Autor: POR ARTURO GALARCE
JOSÉ MIGUEL VILLOUTA: “Mi generación no logró ningún cambio intelectual porque tenemos el cerebro frito”
JOSÉ MIGUEL VILLOUTA: “Mi generación no logró ningún cambio intelectual porque tenemos el cerebro frito” ADIDEC Ahí aparece José Miguel Villouta (49), en su pieza, en la casa de su mamá, en una parcela en la costa de la IV Región, con un balón de gas de fondo, y un rayo de sol que le tapa la mitad de la cara.
Él lo sabe, se lo han dicho: quienes lo ven ahora, así de golpe, se sorprenden de su aspecto; de su pelo cano, de la barba blanca tupida, de las manchas oscuras en su frente y de su situación económica actual. No tiene ingresos, no tiene pareja, ha dicho, ni sexo hace ocho años. Gracias a una de sus hermanas, dirá luego, recuperó los dos dientes que hasta hace poco tiempo tampoco tenía. La rutina actual de José Miguel Villouta, excolumnista, expanelista, exconductor televisivo, exconductor radial, exestandapero, parte antes de las cuatro de la mañana. Se despierta. Se viste con uno de sus pocos buzos. Se baña, dice, medio en broma, medio en serio, cada cuatro días. A las cinco de la madrugada enciende el computador. A las seis, ya está transmitiendo su programa diario, disponible para sus seguidores de Instagram y Patreon. Del otro lado, un puñado de auditores lo escuchan, sin auspiciadores, sin contrato, sin plata. En octubre, cuenta, las finanzas se acaban y planea volver a Santiago. El último ingreso grande fueron el millón ochocientos mil pesos que recibió por aparecer en Primer Plano hablando de su enemistad con Natalia Valdebenito. En una columna anterior, la culpó por el quiebre de su carrera en 2017, acusándola de hacerle perder espacio en los medios y tildarlo de misógino y racista. Ella respondió desde la pantalla abierta: “Hace diez años que no hablo con él me bloqueó. Me parece peligroso todo esto”. Y no fue la única en pronunciarse. “Lamento que una persona adulta le eche la culpa a otra de un fracaso de vida tan estrepitoso.
Creo que también hay que responsabilizarse de las propias acciones”, dijo la periodista y excolega de Villouta, Carolina Urrejola. ¿Te haces cargo de eso, también? Sí, y es la frase que digo: que todo se devuelve tres veces. No como castigo, sino que como espejo. Y no te lo digo como: “Oh, este huevón está buscando redención”, porque no tengo ni un interés. Estoy feliz con mi radio. En un medio no me van a contratar. Soy un huevón que no mueve la aguja. Entonces, imagínate, si me pusieran en una plataforma más grande, si me tuvieran al aire, significaría que ese editor está haciendo muy mal su pega. Rebobinemos: José Miguel Villouta en los noventa y dos mil. Rostro del Canal 2 Rock & Pop, conductor radial. De traje y corbata en El Interruptor, entrevistando a ministros y actrices en Vía X. Panelista en matinales y en farándula. Hablando de chismes, política, cultura o derechos LGBT. Opinólogo que intentó dos veces estudiar Periodismo, primero en la Universidad Diego Portales, después en la Universidad SEK, y nunca terminó. Posando semidesnudo con su cuerpo marcado por el gimnasio.
Rebobinemos más: antes de la tele, cuando era alumno del colegio The Grange, hijo de una secretaria ejecutiva y de un contador auditor, en lo que él llama “la parte baja de la clase media alta”. Ejemplos al paso: nunca tuvo un He-Man, el Atari llegó tarde y nunca pisó la nieve. Lo que sí hubo siempre fueron libros. Y un apego feroz con su madre.
Tanto, dice, que el psicólogo del colegio le advirtió a su apoderada: “Si sigue así, le va a salir gay”. Con los años, le diagnosticaron TDAH, algo que intuía por el desorden en su escritorio y la dificultad para sentarse a estudiar. Después tuvo su primera vitrina: la Zona de Contacto, “el lugar donde aprendí a escribir”, dice ahora. “En años donde me hacían bullying, Alberto Fuguet me tomó como una especie de aprendiz.
