Autor: POR ARTURO GALARCE FOTO SERGIO ALFONSO LÓPEZ
33 MUJERES ENTRE el encierro y la reinserción
33 MUJERES ENTRE el encierro y la reinserción Desde hace más de dos décadas, Ana María Stuven cruza la calle que separa el Campus San Joaquín de la Universidad Católica del Centro Penitenciario Femenino de Santiago. Periodista, doctora en Historia por la Universidad de Stanford, fundó allí la Corporación Abriendo Puertas, desde donde acompaña a mujeres privadas de libertad en programas de capacitación y reinserción. Esa experiencia fue el punto de partida del proyecto que emprendió junto a Verónica Undurraga Schüler e Ingrid Bachmann Cáceres. La primera, historiadora, doctora por la PUC y especialista en historia de género, de las mujeres y de las emociones. La segunda, periodista, doctora en Comunicación por la Universidad de Texas en Austin y profesora titular en la Facultad de Comunicaciones UC.
Juntas, desde disciplinas distintas, decidieron registrar las historias de mujeres que han pasado por la cárcel, para mostrar que el delito, más que un punto de partida, suele ser el desenlace de una cadena de exclusiones. El proyecto, financiado por el fondo InES Género de la Vicerrectoría de Investigación UC, se tradujo en una serie de entrevistas en profundidad a 33 mujeres en proceso de reinserción, realizadas entre 2023 y 2024. El resultado fue el libro Salir del infierno. Historias de mujeres y cárcel (Planeta). Y el desafío no era menor: las entrevistadas arrastraban una desconfianza profunda hacia cualquier figura externa. Durante el encierro, habían aprendido a callar frente a quienes tenían poder sobre ellas: gendarmes, jueces, asistentes sociales. --Si quien te entrevista tiene poder sobre tus beneficios, no le vas a contar que fuiste abusada. No hay confianza. Y queda mucho guardado en los silencios --explica Ana María. Por eso, crear las condiciones para que esas conversaciones surgieran sin juicio, insiste ella, fue el corazón del proyecto. Que el CPF de Santiago quede justo al frente del Campus San Joaquín de la PUC no es un detalle urbano para las autoras del libro. Es, también, una frontera de clase.
Y también de género y de exclusión histórica. --Ana María siempre comenta eso --dice Ingrid Bachmann--. Y te aseguro que ni el 80% de los alumnos de la Católica sabe que ahí está el Centro Penitenciario Femenino. Solo una calle que separa a los más privilegiados de los más marginados de la historia durante los últimos años. Esa brecha, sin embargo, también es histórica.
Verónica Undurraga lo plantea con claridad: el encierro femenino tiene raíces que van mucho más allá del presente carcelario. --Desde la época colonial --dice Verónica--, desde la casa de recogidas, cuando a las mujeres se las encerraba por transgresiones morales. Por haberse involucrado con un hombre casado, por incumplir su rol de madre cuidadora. La dimensión del castigo femenino era moral. Hoy las principales razones por las que estas mujeres están presas son otras: delitos, tráfico de drogas. Pero las condiciones de fondo siguen siendo las mismas.
Se refiere a los entornos previos al delito: pobreza, violencia, embarazos adolescentes. "Son personas que no han tenido muchos interlocutores positivos en sus vidas", dice Ana María Stuven. "Y si los hubieran tenido, probablemente no habrían terminado delinquiendo". El libro, explica Stuven, propone mirar ese recorrido desde la infancia hasta la cárcel, y luego la salida.
Pero para entenderlo bien, dice, hay que aceptar algo incómodo: que el sistema nunca pensó en ellas: --Recién en la década de 1980 la literatura criminológica comenzó a diferenciar entre las características de género de las personas privadas de libertad, a pensar en cómo deberían ser las prisiones para responder a esas diferencias, y a incluir también criterios de género en los procesos de reinserción. Es un campo reciente, que en Chile está aún en pañales. Por eso, uno de los aportes centrales de este libro es haber trazado por primera vez desde una perspectiva de género el recorrido completo que transita una mujer en relación con la cárcel. No se había hecho antes, ni siquiera con hombres.
