Autor: DANIELA SILVA ASTORGA
“Este trabajo les dio luces a los niños”
“Este trabajo les dio luces a los niños” Cuando revisó los trabajos de ese niño, se le cayeron las lágrimas. Él tenía ya unos 40 años y los había hecho hacía tres décadas, en el Taller de Cine para Niños que la cineasta y educadora Alicia Vega (1931) condujo en la población donde él creció. Tras encontrarse casualmente con su antiguo alumno en Antofagasta, le pidió a un integrante de su equipo que buscara las manualidades del niño, uno de los 6.600 que pasaron por el taller. “Nosotros tenemos todo archivado, de manera que alguien que fue el año tanto pueda ver lo que hizo”, remarca la profesora, que se formó en el Instituto Fílmico de la Universidad Católica. En ese cuidado, incomparable y tenaz, está la clave de su historia. Es lo que ha movilizado a Vega desde que bajaba a la orilla del río para hacerles catequesis a los niños pobres y luego en la Conferencia Episcopal, donde ideó sus primeros talleres. Es lo que sostiene la metodología, diseñada por ella, que les brindó entretención pero sobre todo cobijo y estímulo a tantos estudiantes que asistieron a la emisión de una película. Algo para muchos común y cotidiano, que en medio de la pobreza adquiría otra dimensión: el cine podía abrir mundos. Era, además, un territorio donde se resguardaban derechos de la infancia en tiempos donde la conciencia sobre aquello no abundaba.
“La opinión de cada uno de los niños es tan importante como para estar impresa acá”, dice Alicia Vega, y pone sobre la mesa una ruma de publicaciones que documentan todo lo ocurrido en cada uno de sus talleres. Desde el primero, que fue en la población Huamachuco, de Renca, hasta el último, que fue en la población SEHCLIVODRAUDE najeada en la Semana de la Educación Artística, que organiza el Ministerio de las Culturas. Un salón repleto la recibió en el GAM. Y allí se encontró con varios de sus antiguos alumnos. Algunos le compartieron su experiencia y gratitud. “Fue muy conmovedor. Había gente de distintas épocas de mi vida, así que la recorrí completa”, recuerda ella. También recibió otros honores: el espacio de microcine del Centro Cultural La Moneda fue nombrado Sala Alicia Vega. En estos días, la educadora tiene también otro tipo de reconocimientos. Son más íntimos.
En medio de la calidez de su hogar, una antigua casa de Ñuñoa plagada de recuerdos y antigüedades, ella muestra con entusiasmo el nuevo libro de su compañero de vida, el artista y premio nacional Eduardo Vilches (1932). Se titula “Villa Alicia” y atesora la historia de amor y afinidad que han vivido juntos, a través de una serie de fotografías que él tomó en el campo que forjaron en Chiloé hace 40 años. “Lo encuentro muy bueno y bonito. Es un libro que refleja exactamente lo sucedido ahí, algo íntimo, pero también muy estudiado estéticamente”, afirma ella. La publicación se lanzará en noviembre, durante la Feria TINTA, de la U. Católica. ¿Ha pensado dejar su historia en un libro escrito por usted? “Ignacio Agüero me regaló un cuaderno para que empezara a escribir mis memorias. Pero no lo he hecho, no me entusiasma mucho. Son muchas cosas, muchos años de tantas actividades... Creo que es demasiado el material (sonríe)”. ANEVARAROTCÉH do eso los iba a enriquecer como personas y que sería algo propio de ellos. Tuvieran o no soporte económico, estarían enriquecidos por estos bienes, los bienes culturales”, subraya.
Otro testimonio de su labor contiene el documental “Cien niños esperando un tren” (1988), de Ignacio Agüero. ¿Qué era lo más gratificante de los talleres para usted? “Lo más grato era el agradecimiento sincero de los niños, que lo habían pasado bien. Nosotros les estábamos entregando algo que no les daba ni su familia ni la escuela. Ese agrado íntimo de ellos, ese reírse y estar felices trabajando toda una mañana con nosotros era el pago totalmente espontáneo que recibíamos. No pasaba por ningún tamiz”. Por toda su contribución, hace un par de meses Vega fue homeChacabuco, de Recoleta, en 2015. Abordan desde el método seguido hasta las impresiones transparentes y decidoras de los asistentes. “Quizás alguien quiera hacer algún trabajo sobre cómo eran los niños de tal año. Aquí hay material”, suma, con su característica sencillez y rigurosidad. Aunque su taller siempre funcionó con recursos ajustadísimos aportados por amigos y colaboradores, la educadora nunca dejó de ofrecerles la máxima dedicación y los mejores materiales a sus alumnos. Solo algunas veces obtuvo ayuda del Fondart.
La experiencia contenida en sus publicaciones y una exhibición permanente de los materiales utilizados en sus clases se reúnen en la sede de la Fundación Alicia Vega (Capellán Abarzúa 58, Providencia). La casa, que donó íntegramente una agradecida extallerista, está abierta para quienes quieran conocer más sobre el quehacer de Vega y de los monitores que han trabajado con ella, muchos exalumnos suyos. “Quiero que la gente venga, lea, se lleve ejemplares si quiere y que conozcan una forma de vida. Este trabajo les dio luces a los niños para que orientaran su vida y tuvieran un gusto por la cultura, porque no solo les hablábamos de películas, también de la lectura, de que oyeran música. Les decíamos que to-. Más de seis mil pasaron a lo largo de 40 años por el Taller de Cine que ofreció en distintas poblaciones de Santiago y regiones. Aquí, a sus 93 años, la cineasta y educadora habla de una historia de férreo compromiso con la cultura, la infancia y la pobreza. Alicia Vega: “Me di cuenta de que había niños de seis años que andaban a cargo de sus hermanos chicos, y tomé monitoras para que ellas cuidaran a los más pequeños. Fue la primera vez en que los niños se liberaban, al menos por unas horas, y vivían su infancia”, recuerda. En su campo de Chiloé, Alicia Vega y Eduardo Vilches. Esta fotografía está en el nuevo libro.