Él me devolvió la autoestima, se encargaba de que yo pudiera leer y que me escucharan, y por eso pude desarrollar un gusto por la literatura”. Ahí apareció el Villouta que se movía con frases filosas y certezas absolutas, el que creía saber exactamente quién valía la pena escuchar y quién no. En 2004, sobre una nube de éxito, respondió una entrevista a estudiantes de la Universidad de Chile. Ahí le preguntaron a qué público le hablaba: “A mí. A los que leen libros, les interesa la política, el buen espectáculo. A los que ven cable. No me dirijo a la señora Juanita”. Y remató: “De pendejo que siempre he sido jefe. Desde que trabajaba en la radio Carolina que lo he sido.
Y así es como el día de mañana voy a terminar siendo el jefe de un canal, el jefe de alguna hueá”. En aquellos años, un demonio se instaló: la adicción a los hombres y a la cocaína, mezclada con fiestas y la ilusión de pertenecer a una élite cultural que hoy describe como inútil. En 2008, dice, tocó fondo y terminó internado en una clínica de rehabilitación. Lo recuerda sin drama: el fin de la fiesta y el cerebro “frito”. El suyo y el de toda una generación. Yo tengo un rollo con mi época de drogadicto dice José Miguel Villouta. Yo creo que fue una época de experimentar un mundo distinto. Experimentar el arte de otra manera, la música, salir a bailar, la hueá tribal. Eso de todos los fines de semana con todos los amigos bailando. Yo creo que cambió la cultura. Muchos hombres heterosexuales se hicieron amigos de hombres gays y les dio lo mismo por primera vez en la vida, porque estábamos todos en éxtasis.
Y tomamos éxtasis porque queríamos vivir el verano del amor, y yo creo que intelectualmente eso es muy valioso. ¿Y qué pasó después de esa “gran fiesta”? Siento que el problema con mi generación es que no logró ningún cambio intelectual porque tenemos el cerebro frito. Tenemos la cabeza para la cagada. Y los que ocuparon el puesto y se colaron fueron los huevones más insufribles que no estaban en la fiesta.
Y haber armado esa fiesta fue una gran pega. ¿A quiénes te refieres con tu generación? Los estaría echando el agua, pero a ver, por ejemplo, yo ahora en la radio pongo a Prodigy y digo: “No puedo creer que esta hueá sonaba en la radio”. Y no solo sonaba en la radio, sino que estaba en los primeros lugares porque estábamos todos jalados. O sea, por lo menos en el mundo donde me movía yo, todos jalados. Y lo comparo a cómo ahora todos hablan de política.
De la misma manera que yo no fui a ver a mi sobrino cuando nació porque andaba durísimo bailando en la discoteca, hay un montón de gente que no le está hablando a su hermana, porque su hermana opina distinto, ¿cachái o no? Obviamente quedamos como superficiales cuando nosotros estábamos experimentando el mundo en otra dimensión, ¿no? Villouta habla de esa época como si se tratara de un verano eterno que terminó de golpe. El corte tiene fecha y escena: junio de 2017, en el regreso de El Interruptor por Vía X. Ese día, el pastor evangélico Javier Soto entró al estudio, sacó una bandera del Orgullo Gay, la llamó “trapo de inmundicia” y la puso bajo sus pies. Lo terminaron sacando del set. Fue noticia.
Pocos días después, Villouta anunció su renuncia: a través de una carta acusó que se le había “quitado el control editorial” y que el programa había virado a la farándula: también estaba en pauta una entrevista con el candidato presidencial José Antonio Kast, quien pocos días antes había hablado de la “dictadura gay”. Luego vino el silencio: la polémica con Valdebenito por sus críticas al feminismo, la muerte de su padre, la muerte de una hermana, la depresión y el diagnóstico de bipolaridad.