Una de las claves metodológicas, agrega, fue el tipo de entrevistas realizadas: conversaciones largas, abiertas, sin estructuras rígidas y un vínculo que, dicen las tres autoras, no habría sido posible sin Claudia Morales, encargada del programa pospenitenciario de Abriendo Puertas, quien estableció los primeros contactos, les explicó el proyecto y acompañó cada encuentro. --Lo que a mí me emociona de este libro --dice Ingrid Bachmann-es que pone a las entrevistadas en el centro. Mujeres que han estado en los márgenes del sistema, incluso dentro de la cárcel. Muchas dijeron: "Quiero hablar, quiero que me vean como persona". --Empiezan a hablar y no paran --dice Ana María--. Porque nadie antes las había escuchado. Y eso fue también lo que quisimos hacer con este libro: ofrecer un espacio donde pudieran contar lo vivido sin juicios. Algunas, dice Verónica, compartieron historias que no le habían contado a nadie. "Eso es muy potente.
Porque el relato ayuda a entender lo que pasó". Y también a dimensionar la culpa con la que muchas viven durante y después del encierro. --Muchas veces hablan desde ahí --agrega Ana María--. Pero también desde la necesidad de ser vistas como personas completas.
Que cometieron errores, sí, pero que también han sido víctimas. --¿ Qué efectos emocionales deja el encierro en estas mujeres? ¿ Qué encontraron ustedes, más allá de cómo les afecta el mero castigo judicial? --Hay dos características psicológicas que suelen aparecer en las mujeres, tanto durante su período en la cárcel como después --dice Ana María Stuven--. La primera es la culpa por haber abandonado a sus hijos. Muchas reconocen que mientras delinquían no fueron buenas madres, cuando ingresan al penal les pasa que reconstruyen su identidad en torno a la maternidad. Si antes nunca se habían detenido a pensar quiénes eran, ahora, si se les pregunta, muchas dicen: "Soy la mamá de tal niño". Esa reconfiguración identitaria es clave. La segunda característica es la infantilización. Muchas de estas mujeres han sido jefas de hogar, han tenido que asumir responsabilidades, aunque haya sido de manera conflictiva o incompleta. Pero en la cárcel pierden progresivamente la capacidad de decidir. Tienen horarios para todo: para levantarse, para comer, para encerrarse. No eligen nada. Y eso es especialmente grave para quienes después deben volver a hacerse cargo de sus hijos o incluso de padres ancianos. Salen de la cárcel con la autoestima dañada y con la costumbre de no decidir por sí mismas. El 94% de las mujeres entrevistadas para el libro son madres.
La mayoría tuvo a sus hijos siendo muy jóvenes, y muchas perdieron el vínculo por completo durante la condena. "Es un tema que cruza todo el libro", dice Ingrid Bachmann. "Muchas prefieren pedirles a sus familias que no las visiten. Dicen: "Olvídense de mí por los próximos diez años", porque así les evitan el daño a sus hijos. Porque la visita "es dura". --Es el dolor más grande para ellas --agrega Ana María Stuven--. No haber estado ahí para sus hijos es algo que repiten una y otra vez. Más que el encierro físico, era el emocional. No haber acompañado a un hijo en una enfermedad, no saber si comió, no haber podido despedirse. Eso es algo que te quiebra. Y el relato se repite, dice Ingrid. Madres que consiguen celulares clandestinos para ayudar a sus hijos con las tareas. Que se drogan dentro del penal para soportar la culpa. Que viven las visitas como los días más difíciles, no solo por la carga emocional, sino también por el lugar: espacios sin privacidad, vigilados, incómodos. "No es un panorama fácil para un niño", agrega. Toda esa tensión, explica Ana María, no se esfuma con la promesa de la libertad y la reinserción.
