Autor: ROBERTO CAREAGA C.
“La literatura no es un fin que persiga. Sobrevivo escribiendo”
“La literatura no es un fin que persiga. Sobrevivo escribiendo” REVISTA DE LIBROS“S e llama María y es La oráculo acompañan. La siguen, la decenas de personas que la del Molino”, dice una de las protegen, también la veneran. Andan con ella desde la población de Puente Alto, donde creció en la calle junto a su hermana. Mendigó, se prostituyó, se drogó, también pintó murales y en algún momento empezó a saber quién iba a morir. Atrajo la atención de los ladrones y narcos de toda la ciudad, y a veces pedía sangre para informar lo que sabía. Casi siempre está drogada o perdida. Nadie puede tocarla porque es un oráculo.
Es un habitante de las poblaciones más duras de Santiago y también un personaje del nuevo libro de cuentos de Rodrigo Cortés Muñoz (1975), Yícara, una colección de relatos que, como señala el subtítulo, están hilados por el amor, el horror y la venganza. Recién publicado, Yícara tiene una particularidad: es el segundo libro por el que Cortés Muñoz gana el Premio Revista de Libros, en esta edición dedicada al cuento. Organizado en conjunto por “El Mercurio”, la CMPC y la Universidad Católica, el premio recayó en 2018 en su novela Buganvilia. De hecho, es la primera vez que un autor recibe por segunda vez el galardón en sus tres décadas de historia. “No sé si esto resulta pertinente, pero el premio, esta vez, llegó en un momento muy complicado de mi vida”, dice por mail el escritor. Y añade: “Fue muy raro, casi imposible, en ese contexto, intentar vivir la alegría que un reconocimiento así significa. Sí entiendo porque me es muy difícil distanciarme de la racionalidad que me rige que se trata de un regalo de la vida preciso.
Cuando más lo necesitaba sin que se trate de una exageración”. Tal como lo hiciera enBuganvilia, en Yícara, Cortés Muñoz echa mano de escenas que conoce de primera fuente p o r s u l a b o r c o m o abogado penalista en poblaciones de la capital.
También suele trabajar fuera de Chile dedicado a casos de Derechos Humanos, pero su lazo local no cesa: a inicios de abril empieza un juicio por el asesinato de varias personas en una de esas poblaciones y él representa a una madre que perdió a su hijo, y él está amenazado de muerte. “Trabajo en poblaciones del sur de Santiago. Después de tanto tiempo, más que un trabajo, encuentro allí mi vida. O parte importante de ella”, dice, e insiste en que ese trabajo en tribunales aún se impone por sobre su perfil como escritor.
Pero al menos el jurado que lo premió, compuesto por tres escritores, lo valora como a un par: “Un libro escrito con un oído privilegiado: el lenguaje tiembla, grita, se confunde y entremezcla en diálogos fulminantes”, dice María José Navia. “Es un narrador feroz, que no da respiro”, opina Ana María del Río. Y Edmundo Paz Soldán cree que “ha construido un mundo donde la violencia es también una forma de comunicación”. “No soy escritor nunca lo he querido ser. Escribo porque no puedo evitarlo. Porque me hace bien. Y tengo un carácter competitivo, porfiado y calvinista que me insta a hacer todo bien o, al menos, a intentarlo con todo ahínco. De un modo abstracto, los relatos surgen como epifenómenosen mi biografía. Como intentos desesperados y muy torpes de mantenerme a flote. No se trata de un proyecto literario. La literatura no es un fin que persiga. Sobrevivo escribiendo”, cuenta Cortés Muñoz. “Si hay una cosa que he aprendido en la vida es que no hay valor más preciado que la lealtad. La muerte antes que la traición. Ahora, sobre la estructura del libro (relatos hilados por la triada amor, horror y venganza), yo entiendo la vida sobre esas categor í a s.
A s í c o m o B a l t h a s a r s o s t e n í a l a fundamentalidad de la belleza, la verdad y la bondad, yo afirmo la del amor, el horror y la venganza. Menos hegeliano, pero más latinoamericano”, añade.