Ese año se fue a vivir con su madre a la parcela desde donde transmite y habla de ese vínculo con un chiste: “Somos la precuela de Psicosis”. ¿Echas de menos ese mundo, José Miguel? No, y menos ahora, que todos hablan de política porque es el gran tema obligatorio, y si dices que no quieres hablar de eso quedas como imbécil. Antes nos hacíamos amigos por la música. Parece muy superficial, pero no es así, los músicos son hueones con una disciplina, con un arte, sacar un disco no es cualquier cosa. Pero se nos vendió que tenemos que escuchar a tal o cual persona porque resulta que está haciendo, no sé, talleres de inteligencia artificial con perspectiva de género. Para mí un disco de las Breeders tiene más para enseñarme de la vida. ¿Aún crees que lo que hiciste en televisión tenía un espesor intelectual especial? Encuentro que no. Porque primero, yo era un hueón de mierda. Si alguien pensaba distinto a mí, le hacía ostracismo social al tiro. Después aprendí que en el mundo de la intelectualidad hay mucho espacio para la superficialidad. En mi época no se hablaba de política, se hablaba de cine, y me tocó la mejor música, el mejor cine. Entonces uno estaba ahí, comentando la última de Tarantino, pero a nadie se le ocurría preguntarte cómo estabas. Parecía una vida importante, pero en el fondo era bien superficial. A pesar de eso, y daba la impresión que no era tu lugar, después participaste en paneles de farándula. Sí, me senté en paneles de farándula a hablar de la vida de la gente y a ganar plata con eso. Y sin importarme nada. Así, absolutamente nada más que lo que yo estaba diciendo, porque era lo importante y lo correcto. Porque yo era más inteligente que el resto, ¿cachái? Estoy pagando el karma por eso, también. ¿Qué te parece que se hable de ti en esos paneles hoy? Me parece bien. Lo que me parece grave es que la farándula se haya ido como se fue, porque tenía una función social: cuando no hay farándula, el poder instala a ciertas personas intocables. Los comediantes del Club de la Comedia, todos se llenan la boca hablando de dignidad y hermandad, pero se cagan a sus mujeres.
Cuando criticas así, da la sensación de que hablas desde la misma lógica con la que antes juzgabas a otros. ¿De dónde venía esa superioridad moral e intelectual? La excusa que podría dar, o la defensa, es que creía que tenía alma de jefe. Siempre quise ser director de un medio, y en esa época pensaba que a mí no me iba a tocar por ser gay. Hoy pienso: por favor. Entiendo que viví en un mundo lleno de pretensión. Y lo mismo veo ahora. Cuando mis haters me critican, mis seguidores se enojan y me defienden, yo les digo: “Cabros, yo era igual hasta hace poco”. Así que hay que recibir a todos con los brazos abiertos. Un día antes de esta entrevista José Miguel Villouta denunció públicamente un ataque de bots hacia su radio.
Según él, sus seguidores no podían ingresar para escuchar la programación como todos los días, producto de un ataque masivo comandado por seguidores de quienes lo mantienen cancelado en los medios, todo originado tras la noticia de su futura aparición en el programa Primer Plano.
Esa radio, dice José Miguel, es todo lo que tiene, además de una biblioteca de libros en la cabeza sobre autoayuda, salud mental, relaciones y productividad, los temas que trata en su programa y en sus redes. No tiene nada más. Sus ingresos corresponden solo a los aportes de sus seguidores en Patreon. Si el flujo de aportes cae, admite, volverá a Santiago para trabajar como repartidor de comidas. De verdad tengo muchas ganas de trabajar en Uber Eats cuando llegue a Santiago dice Villouta. Creo que va a ser muy entretenido, voy a conversar con todo el mundo. No tengo que entrar a trabajar a la tele ni mirar a nadie a la cara. Suena a que estás romantizando un trabajo muy duro para quienes lo hacen. Sí, sé que es una pega dura y precaria. Pero si es la pega que me toca, la voy a hacer contento, no como si me mandaran a la cárcel. Y en ningún caso lo haría como un juego como tampoco me levanto a las cinco de la mañana a jugar a hacer radio. Es la pega que me toca. Nunca. Nunca gané más de dos millones de pesos. Y eso cuando me iba bien. Siempre fue un millón, un millón y medio. Si vives solo, no te queda mucho, menos si quieres salir, ir al cine o comerte una hamburguesa del Mr. Jack. ¿Cómo llevas tus problemas de salud mental? Estoy cagado de la cabeza. Me salgo de madre, digo huevadas. Pero me reconcilié con eso.
