AL VOLANTE DE UN DIDI ELÉCTRICO LLEGUÉ
AL VOLANTE DE UN DIDI ELÉCTRICO LLEGUÉ Cliente 1. Supermercado Líder, a unos pasos de Los Cobres de Vitacura.
En la esquina de Embajador Doussinague con Buenaventura, un peruano que --motivado por una oferta irresistible, acaba de cruzar Santiago para comprar un gigantesco televisor que con suerte cabria en una van-levanta la mano indicando que es él quien pidió el auto.
Es un pasajero (mi primer cliente) que intenta optimizar su dinero, metiendo en el mismo vehículo a su señora, hija y suegra, más los extras de la promoción: grandes parlantes y un portentoso rack. --¿ Pero por qué no pidió una camioneta? --le digo al hombre, molesto, pero sonriente, cuando me estaciono frente a él. --¿ No cabe? --Mire, es mi primer día en Didi.
Y, como toda primera vez, quiero que sea inolvidable. ¿Probemos? Bajo del auto y analizo mi bólido: un Mini Dolphin que, en BYD, aceptaron prestarme unas semanas para realizar este experimento: manejar un auto eléctrico en una app tipo Uber, y así saber si es verdad o no que la electromovilidad es sinónimo de ahorro, eficiencia y un país con menos CO2. También platita fresca en la cuenta RUT. El televisor, un compacto futurista de elegante aspecto, mide unos dos metros de ancho y casi cuatro de largo.
Así es que sonrío a la suegra y, confiado como Don Francisco cuando metía gente en La Pirilacha, digo a la familia; ok, todos arriba. --Pero es que no cabe, pues señor... Le digo que no cabe --alega la suegra, mientras intenta meter la caja en el maletero. Y la dama tiene razón. La tele, hecha para la pieza de Godzilla, no cabe. --Qué pena. --Qué pena. Cliente dos. En el Parque Arauco tomo a una pareja de profesores que al atardecer intenta regresar a Recoleta. --Este auto... ¿es eléctrico? --pregunta el profesor. Es que no se escucha nada. Qué rico es andar en silencio en Santiago. Está en lo correcto. En el Mini Dolphin te sientes como en un carrito de golf con esteroides. De hecho, pese a lo pequeño, el potente auto (75 Hp, 135 Nm de torque) cruza Santiago en un dos por tres. --Cuando lo vi, pensé que era un muy chico. Pero el espacio aquí atrás es cómodo y amplio --confiesa la profesora al llegar a destino. Eso es verdad. De hecho, cuando me pasaron el auto y el cable para enchufarlo, pensé que sería traumático dejar a mi viejo diésel vintage, pura creatina al volante, por una plancha con ruedas. Y, claro, la sorpresa fue grande. Tanto que ahora solo pienso en vender el ruidoso petrolero.
De partida, porque el espacio que antes ocupaban litros y litros de aceite, más todos los fierros y tubos que nunca sabes para qué sirven (como en cualquier gran motor) en la electromovilidad es reemplazado por baterías que no se ven. Así, el vehículo gana espacio, ergonometría y se acaba la falsa y machote idea de que el auto chico es chico. Hoy hasta el eléctrico más compacto es grande. De hecho, a poco andar, no solo comprendes que hay suficiente espacio para ti y los tuyos, sino que, de un extraño modo, tú mismo te conviertes en auto.
Es lo que agudos filósofos llaman la irrupción de lo "phygital": un mundo, mitad físico, mitad digital, donde el día nunca termina de "arrancar", de partida no hay ni llave ni ignición y todo se reduce a estar On-Off. Encendido/Apagado. Me explico: todo lo que uno sabía de autos se acabó, terminó. Hoy te subes a un eléctrico y, de partida, el vehículo te saluda y, apenas un día después, tú saludas al auto. Aparte, como adentro está lleno de pantallas hipermodernas, manejar vuelve a ser divertido. Es como estar en tu propio video game. O en una app con ruedas. Ahora, si crees que eres tú quien maneja, olvídalo. En un auto eléctrico siempre te estarán televigilando, teledirigiendo. Bienvenidos a la telemetría. Dicen que, en no más de cuatro o cinco años, cuando pidas un auto a través de una aplicación, llegará un vehículo "autónomo"; un robot con puertas. No sé. Hay estudios que aseguran que los robots, por su naturaleza robot, se marean (como los vampiros) en el ocaso y en la madrugada. Así es que, personalmente, no creo que vaya a ser tan así. Lo que sí sé es que, a bordo de un Mini Dolphin, te empiezas a sentir un poco robot. Y, aunque suene raro afirmarlo, te sientes bien. Después de todo, desde hace ya un tiempo, nada es tan humano. Les cuento cómo empezó todo esto. Con el auto en mi poder (o yo en poder del auto), el paso siguiente fue inscribirme en Uber. Pésima idea. Me rechazaron. Adujeron que no podía por tener antecedentes penales, lo que es cierto, aunque solo por una pena menor en su grado mínimo. Una pena no aflictiva. Lo bueno es que para lo demás está Didi. Amo Didi; la app que prefieren los colombianos, los haitianos, los migrantes en general, porque ahí todo es más simple, más rápido. Llenas un formulario en la red y todo termina en un simple trámite cara a cara. --Sergio, está todo ok.