La historia de la oráculo María (en el relato “María Joaquina”), esa vagabunda que vislumbra quién morirá, es parte de un puñado de cuentos en que Cortés Muñoz retrata los dobleces de una vida cotidiana marcada por la miseria y la violencia en diferentes poblaciones de Santiago.
Los personajes reaparecen en más de un relato, van de la calle hasta la cárcel, incluso hasta México o Europa, cargados con armas y un destino delincuencial donde la muerte sangrienta es moneda de cambio común.
Pero Yícara no solo es un muestrario de las tragedias o heroísmos posibles en la pobreza, también circulan por sus páginas artistas de vanguardia e intelectuales (algunos sorpresivamente célebres), políticos, guerrilleros y religiosos que en algún momento caen ante sus pasiones. En el horizonte, la muerte siempre dibuja una salida. En Yícara quise aunque hay fantásticos Santiago. No se específicas de en poblaciones quienes viven cosmovisión de contar sobre la trata de cuentos espíritus y demonios que permean la vida de quienes las habitan”. el dolor.
Porque ni aun desde u n a p e r s p e c t i v a c r e y e n t e soy católico y practicante esa aflicción se justifica sobre posibilidades soteriológicas.
Gustavo Gutiérrez, el teólogo peruano, citando a Bartolomé de la Casas, afirmó que la tragedia de Latinoamérica son l a s m u e r t e s a n t e s d e tiempo. En esa fisura, sostener algún tipo de relevancia estética, sería una apostasía. Una conchasumadreada en términos seglares. En varios de los cuentos hay un componente fantástico. ¿Es el eco de una creencia popular que usted conoció?AELOREIVAJOCSICNARF Y o n o v e n g o d e una tradición fantástica. Leí a Lovecraft más como impostura escolar que como gesto estético algo así como afirmaba Paul Auster. Y como decía el querido profesor Roberto Torretti, soy materialista en términos epistémicos. No creo en nada: mi fe es más bien un milagro insólito. Lo que sí sucede es que cuando uno entra en dimensiones sociales, esas interacciones están cargadas de sentidos que no necesariamente responden a las causalidades que uno conoce. Sin que ello permita sostener que hay un componente fantástico. Muy por el contrario. Por ejemplo, en la cárcel de Puente Alto hay verdades que uno resistiría como tales, pero que tienen un espesor y densidad comparable a un bloque de hormigón. Y eso determina el actuar de las personas. Y esa realidad reificada me interesa muchísimo. Como fenómeno, las condiciones de surgimiento, cómo las personas internalizan sus efectos y verdades. Y cómo es que sobre ellas, establecen códigos y sanciones. No disputaría, de todas formas, que algún lector o lectora sostenga que se trata de cuentos fantásticos. Lo que sí afirmo es que yo no hago fantasía por ignorancia y falta de talento.
En casi todos se repite la presencia de la violencia como un forma de comunicación, un modo de intercambio natural. ¿Cree que el aspecto violento, que incluso desprecia la vida, está efectivamente tan presente en nuestra formas sociales de relacionarnos?No tengo la posibilidad de responder esa pregunta. Lo que sí puedo testimoniar es que la violencia es un medio. La estratificación espacial de la ciudad de Santiago, por ejemplo, marca no solo un accidente geográfico sino que determina cómo es que las personas se relacionan con la violencia. Es un sine qua non. Y no hay posibilidad de desplazar esta última variable sin hacerse cargo de la primera: pretenderlo es lógica de matinal. Ello significa que la posibilidad cierta de calificar y juzgar la violencia es un artificio que tiene mucho más que ver con la propia pervivencia que con ánimos comunitarios o sociales. De nuevo, afirmar desde Ñuñoa como imaginario de personas con cintillos y banderitas que en la violencia hay un desprecio por la vida indica un fallo en el modo de aprehender la realidad. La vida, en espacios diferentes, se cuenta de manera distinta. La universalidad normativa es una bonita pretensión sin mayor asidero empírico. La vida en comunidad y, sobre todo, desde Ñuñoa (que es el espacio que yo habito, además) exige orden como condición de posibilidad de la propia sobrevivencia. ¿Es injusto? Por supuesto que lo es. Es cosa de aparecerse por algún control de detención en Rondizzoni. Los cuentos intentan dar cuenta de lo anterior. La violencia es solo desplazable si la vida en sociedad, si todos en una comunidad, hacemos el esfuerzo por desestratificar la vida. Si no, parece discurso político progresista. Usted trabaja como abogado, ¿tras este segundo libro (y segundo premio), qué tan importante se ha vuelto la literatura en su quehacer diario?Yo soy abogado. Para lo único que sirvo es para pelear. Es cierto que, a veces, me pregunto si tendría sentido dedicarme a otra cosa, pero me gusta mucho pelear. Y soy muy bueno, además, aunque la descripción venga de muy cerca.
