"Llacolén": modernidad y raíz en clave lírica
"Llacolén": modernidad y raíz en clave lírica La ciudad de Concepción ha sido testigo del estreno de una obra que merece un lugar estable en el repertorio operístico chileno: "Llacolén", del compositor y director Víctor Hugo Toro, con libreto de Gonzalo Cuadra.
Inspirada en la leyenda de la princesa mapuche, hija de Galvarino, la ópera sitúa a su protagonista en el dilema entre la lealtad a su pueblo y el amor por un capitán español, en el contexto de la invasión europea. El resultado es una creación de gran coherencia estética, fuerte arraigo territorial y notables logros musicales y escénicos. La partitura, escrita para una gran orquesta, destaca por su riqueza tímbrica y densidad expresiva. Desde la obertura --una suerte de poema sinfónico con rasgos programáticos-se aprecia un uso impetuoso de las cuerdas, la percusión y dinámicas intensas que sostienen la tensión narrativa sin desbordes. La inclusión de instrumentos mapuches no es decorativa: enriquece el entramado sonoro y ancla la obra en un territorio donde dialogan la música contemporánea y la raíz indígena. El coro, siempre fuera de escena, actúa como un marco ritual omnipresente, de enorme poder evocador. Da voz a la comunidad mapuche, a los españoles y a la naturaleza del Wallmapu. Bajo la dirección de Eduardo Silva, el conjunto de la Universidad de Concepción ofreció una interpretación de gran solidez técnica y sonido compacto. La escritura vocal de Toro apuesta por una forma de recitativo cantabile extendido, con líneas melódicas que se deslizan y ondulan: una suerte de "canto hablado", cercano al expresionismo. La soprano Marcela González (Llacolén) enfrentó un rol exigente, que requiere un amplio registro y frecuentes saltos por el pentagrama. Diego Álvarez, como Galvarino, mostró solidez expresiva, aunque la densidad orquestal dificultó por momentos su proyección, algo que también afectó al tenor Rony Ancavil (Millantú), quien, sin embargo, logró mostrar la nobleza de su canto. Juan Salvador Trupia, barítono de emisión algo agreste y con un juego dramático limitado, fue el Capitán Español, mientras que el bajo-barítono Saulo Javan aportó convicción al ingrato papel de García Hurtado de Mendoza. Mención especial merece la Machi (la excelente contralto Francisca Muñoz), personaje bien delineado dramáticamente y de inmediata conexión con el público. La asesoría lingüística de la académica Jacqueline Caniguan fue fundamental para el uso preciso del mapudungun. La puesta en escena, a cargo de Pablo Maritano, adoptó una estética ritual y hierática. Las figuras parecían emerger del imaginario mítico, realzadas por una escenografía sobria y simbólica (Marianela Camaño), con elementos que evocaban la cosmogonía mapuche, y por el exquisito vestuario de Paulina Catalán. El mapping de Cristóbal Parra convirtió el escenario en un espacio vivo, donde imágenes del bosque, el agua y los signos antiguos brotaban con fluidez. La iluminación de Mauricio Campos aportó atmósferas poéticas, marcando con delicadeza el tránsito entre el mundo terrenal y el espiritual. El libreto de Cuadra, cuidado y ambicioso, trasciende el relato amoroso para construir una tragedia sobre el mestizaje, el exilio espiritual, la fractura cultural y la fuerza femenina.
El personaje de la Machi, el uso del mapudungun, las referencias a los püllü (espíritus) y las plegarias religiosas latinas (como el Magnificat) agregan capas de sentido; así, el texto, de lenguaje sugestivo y resonancias simbolistas, eleva la experiencia a una dimensión universal. "Llacolén", una producción de la Corporación Cultural Universidad de Concepción (Corcudec), habla con voz propia desde el sur del mundo; su estreno constituye un gesto ejemplar de descentralización cultural.
Esta ópera merece ser escuchada en Santiago, Valparaíso, Buenos Aires o Madrid. ¿Por qué no celebrarla como símbolo en las próximas Fiestas Patrias? Crítica de ópera "Llacolén": modernidad y raíz en clave lírica JUAN ANTONIO MUÑOZ H..