Para convertirte, oficialmente, en conductor Didi, ahora solo falta que aprueben tus papeles en China --me dice una amable venezolana, en la oficina en Las Condes. --¿ En China? --En China ya están revisando tu aplicación. --Pero si en China deben ser las cuatro de la mañana. --En China no duermen --dice la mujer, sin dejar de sonreír. Curioso. La cibereconomía no funciona porque tengas pasaporte o carnet al día. Lo que vale es que tengas una IP y estés dispuesto a servir a una app. Y eso con suerte. --Te daré para tu seguridad unas recomendaciones --dice un viejo conductor de Didi, que está en la oficina--. No lleves gente que tenga menos de 50 viajes. Y prefiere los pagos con tarjeta. Así bajas la posibilidad de que te secuestren.
Unas horas después, tras llevar al pasajero número 10 y demorarme un poco más de la cuenta, Didi (supongo que un chino insomne) me manda mensajes, marcados en rojo, que tintinean en el celular. --¿ Está bien? ¿ Está bien? En caso de emergencia llame al 133. Pero resulta que estoy fantástico, solo me he retrasado un poco y, afortunadamente, la app no deja de ofrecer carreras. Así, por primera vez en semanas, me sobra plata en la cuenta RUT.
Y, desafiando los consejos, calculo que si quiero comer el churrasco más rico y caro de la ciudad (en la Fuente Mardoqueo) basta llevar a alguien que esté en la ruta y que pague en efectivo. Es que Didi solo transfiere los viernes. --Disculpa... ¿Tú no eres el que hace el programa de cosas raras en Mega? --pregunta el duodécimo pasajero. ---La vida es insólita ¿ no? --respondo. Luego agrego: Nada que hacer. Ya ni la tele ni los diarios pagan muy bien. Cuando es media noche y concluye mi primera jornada, veo que la batería está casi en 0 y estoy al borde de la ciberpana del tonto. Entonces reviso la app que hizo el Gobierno para saber dónde cargar, pero resulta que es un desastre. Nada nuevo. Lo que en verdad sorprende es ver el mapa de la electromovilidad en Santiago. Uno donde la mayoría de los puntos de carga nada tienen que ver con las clásicas bombas. Rincones casi secretos, un mundo Blade Runner, con mangueras negras y enchufes colgando, que no funcionan después de las seis de la tarde. Por eso manejo hasta el cargador de Enel X Way en Vespucio con Vitacura. El lugar donde bajo una app (¡ otra app! ) e intento enrolar mi tarjeta de crédito. Pero, se sabe, el futuro es distópico. No funciona.
De hecho, una IA me dice que debo hablar con mi banco a lo que respondo, medio gritando, que mi tarjeta funciona perfectamente y que por qué no hace algo de verdad inteligente. ¿Resumen? Nadie en la bencinera sabe qué hacer y, simplemente, no puedo cargar. Una pena porque, en esto de la electromovilidad, no hay bidón con bencina, embudo ni el clásico palito en el estaque que a uno lo pueda salvar. Luego parto a la Copec de Costanera Norte.
El punto es que, al llegar, bajo otra app pero, frente al tótem donde están los enchufes, tampoco funciona. --Buenas noches, cuál es su problema --me dice de madrugada el joven que trabaja en sistemas y que he contactado por teléfono. --Hijo, ayúdeme. Estoy a punto de pasar aquí la noche.