ENTREVISTA Historias basadas en sus experiencias:Rodrigo Cortés Muñoz:Dice que no es escritor, que no dejará de ejercer el derecho penal y, sin embargo, ha conseguido lo inesperado precisamente escribiendo: es el primer autor en ganar por segunda vez el Premio Revista de Libros en sus 32 años de existencia. En 2018 fue por la novela Buganvilia y ahora por los cuentos Yícara.
Cortés profundiza un estilo crudo y naturalista, narrando vidas marcadas por la violencia en poblaciones del sur de Santiago y abre sus relatos a toda clase de personajes enfrentados al amor, el horror y la venganza. A veces subyace en los relatos un sustrato fantástico, que según Cortés Muñoz, es solo el eco de las creencias callejeras. “Tengo alma de etnógrafo. Esa actividad describe mi silencio. No soy mucho de hablar y mucho de mirar. Eso me ha llevado a desplegar actividades etnográficas y cualitativas en muchas partes. Me interesa mucho conocer los gestos y circunstancias de las personas, y cómo es que esa posición define no sólo una situación óntica sino una forma de vida. Desde el modo de dar un beso o un abrazo, al modo de llorar la muerte de un hijo. Los quejidos y sollozos tienen tonos diferentes, se cursan desde áreas diversas del cuerpo”, dice el escritor. “En Yícara quise contar sobre la cos-movisión de quienes viven en poblaciones específicas de Santiago. No se trata de cuentos fantásticos aunque hay espíritus y demonios que permean la vida de quienes las habitan. Me interesa muchísimo, por ejemplo, y es algo que se cuenta de manera transversal en los relatos, el modo como la cárcel determina la epistemología de familiares e internos.
En algún sentido, esa parte de los relatos busca revelar una formade vida que es constantemente obliterada por la literatura sus tradiciones, suscriptores, becas y becarios, cánones, modas y disidencias institucionales”, añade. ¿Cree que en la violencia y miseria de las vidas que conoce en las poblaciones hay un potencial literario, o bien vislumbra ahí un pasadizo a la crudeza de la vida? L i t i g o e n m a t e r i a p e n a l. Comparezco ante instancias de Derechos Humanos supranacionales. Intento velar, en la calle, por quienes quiero. La literatura no es la dimensión a la que recurro cuando enfrento la violencia. Porque, de nuevo, ni mi trabajo ni mi vida tienen nada que ver con la literatura. De manera exacta, de hecho, no recurro a la literaturanunca. Escribo, de nuevo, porque es mi forma de sobrevivir. De desestibar dolores y dramáticas que de otro modo no sabría qué hacer con ellas. Las dimensiones que he elegido habitar están cargadas de muerte. Mucho más de lo que uno pueda imaginar, y de modos muy distantes de la racionalidad que uno conoce. Ante ello, y casi como un reflejo, escribo.
Jamás diría que hay un potencial literario en la miseria o enYÍCARA AMOR, HORROR, VENGANZARodrigo Cortés MuñozEdiciones El Mercurio, 271 páginas, $17.900 NOVELAPuedo no solo un Santiago, por ciudad de espacial de la estratificación un medio. La la violencia es testimoniar que ejemplo, marca accidente geográfico sino que determina cómo es que las personas se relacionan con la violencia. La violencia es solo desplazable si la vida en sociedad, si todos en una comunidad, hacemos el esfuerzo por desestratificar la vida”..