Rayo ene la papa. ¿Cómo es eso? Ponte tú, soy capaz de quedarme toda una noche imprimiendo planes, ¿cachái? E imprimo así, un montón, y al día siguiente llego y digo, ¿por qué? Tengo esos momentos en que me baja la hueá y digo, ¿por qué chuchas se están robando las fotos de mis redes sociales? Y llamo a todos los directores de medios y los puteo, y después digo, ¿cómo? (). Yo cacho perfecto que rayo la papa.
Pero soy así, qué le voy a hacer ¿ Qué te dice la gente que te sigue? Me dicen “tienes que volver”, “lo que pasa es que estás enojado”. Y sí, obvio que estoy decepcionado, pero estoy viviendo una vida que es una película.
Es como eso que dicen del “síndrome de personaje principal”. Dentro de mi depresión y de todas las mierdas que me pasan, pongo un WhatsApp y las cosas se empiezan a armar solas, sin que yo haga nada. Tanto así que terminé comprando una red social que se llama Fluent Communities porque me daba pena que en WhatsApp todo se perdiera rápido. Y fue increíble: sin que yo les dijera nada, empezaron solos a escribir columnas, a jugar a la Zona de Contacto. Entonces sí, estaré cancelado, cagado en la cabeza, viviendo en la casa de mi mamá pero también tengo esta película en la que las cosas, de alguna forma, se siguen armando. Al día siguiente de esta entrevista, José Miguel Villouta cumplió 49 años. Hasta su casa llegaron seguidoras y seguidores de su radio online. Su comunidad. Prepararon comida, compartieron con su madre, encendieron una gran fogata frente al mar que José Miguel subió luego a su perfil de Instagram. “El cabro no anda na solo”, se le escucha decir a una de sus seguidoras. Ese grupo, espera, será el elenco que participe del cierre que pretende darle a su película, antes de un nuevo comienzo, después de toda esta tormenta. Nos vamos a ir a Inglaterra dice José Miguel, desde la habitación de madera, el sol en la cara, la cámara borrosa. La idea es juntar plata, aplicar todo lo aprendido en estos años de márketing, ventas, ahorro, planificación, buenos hábitos y viajar juntos. Y nos vamos a tomar un ácido y un éxtasis viendo a Fatboy Slim, que es nuestro Santo Padre. Para algunos va a ser el primer ácido que se van a tomar en su vida y el único, ¿cachái? Y para otros va a ser el último, el gran hurra final. “Estoy cagado de la cabeza. Me salgo de madre, digo huevadas.
Pero me reconcilié con eso”. ¿Alguna vez tuviste ahorros importantes?. A los 49 años, el exconductor de televisión y radio vive en la casa de su madre, en una parcela de la costa de la IV Región. Sin ingresos estables ni auspiciadores, y con una rutina que comienza antes de las cuatro de la mañana, sostiene un programa online para un puñado de seguidores en Instagram y Patreon.
Aquí repasa sus años de éxito en Vía X y la farándula, sus adicciones y excesos, la supuesta cancelación que lo dejó fuera de los medios y una vida que, según él, es “una película” con un último acto bañado de éxtasis, ácido y música de Fatboy Slim. “Estoy cagado de la cabeza. Me salgo de madre, digo huevadas. Pero me reconcilié con eso”. “Obvio que estoy decepcionado, pero estoy viviendo una vida que es una película.
Es como eso que dicen del ‘síndrome del personaje principal’. Dentro de mi depresión y de todas las mierdas que me pasan, pongo un WhatsApp y las cosas se empiezan a armar solas, sin que yo haga nada”.