No me queda batería y la IA no deja hacer nada. --RUT, por favor. --Pla, pla. --Mire... Efectivamente, tenemos un problema... En el tótem donde está no podrá cargar. --¿ No puedo pagar con la app que hizo Copec? --No, porque los que la hicieron no pensaron en esto de los autos eléctricos. --¿ Y con mi cuenta RUT? --Menos. Pero mire, a esta misma altura, a otro lado de la Costanera, está la primera electrolinera de Chile. Ahí usted me vuelve a llamar y lo libero del pago. Lleno de esperanza, manejo hacia el punto indicado, sin dejar de pensar que, en caso de quedarme parado, podré tocar algún timbre y pedir prestado un enchufe. Una, dos vueltas y llego finalmente a la electrolinera Copec, un inquietante lugar donde es imposible no pensar en qué momento Santiago se transformó en Dubái. Aquí y allá está repleto de celestiales Teslas con grandes vidrios y camionetas eléctricas de nombres impronunciables. Finalmente puedo cargar y la cuenta (que no pago, uf ) sale poco más de diez mil pesos.
Un tercio de lo que hubiera pagado por bencina en un vehículo tradicional. --Lindo Tesla --le digo a un hombre, de más o menos mi edad, que no deja de pasarle un paño a su joyita. --Hermoso, ¿no? ¿ Ya sabes algo de esto? --responde el hombre, no sin jactarse de que la cuota que paga por su auto es de casi un millón al mes y, pese a eso, ya tiene cuatro Teslas en lo que llama su "flota". --¿ Trabajas para el Gobierno? --Para una app de clientes VIP. Por eso tengo conductores peruanos, colombianos, haitianos. Todos evangélicos. Y, con su ayuda y la certeza de que la electricidad es más barata que la bencina, pago las cuotas y termino con algo en el bolsillo. Una maravilla la electromovilidad. Seré sincero: jamás imaginé, al iniciar este reportaje-experimento, que los autos eléctricos terminarían cambiando, a un nivel tan radical, tan profundo, el modo en que habitamos la ciudad.
Porque eso es: no solo de trata de cuánto vale la carga o cuánto dura una batería, sino de cómo las distancias se acortan y el transporte "público" (porque eso es) se vuelve instantáneo y cómodo. Aunque también impersonal. Lo otro es que, de verdad, puedes generar un ingreso más que decente, incluso si estás jubilado. Eso lo anoté en mis apuntes. Escribí, medio insomne: "¿ Por qué un hombre de 65 años va a tener que quedarse en casa, escuchando al latero de J.
C. Rodríguez, mientras espera que le llegue la miseria de la PGU? ¿ Por qué si, manejando un eléctrico, puede ganar 500 lucas a la semana; es decir, dos millones al mes? Ni hablar de que manejar en una aplicación es bueno para la mente. De hecho, todo el día, piensas más que con un Sudoku. Todo el rato estás calculando: sumando, restando.
Te preguntas: ¿ Conviene ir desde Las Condes a Puente Alto? ¿ Tomo el viaje de dos mil pesos? ¿ Es muy poco tres mil? Y todo pasa rápido y tu cerebro está a mil --Señor. ¿Está despierto? --me dice el joven en la bencinera-Gracias por venir a Copec. Su batería ya está al 100 --agrega el chico, cuando me doy cuenta de que he dormido una hora, el tiempo que tarda, en promedio, cargarse una batería. Aquí hay otro punto: más temprano que tarde, las estaciones de servicio tendrán que ofrecer algo más que hot dogs con palta real. Tampoco bastará con mesas o sillas onderas. De aquí a poco, una bencinera deberá parecerse más a un motel o a un work café.
Basta saber que, de aquí a cinco años, la mitad de los autos que se venderán en Chile serán eléctricos. --Lo otro es el tema de las baterías --me dice el pasajero 101, que trabaja comprando vehículos para un rent a car--. Se dice que duran unos diez años y, al menos hoy, cuestan la mitad de lo que vale el vehículo. El punto es que nadie sabe si bajarán de precio o no. O si se podrán reciclar. Si está la certeza que vienen avances como los combustibles 100% sintéticos. O las baterías NIO, que permiten andar 1.000 kilómetros sin recargar. --¿ Los rent a car no son fans de los autos eléctricos? --No compran eléctricos y eso afectó la producción mundial. Lo que sí buscan son híbridos no enchufables. Y tiene sentido. Un cliente, a última hora, va a dejar un auto al aeropuerto: ¿ Dónde lo carga? Y si hay dónde... ¿Está disponible el enchufe? No sé.
