Autor: Por Arturo E. Wilson
“Así se fue a pique la Esmeralda”: el relato íntimo del Contralmirante Arturo E. Wilson a su hija Carmen
“Así se fue a pique la Esmeralda”: el relato íntimo del Contralmirante Arturo E. Wilson a su hija Carmen WWW. DIARIOLONGINO. CL Iquique, madrugada del 21 de mayo de 1879. La mar quieta. El silencio pesado de un amanecer gris. A bordo de la corbeta Esmeralda, amarrada frente al puerto bloqueado de Iquique, una tripulación chilena se despereza con disciplina, sin saber que en pocas horas aquel viejo buque sería su tumba. A bordo, un joven oficial de apellido Wilson comienza su jornada como oficial de guardia. Minutos después, se asomará al horizonte junto al capitán Prat y otro oficial más. Un humo en el norte corta la calma. El Huáscar se acerca. El destino se precipita. Este es el inicio de un relato que no fue escrito para los libros de historia, sino en una carta personal una epístola íntima, precisa y profundamente humana dirigida por el entonces contralmirante Arturo E. Wilson a su hija Carmen, muchos años después de la batalla. Un texto que bien podría ser uno de los documentos más ricos y directos sobre el Combate Naval de Iquique, con matices de dolor, honor, lealtad y estrategia.
UN REENCUENTRO CON LA GUERRA Reincorporado a la Armada tras años en retiro, Wilson fue asignado inicialmente a la Covadonga, y luego transbordado a la Esmeralda por orden directa del capitán Prat, con 10 Jueves 8 de Mayo de 2025. En una carta convertida en testimonio histórico, el oficial chileno revive con estremecedor detalle su participación en el Combate Naval de Iquique.
Desde su reincorporación a la Armada hasta su naufragio como oficial sobreviviente, narra el heroísmo, la tragedia y el desmoronamiento del buque comandado por Prat, en una de las páginas más emblemáticas de la Guerra del Pacífico. “Así se fue a pique la Esmeralda”: el relato íntimo del Contralmirante Arturo E. Wilson a su hija Carmen Jueves 8 de Mayo de 2025 WWW. DIARIOLONGINO. CL 11 quien ya había servido. Junto con otros jóvenes oficiales, fue testigo del precarísimo estado de preparación de la escuadra chilena. En una muestra de honestidad brutal, el relato describe cómo se rearmaron naves abandonadas, se improvisaron tripulaciones y se zarparon a misiones con recursos mínimos. “Dos días después recibí la orden de embarco en la Covadonga y al presentarme a bordo, junto con el Comandante Prat, éramos los únicos oficiales con que contaba el buque”, recuerda Wilson.
Una anécdota, casi casual, entrega uno de los momentos más citados de la historia naval chilena: cuando, en una reunión con el almirante Williams Rebolledo, el capitán Prat respondió ante la posibilidad de encontrarse con el Huáscar: “¡ Almirante, lo abordo!”. LA MAÑANA DEL COMBATE El relato avanza con tensión narrativa. A las 7:00 a.m. del 21 de mayo, el vigía de la Esmeralda anuncia “humos hacia el norte”. La tripulación se activa. Prat reconoce la silueta del Huáscar. Wilson, oficial de guardia, da la orden de zafarrancho de combate. A esa hora, nadie ignora que la batalla será desigual. Prat habla a su tripulación. Es su última arenga: “Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar”. Minutos después, el Huáscar lanza su primer disparo. Comienza el fuego. EL ABORDAJE DE LA HISTORIA Wilson describe el ambiente a bordo como una mezcla de templanza y resignación.
“La tranquilidad con que habíamos esperado el regreso de la escuadra se transformaba en súbito combate, a todas luces sin la menor esperanza de contralmirante no le entrega una epopeya con brillos retóricos, sino un testamento íntimo de verdad. Un legado que resiste el paso del tiempo, la propaganda y la simplificación heroica. Y es que, a veces, la historia mejor contada no está en los libros sino en una carta de padre a hija. salvación”, escribe. El relato se intensifica cuando el Huáscar embiste por primera vez. Prat, espada en mano, se lanza al abordaje. Le sigue el sargento Aldea. La orden fue verbal, pues el corneta que debía tocar la señal fue abatido antes de poder hacerlo. El espolón del monitor choca contra el casco de la Esmeralda. El resto es historia. “Vi con gran sorpresa caer al Comandante espada en mano cerca de la torre del Huáscar”, escribe Wilson. El sacrificio de Prat se consuma. La Esmeralda no se rinde. “¡Hasta hundirse!”. Bajo el agua, la lucha por vivir El relato de Wilson trasciende el heroísmo y nos arrastra al caos del naufragio. Describe con frialdad cómo fue succionado por el remolino de la corbeta al hundirse. “Sentí el tirón de las aguas fui arrastrado luego devuelto a la superficie por la misma reacción del mar”, recuerda. Junto a un soldado, se aferró a una coye. Vio el mástil hundirse con la bandera chilena aún al tope. Poco después fue recogido por una chalupa peruana. Desnudo, exhausto, llevado al Huáscar. A bordo, vio los cadáveres de Prat y Aldea tendidos sobre cubierta. También al médico Guzmán atendiendo a los heridos. De 17 oficiales de la Esmeralda, sobrevivieron solo 9. PRISIONEROS, PERO NO VENCIDOS El resto del texto es un retrato del honor en la derrota. Wilson y sus compañeros fueron desembarcados como prisioneros en la aduana de Iquique. Recibieron trato respetuoso por parte de oficiales peruanos, incluyendo al presidente Mariano Ignacio Prado y al comandante Grau. Wilson rechaza privilegios ofrecidos por el gobierno peruano por su parentesco con Vicente Santa Cruz, y se mantiene con sus compañeros en las condiciones comunes de prisión.
La narración detalla con sobriedad los días de encierro, la visita del Teniente Ferrer, la noticia del hundimiento de la Independencia en Punta Gruesa y la evasión victoriosa de la Covadonga, gracias a la estrategia de Condell, que según Wilson, “blindó su corazón como Cochrane o Nelson”. LA CARTA Y SU MENSAJE FINAL La carta concluye con una reflexión que escapa a lo militar. Wilson rechaza el término “mártires” para describir a los caídos. Los define como combatientes. “No hubo verdugos ni mártires, como algunos escritores en su fantasía han dicho, sino simplemente hombres que defendían una causa que no pudo resolverse por la paz”. También desmitifica el trato entre enemigos. “A bordo del Huáscar, vencedores y vencidos nos tratamos con respeto. Ambos habíamos cumplido con nuestro deber”. UN DOCUMENTO HISTÓRICO VIVO Este relato no es solo una carta. Es un documento de humanidad, memoria y estrategia, donde el heroísmo no es una pose sino una decisión trágica. Prat, Serrano y Aldea encarnan el sacrificio; Condell, la astucia; Wilson, la voz de quienes sobrevivieron para contarlo. A su hija Carmen, el.