumanidad que causa un enorme resentimiento. Si alguna posibilidad hubo, en algún momento, de que pudiéramos encontrar los cadáveres de algunos desaparecidos, el resentimiento selló para siempre las bocas de quienes sabían algo. No: esta historia no es bonita y por eso queremos hacernos una a la medida de nuestros gustos. Los seres humanos tendemos a dividir el mundo entre buenos y malos y a ponernos entre los primeros. Así, en un mecanismo de defensa no precisamente sofisticado, se atribuyen todas las culpas al adversario y resulta muy difícil que se reconozcan las propias.
Ahora bien, ¿no podría ser que en esta historia todos puedan ser contados entre “malos”? No me refiero aquí a que millones de personas tengan una especial perversidad moral, simplemente resulta claro que hay algunas generaciones chilenas que fracasaron rotundamente en materias muy importantes. No solo produjeron, o no supieron evitar, esos males terribles que afectaron al país incluso antes de 1973, sino que en muchos casos se han encargado de transmitir su frustración a quienes vinieron después. Hay situaciones muy graves donde las respuestas psicológicas habituales son o la culpa o el odio. Ambas resultan destructivas, pero la culpa patológica daña al que la posee, mientras que el odio se extiende por todo el tejido social.
Parece que elegimos el camino del odio, que es el más fácil de seguir. ¿Cuántos hay en nuestro país, tanto en el centro como en la derecha y la izquierda, que sean capaces de decirnos: “Lo hicimos mal, muy mal”? Yo conozco poquísimos casos. También existen motivos más pedestres: esos odios todavía resultan rentables, particularmente en una época en la que casi todo el mundo pretende mostrar que es una víctima. El odio es una enfermedad que puede afectar a todos. Es verdad que la izquierda dura se ha ensañado con la tumba de Jaime Guzmán, pero también en la de Salvador Allende aparecen rayados ofensivos. Para colmo, en Chile han fallado algunos factores que deberían poner mesura en la discusión pública. En efecto, si bien el cultivo de la historia nunca ha sido una actividad neutral, en las últimas décadas han abundado quienes escriben desde la trinchera.
Precisamente ellos, los historiadores, los que tienen la delicada tarea de ir al pasado para tratar de entenderlo y de explicarnos luego por qué nuestros antepasados se comportaron de una manera que nos puede parecer incomprensible, precisamente ellos no han sido capaces, en muchos casos, de llevar a cabo esa tarea de tanta relevancia social.
Todas estas pasiones, que veremos agravadas en los próximos meses e incluso años, solo pueden contenerse en la medida en que haya en Chile un grupo creciente de personas, en todos los sectores, que estén dispuestas a realizar un acto de particular audacia: pensar, aunque algunos quieran impedirlo. Hay que tener el valor de pensar hasta que duela, hacer un esfuerzo que permita entender a quien se tiene enfrente. Nos guste o no, tenemos que hacernos la idea de que siempre habrá un 30 o 40% de ciudadanos que estarán completamente en desacuerdo con nosotros.
Y ningún triunfo electoral permite ignorarlos. n ¿ Por qué puede haber libros mesurados sobre la Unidad Popular o el Chile de la transición, mientras parece imposible hablar de manera serena acerca de los años 1973-1990?”. ¿Por qué puede haber libros mesurados sobre la Unidad Popular o el Chile de la transición, mientras parece imposible hablar de manera serena acerca de los años 1973-1990?”