En lo que a mí respecta, estoy chocho con mi Mini Dolphin, tanto que, por primera vez, pago un estacionamiento para que no le roben los espejos en Providencia; la comuna donde, en menos de un segundo te partean por estar mal estacionado, pero solo te dicen lo siento cuando te roban los espejos... En sus propios estacionamientos... --Oye, tu más pareces Uber que Didi --me dice una chica, que ha pedido un auto para ir desde el Tiramisú a su casa. --¿ Tú encuentras? ¿ Cuál es la diferencia? --Uber es de cuico aspiracional. Didi es más de calle, de migrante, de gente real. Claro que igual lo usan los cuicos, porque es más barato que Uber. Por eso, cuando llega un Didi, no te sorprendes si hay mayonesa en el asiento. Se trata de autos, generalmente viejos y descuidados. Ahora, este... Este es.. . Wow... Viejote, pero parece nuevo --dice ella, guiñando un ojo. Es viernes y los viernes los santiaguinos, en masa, se dan el gusto de tomar un Uber/Didi; un cariñito porque así la vida es más fácil. Ganas tiempo, libertad. Tanto que ni siquiera necesitas pagar estacionamiento, ni todos los dolores de cabeza que implica tener un auto. En la última noche, la clienta 254 pide, a medianoche, que la vaya a buscar a una salsoteca. --¿ Tan temprano y ya te vas? --le digo cuando se sube. --No me gustó nadie. Y es más fácil pedir un auto que pedir que te dejen tranquila. Los usuarios Didi/Uber se dividen en dos: los que se sientan adelante y te meten conversa, como si trataran de ayudarte para que nadie sepa que estás en Uber. Ellos, cuando se bajan, te ponen 4 estrellas. Los que se sientan atrás, en cambio, no dicen media palabra, pero siempre te dan 5 estrellas. Estos últimos, idealmente, no esperan un auto sino un dron que los aerotransporte sin tener que decir hola. En mi opinión, el distópico mundo que, en buena medida, llega con la electromovilidad. Hablo de una ciudad exultante, llena de vida, pero en el fondo vacía, cada vez más fría y silente, robotizada, automatizada, donde no hay tiempo (ni ganas) de escuchar nada ni a nadie. La gran paradoja del transporte: se acortan las distancias, pero aumenta la lejanía. Manejo. De día, de noche. Llevo a tanta gente que yo mismo dejo de hablar, dejo de pensar. Al principio me resistía a usar Waze, pero las últimas horas solo sigo una flecha, tanto que a veces ni siquiera sé dónde estoy. Solo sé que, en la aplicación, caen papeles picados y me felicitan por estar haciéndolo tan bien y haber ganado tanto dinero. Finalmente, llega la hora de devolver el Mini Dolphin, no sin antes pegarle una buena lavada. Hacía tiempo que no lavaba yo mismo un auto.
Somos idiotas los hombres: terminamos amándolos, sean del mañana o de ayer. ¿Cómo es manejar un auto eléctrico en una aplicación tipo Didi? El periodista Sergio Paz decidió hacer el experimento y, durante dos semanas, recorrió la ciudad para saber si es cierto o no que la electromovilidad revolucionará no solo el transporte, sino también la forma en que vivimos. Sin ruido. Sin tubos de escape. Sin cambio de aceite. Y, lo mejor, con dinero extra en la cuenta. La forma más simple de emprender. POR SERGIO PAZ ILUSTRACIÓN FRANCISCO OLEA LLEGUÉ "Todo lo que uno sabia de autos se acabó. Hoy te subes a un eléctrico y, de partida, el vehículo te saluda y, apenas un día después, tú saludas al auto.
Aparte, como adentro está lleno de pantallas hipermodernas, es como estar en tu propio video game". "Señor, señor. ¿Está despierto? Su batería ya está al 100", me dice el chico de la bencinera y me doy cuenta de que he dormido una hora, el tiempo que tarda en promedio cargarse una batería. AL VOLANTE DE UN DIDI ELÉCTRICO AL VOLANTE DE UN DIDI ELÉCTRICO.