Es en ese momento, según Stuven, cuando asoma uno de los vacíos más crudos del sistema penitenciario: la desatención a las particularidades del castigo femenino. --Lo que muestra el libro es que ellas salen con un doble estigma --dice Ana María--. Por un lado, el de haber cometido un delito. Por otro, el de haber fallado como madres, de haber roto un mandato de género que no se les perdona ni en la cárcel ni fuera de ella. Ese reproche viene de todos lados. Y a eso se suma la dificultad de encontrar trabajo y de reinsertarse en la comunidad. Para muchas, agrega Ana María, la reinserción comienza con dos urgencias: conseguir ingresos y recuperar a los hijos. Pero esos hijos, explica, muchas veces están dispersos, en casas de familiares, o en la droga, en la calle, delinquiendo, o criando ya a sus propios hijos. Para ejemplificar, comparte la historia de una de las entrevistadas: una mujer que trabaja en una feria, porque es lo único que puede hacer. La feria le queda cerca y no puede alejarse más, porque tiene que cuidar a sus nietos. Su hija está en la prostitución. Su hijo, en la droga. Esa escena, dice Verónica Undurraga, de alguna manera se repite en muchas de las historias del libro: si bien las labores de cuidado son un obstáculo para salir adelante, también son un ancla. Muchas mujeres afirman que es por sus hijos, o por sus nietos, que no quieren volver a delinquir. Es decir: ese lazo se convierte en su única defensa ante la posibilidad de reincidir. "Un lazo que los hombres, en general, no tienen. Ellos salen solos. Muchas veces ya han roto sus vínculos familiares. Ellas, en cambio, salen con responsabilidades que no terminan con la condena", agrega Verónica. Y no es lo único. La salud mental es otra muralla. Muchas mujeres llegan a la cárcel con enfermedades preexistentes, pero adentro no reciben un tratamiento clínico adecuado. Lo que hay, según los testimonios, son sedantes para calmar la angustia o para contener ataques de ira. Un control químico que se interrumpe de golpe al momento de salir. --No hay seguimiento, no hay diagnóstico, no hay acompañamiento --dice Ana María Stuven--. Y ahí vienen los síndromes de abstinencia, los cuadros depresivos. Y después, la burocracia: inscribirse en un Cesfam, buscar atención médica sin redes, sin guía, sin apoyo. Muchas además salen a las doce de la noche. A esa hora exacta, porque no es mantenerlas presas un minuto más si ya cumplieron la condena. Y afuera, la que las espera no es la familia.
Es la misma persona que les pasó la droga antes y la que las mete de nuevo al tráfico. --¿ Qué esperan que genere este libro en un lector común y corriente? --Primero, visibilizar --dice Ana María Stuven--. Mostrar que en la cárcel se expresa, quizá con más crudeza que en ningún otro lugar, la discriminación de género. Que estas mujeres no llegaron ahí por un solo motivo, sino por una acumulación de marcas: pobreza, abuso, abandono. Y que cuando esas marcas se juntan, es comprensible, y eso es lo que quiero que esta sociedad entienda, que hayan terminado recorriendo ese camino. También espero que estas historias aporten a una sociedad más humanizada. Porque nos humanizamos, como sociedad, cuando incorporamos a quienes más cuesta incorporar: las mujeres, los pobres, los inmigrantes. Las que han estado abajo, muy abajo, y todavía están tratando de salir. Durante un año, la historiadora Ana María Stuven junto a las académicas Verónica Undurraga e Ingrid Bachmann entrevistaron a 33 mujeres privadas de libertad o en proceso de recuperarla. El resultado es un libro que recoge sus voces desde una perspectiva de género, revelando vidas marcadas por el abandono, la pobreza, la violencia y la maternidad precoz.
Historias que exponen no solo las condiciones que las empujaron al delito, sino también las dificultades que vienen con la libertad: el estigma, la culpa y la precariedad, así como el deseo de ser vistas como personas más allá de sus condenas.
POR ARTURO GALARCE FOTO SERGIO ALFONSO LÓPEZ 33 MUJERES ENTRE el encierro y la reinserción "Lo que muestra el libro es que ellas salen con un doble estigma", dice Ana María Stuven. "Por un lado, el de haber cometido un delito.
Por otro, el de haber fallado como madres, de haber roto un mandato de género que no se les perdona ni en la cárcel ni fuera de ella". En la foto, las tres autoras. "Muchas prefieren pedirles a sus familias que no las visiten. Dicen: `Olvídense de mí por los próximos diez años', porque así les evitan el daño a sus hijos. Porque la visita es dura". "SALIR DEL INFIERNO":.